Apañada entre andenes, ganado ‘de lado’, chivatos sabrosos

Valle Hermoso, en el municipio de Fuencaliente, es sitio de ganado: las cabras están ahora secas y desde agosto sus pastores ya no hacen queso. Pero pronto comenzarán a parir y volverá a repetirse el ciclo de la producción en el rebaño. Algunas, sin embargo, se crían sueltas y salvajes y cada año se va a por ellas a los andenes, para capturar sus crías. [En PELLAGOFIO nº 25 (1ª época, octubre 2006)].
Por YURI MILLARES
Valle Hermoso, entre barranco Hondo y Sotomayor, tiene poco de lo primero, aunque sí puede presumir de lo segundo. La costa está muy cerca, pero varios cientos de metros más abajo. Juan José Sánchez Alonso y su padre Arturo Sánchez Ballesta son los dueños de un ganado de varios cientos de cabras. Hijo y padre son pastores de arraigada vocación, aunque el Sánchez de la anterior generación era arriero. Hace ya unos cuantos años que las cabras de los Sánchez están “fijas aquí”, en expresión de Juan José, “pero antes siempre estábamos en las costas y en las cumbres, nos íbamos cambiando de sitio”. Aquella trashumancia podía tenerlos hasta un mes fuera de casa, durmiendo en pajeros y cuidando a las cabras. “En los inviernos buscábamos las costas, estábamos aquí debajo en la parte de Fuencaliente; después nos íbamos a las medianías, a Los Charcos y de ahí subíamos a la cumbre en verano”.
«Las chivas siempre caminan por la noche, tiene que estar uno pendiente también según la luna…»

Aunque relativamente cerca, viran cada día a las cabras por algún lugar de la zona hasta el día siguiente, en que se repite la rutina diaria: reunirlas, ordeñarlas, soltarlas. “Las chivas* siempre caminan por la noche, tiene que estar uno pendiente también según la luna. Hay lunas que es como el día y ellas caminan también. Con luna llena se ponen a caminar; estando oscuro se suelen quedar donde mismo”. Esta rutina se rompe una vez al año: el día de la apañada. Tienen lo que llaman un “ganado de lado”, es decir, algunas cabras “nacidas en su terreno que se vuelven salvajes, nunca han tenido una soga”. Saben cuántas son y más o menos por donde están, las van a buscar para recoger las paridas (evitando que vuelvan a quedar preñadas fuera de época) y capturar las crías para “negociarlas y venderlas” por su carne sabrosa.
«…Con luna llena se ponen a caminar; estando oscuro se suelen quedar donde mismo»JUAN JOSÉ SÁNCHEZ, pastor

El día de la apañada tiene su propia rutina, aunque con un horario poco previsible. Numerosos jóvenes, conocidos de Juan José y aficionados al salto del pastor, acuden a la cita para ayudar a reunir ese ganado de lado, a la vez que practicar con sus lanzas el salto por el agreste paisaje que se extiende a sus pies. Los jóvenes se dividen en dos grupos a la vez que se abren en abanico por Los Andenes, a cientos de metros debajo de los corrales.
“Lo importante son los chivatos”, les dice Juan José a los apañadores hablando por el móvil con uno de ellos. Él se ha quedado en los corrales, con su padre y algunos amigos que se encargan de otra tarea: preparar la comida que los apañadores devorarán con hambre al regreso de una dura jornada. El menú es fácil de imaginar: carne en salsa con boniato a partir de un chivato color majorero, que fue sacrificado para la ocasión el día anterior, y queso ahumado de la propia explotación.
«Lo importante son los chivatos», les dice Juan José a los apañadores hablando por el móvil con uno de ellos
Juan José no oculta su nerviosismo. Cada cierto rato vuelve a conectar, vía teléfono móvil, con los apañadores. Le gustaría estar con ellos, pero en vez de eso se conforma con preguntarles, informarse y aconsejarles. “¿Cómo van? Cuidado por El Mirador que se baja el ganado por ahí. Despacito y con buena letra, no se apuren”.
Las horas pasan y la carne ya está lista para servir, pero lo abrupto del territorio, unido a la habilidad de las cabras y cabritos para moverse por el terreno y escapar a los sucesivos cercos por pasos difíciles de sortear, aún con lanzas, retrasan la tarea. La tarde llega y los apañadores singuen sin aparecer. Por el móvil Juan José averigua que están trayendo tres chivatos que conoce por sus colores: “El jardino, el barroso* y el fajado –dice–; nosotros también llamamos aquí bandolero al fajado”.
Agotados
La tarde avanza y Ramón Cabrera, que ayuda a estos pastores en las labores cotidianas, saca a pastorear al rebaño del corral entre una bruma que se mueve rápida, pegada a las faldas de la montaña, y a ratos oculta la visibilidad en el horizonte. Más abajo, en el lugar conocido como Casas Viejas (un grupo de casas y pajeros abandonados), algunos excursionistas pasan siguiendo el camino real entre Los Canarios y Las Manchas. Ni rastro de los apañadores. Hasta allí baja Carlos Álvarez con la camioneta y un poco de vino, sorteando los pinos que hacen zigzaguear la estrecha pista de tierra, para intentar acercarse al lugar por donde deben aparecer apañadores y animales.
Se oyen voces. Aparecen los apañadores con algunos arañazos en los brazos por la espesura de la vegetación

Sus cabras tienen nombres como ‘Graja’, ‘Cardosa’, ‘Pejeverde’, ‘Amarilla’ o ‘Albardada’

Diez minutos de humo
Entre diciembre y agosto los pastores de Valle Hermoso hacen unos cinco quesos diarios de la leche que ordeñan a sus cabras de nombres como Graja, Cardosa, Pejeverde, Amarilla o Albardada. El nombre tiene que ver con su color, para su fácil identificación.
“Esta es Flaira –señala Juan José Sánchez–, que es el negro con el blanco y le llamamos nosotros así”. A los quesos del día se les echa sal gorda por encima y al otro día se les da la vuelta para echarles la sal por el otro lado.
“Después lo lavamos y lo dejamos curar, si es blanco, o lo ahumamos para el día que se venda”. Un bidón con una rejilla de madera encima es lo que emplean para la tarea de ahumar los quesos: dentro prenden pinillo y tunera seca, y los quesos, sobre la rejilla de madera, reciben el humo tapados. “Si hay bastante humo” basta con diez minutos, cinco por cada lado.
*VOCABULARIO barroso. Portuguesismo que se emplea en islas como La Palma y Fuerteventura para definir el color amarillo-anaranjado o blanco-amarilloso de una cabra (varias fuentes, citadas en Tesoro lexicográfico del español de Canarias). belete. La primera leche que dan (en este caso) las cabras después de parir; también beletén. Benito Pérez Galdós recoge la palabra en un cuaderno manuscrito que elaboró entre 1860-61 (edición facsímil en Voces canarias recopiladas por Galdós). chiva. En La Palma denominan así a la cabra (y al macho: chivato). “Cabra de rebaño”, precisa Manuel Alvar (Atlas lingüístico y etnográfico de las Islas Canarias) ● |