Al asalto del castillo remando sobre un bidón

Antes de convertirse en carpintero de ribera, Chano Ceballo se había fabricado, como los demás niños del barrio, su propio bote con la mitad de un bidón. Con sus brazos como remos, ‘asaltaba’ el castillo de Santa Catalina, sepultado después y hasta hoy bajo la base naval de Las Palmas. [En PELLAGOFIO nº 42 (1ª época, junio 2008).]
Por YURI MILLARES y JUAN ADOLFO ÁLVAREZ

Pero las andanzas de Chano-niño miraban a las dos orillas que eran la frontera de su mundo. Y por el otro lado (el de la bahía portuaria), contaba con el sueño de juegos de todo chiquillo: todo un castillo abandonado a su disposición, el de Santa Catalina. “Nos poníamos de acuerdo, ‘¿qué, vamos al castillo hoy?’, ‘¡vamos al castillo!’. Siempre los mismos, Juan el Papúo, un hermano de él y yo”.
«Muchas veces fuimos al castillo en botes de lata. Aquello estaba todo abierto. Por dentro tenía un salón y la escalera para subir, donde estaban los cañones… Y había un cañón»CHANO CEBALLO

Culebrina al cielo
Se levantaba aquel castillo sobre un gran arrecife que durante la bajamar quedaba al descubierto y permitía llegar hasta él caminando. “Caminando, sí. Pero muchas veces fuimos en botes de lata. Pasábamos por debajo del puente que había en el muelle Santa Catalina, que estaba entre el Club Náutico y la casa Elder; nos metíamos por ahí debajo. Y llegamos allí a los mariscos* aquellos, poníamos los botes arriba, entrábamos y nos subíamos al castillo. Aquello estaba todo abierto”. Recuerda que por dentro tenía “un salón y después la escalera para subir, donde estaban los cañones… Y había un cañón”.
En efecto, se puede observar en fotografías antiguas: un cañón virado siempre para arriba, en vertical, que era una culebrina “que el ferruge* dejó atascado” en esa posición.
Ahí dentro, relata como si volviera a vivir aquellos años, “jugábamos, veíamos venir un barco de vela [entrando al puerto] y decíamos ‘¡ahí viene un barco pirata! ¡preparen los cañones!’. Cosas de niños”.

Se acabó la diversión
Esos “botes de lata” que usaban chiquillos como él para abordar el castillo eran de bidones de combustible. Ellos mismos se los hacían, con capacidad para un solo tripulante/pasajero y con los brazos como remos. Hasta los pintaban. “Allí en el barrio cada uno tenía uno”. Y rodeando las murallas del Santa Catalina, unas rocas en las que “se cogían pulpos, centollos, muchas cosas, estaba lleno de marisco. Y almejas también, por la parte de la tierra”.
«En el marisco junto a las murallas se cogían pulpos, centollos, muchas cosas, estaba lleno de marisco. Y almejas también, por la parte de la tierra»CHANO CEBALLO
Los juegos de Chano y sus amigos en el castillo terminaron cuando empezó la guerra civil. Casualmente, poco antes de 1936 se había iniciado la construcción de lo que iba a ser el muelle frutero, justo encima de todo aquel arrecife que incluía al Santa Catalina. “Allí lo que hicieron [con el castillo] fue que le quitaron todo por arriba y le dejaron nada más que la mitad. Y entonces montaron la grúa que ponía los primes [prismas] por alrededor, porque aquello fue rellenado con arena. Había montañas de arena, altas como el [edificio del] Club Victoria. Bueno, de mi casa las veíamos. Porque allí en eso no había nada, era un desierto. Allí no estaba más que la iglesia del Pino”.
Con las piedras de la mitad derruida del castillo se completó el relleno del muelle; la otra mitad se quedó donde estaba, hasta la rasante del muelle frutero (“la Explanada de Martinón”), confiscado, al concluir las obras y antes de recibir a ningún barco, por el Gobierno de Franco: se convirtió en base naval de la Armada hasta el día de escribir estas líneas.
“La primera casa que se fabricó fue la iglesia [1921], que estaba sola-sola-sola –insiste–. Entre [las obras d]el muelle pesquero y la base [naval] se llevaron toda la arena que había allí”.El relleno con arena “se hizo con vagonetas [remolcadas] con la Pepa”, la popular locomotora que tras la guerra tiraba de unos tranvías que no disponían de electricidad para funcionar, y los raíles de las vagonetas se cruzaban con los del tranvía, “tenían que tener cuidado al pasar”.
En 45 días, Brasil
En 1952 Chano Ceballo se enroló en un velero, “un barquito alemán de siete metros y medio, sólo a vela”, con el que salió un sábado. Iba con un matrimonio alemán, “yo como marinero y segundo de a bordo”. El alemán, dice, “había sido director de la Filarmónica de Berlín y durante la Segunda Guerra Mundial se marchó para Inglaterra cuando tuvo la oportunidad. El barquito lo compró en Inglaterra, o se lo cedieron, algo raro estaba pasando en ese barco”, añade con cierto tono de misterio.
Se enroló en un velero de un matrimonio alemán que iba a Brasil, «él había sido director de la Filarmónica de Berlín y durante la Segunda Guerra Mundial se marchó para Inglaterra cuando tuvo la oportunidad»
“Nosotros íbamos comunicándonos todo el viaje con el Club Náutico. Bernardino, el conserje, era el encargado de recibir todas las noticias que íbamos dando, hasta que llegamos al Ecuador y perdimos la frecuencia y ya no nos enteramos de nada, ni ellos de nosotros ni nosotros de ellos. Llegamos a Río de Janeiro a los 45 días. ¡Yo llevaba unas barbas…! –ríe–. Allí, ese matrimonio se fue a la Argentina”. Pero a los 15 ó 20 días a él lo volvieron a contratar: “Una mujer que era muy amiga del padre del rey, don Juan de Borbón y Borbón, una rubia multimillonaria guapa. En aquella época ella me lo presentó, en el Santo Antonio II, que es donde me enroló ella”. Pasó cerca de dos años hasta que regresó a Las Palmas en 1954.
*VOCABULARIO ferruge. Herrumbre (también escrito “ferruje”). Del portugués ferrugem (varias citas en Tesoro lexicográfico del español de Canarias). marisco. Aquí, arrecifes o rocas de la costa que asoman con la bajamar; el isleño usa el vocablo indistintamente para designar también a crustáceos y moluscos comestibles. “Rocas a flor de agua, a la orilla del mar, donde se cogen burgados, lapas, bullones, estrellas, etc.” (Juan Maffiotte, Glosario de canarismos. Voces, frases y acepciones usuales de las Islas Canarias) ● |