Historia Oral

Charo y Chila, vendimias a trocapeón con pescado salado y papas

BODEGA TAJINASTE / La vida en racimos. En la finca El Ratiño cada hermana heredó su parte de viña y, como se ha hecho siempre, cada cual cuida su uva, pero se ayudan en lo que haya lugar. Charo y Chila prendieron a trabajarla desde niñas, atando y guiando las varas del tradicional parral trenzado del valle de La Orotava, que había que recoger para sembrar papas. [En PELLAGOFIO nº 87 (2ª época, agosto 2020)].

Por YURI MILLARES

Charo y Chila Farrais a la entrada del viejo lagar de la familia con ejemplares del libro ‘Tajinaste, la vida en racimos’ y algunas botellas de vino. | FOTO TATO GONÇALVES

De seis hermanas, Charo y Chila son la cuarta y la quinta por edad: 78 y 73 años cumplidos el verano de 2020, respectivamente, pero la viña las sigue teniendo ocupadas. Rosario Farrais –“pero me llaman Charo”, puntualiza– la trabaja desde niña. “Aprendí con mi padre, siempre estaba alrededor de él y todo lo que él hacía lo aprendí yo”, dice.

Una vez, recuerda, “un señor dice «a esta mujer desde chiquita la veo yo con el padre empolvando –es decir, azufrando– y de todo; igual se pone cargar una bestia que a hacer el jorgazo», porque para hacer los lazos, por ejemplo, a dos raposas* de papas, el de delante tiene que ir para delante y el de atrás se ata para que salga por detrás, si no, lucía mal y había que hacerlo bien. Todas esas cosas las hacíamos”.

Incluso heredó la afición por las rimas y los puntos cubanos de Domingo Farrais, que emigró seis veces a Cuba. “Mira la poesía que le saqué a mi padre”, dice señalando una página del libro Tajinaste, la vida en racimos. “Léela en alto porque a mí me gusta oírlo”, le pide su hermana Chila (Cecilia).

Llevo el folclor en mis venas;
de mi padre lo heredé.
Él lo mismo lo cantaba
al derecho que al revés…

Comienza a recitar sin dejar de emocionarse ninguna de las dos.

Él hacía con la voz
lo que a él le parecía:
lo mismo cantaba un tango,
que cantaba una folía:
el cantar del labrador,
cuando labraba sus tierras,
y el cantar del arriero,
cuando montaba en su yegua…

Un poema que termina así:

Cuánto daría yo hoy
por tenerlo aquí, a mi lado,
y que pudiéramos hablar
de aquellos tiempos pasados.
Porque un veintiuno de enero
siempre lo tengo presente,
porque se murió mi padre
y yo me encontraba ausente.
Porque un veintiuno de enero
fue para mí un día amargo
porque se murió mi padre
y no pude acompañarlo…
ni darle el último beso.

Añade el último verso de memoria, pues no aparece en el papel.

Antes lo tradicional en el menguante de enero era que fueran delante los hombres podando y las mujeres después atando, aunque en aquella fecha la vimos “haciendo de todo, estoy podando y atando; tengo para el miércoles cuatro mujeres y si ya tienen la viña podada, la atamos”, explica.

Charo junto a cestas de vendimia: la canasta pequeña y el cesto grande para 62 kilos de uva. | FOTO TATO GONÇALVES

Llegada la vendimia (que en El Ratiño suele ser a principios de septiembre) también era tradición que en ella participaran amigos y vecinos. “Se llamaba trocapeón*, que yo voy contigo, tú vienes conmigo, y nos ayudábamos para vendimiar. Con Chila, cuando yo vendimio hacemos la comida y comemos todos los que están con ella; cuando la vendimia la hace ella también voy yo. Y así”. Para no coincidir el mismo día “nos poníamos de acuerdo, si ella vendimiaba el lunes, yo el martes y otro el miércoles. Al terminar comían papas y pescado, una comida como es debido. Antes iban también vecinos y amigos. Hoy no, cada cual trae su comida y se va para su casa. Ya no es igual”.

Parral trenzado tradicional del valle de La Orotava en la finca El Ratiño. | FOTO TATO GONÇALVES

La viña que está atando con junquillo el día que la retratamos en su parcela de El Ratiño, a pocos metros de la Bodega Tajinaste, la sigue teniendo en el sistema de parral trenzado. “La sembró mi marido, pero todo eso para allá, que es viejo, me tocó a mí de mi padre”, señala a su alrededor.

¿Cómo se hace para encaminar el tronco de la parra de esta manera? “Se siembran las varas y después va creciendo y aumentándola para delante; antes era con horquetas de madera, ahora es con hierro”, responde.

Y continúa: “Antes se decía que si no se sembraba bajo la viña no era igual. Entonces, le quitábamos todas las horquetas, recogíamos toda la viña –como quien se recoge las trenzas del pelo a un lado– y sembrábamos las papas, las arrendábamos* y después volvíamos otra vez a echar la viña para delante ¡y volvíamos a poner todas las horquetas! Un trabajo horrible. La gente ahora se ha dedicado a enrollarla, pero a mí no me gusta. Se amarra con tiras de junquillo para que se queden las varas justitas. Después las soltamos, las del año pasado, para que quede limpia por si tiene algo de cochinilla o lo que sea”.

La parra se ataba con badanas, recuerda, pero “aquí había una junquera de la que se cogían los juncos, se majaban con mazo y una piedra de laja, se escachaban y se ponían a secar”.

Si en enero toca podar y atar, en marzo-abril se sulfata y se levanta la viña. “Antes se remangaba, decían, se juntan las varas con las varas; pero ahora le ponemos la liña y las sacamos para arriba y quedan los racimos colgando. Y cuando llega el momento, vendimiar”. Eso sí, primero había que lavar las barricas “bien lavadas, porque criaban caramelo* en el fondo”, como se llamaba popularmente a los sedimentos de la cosecha anterior.

«Barriles de cuentas» para llevar el mosto desde el lagar a la bodega en bestias, y el fonil para no derramarlo cuando se pasaba a los cascos (barriles). | FOTO TATO GONÇALVES
■ HABLAR CANARIO
Del lagar a la bodega en “barriles de cuentas”

Para la vendimia, ahora en cajas normalizadas para tal función, usaban la canasta donde las mujeres ponían los racimos que cortaban y los hombres sacaban al hombro en cestos grandes para 62 kilos al lagar de la bodega. “Aquí no había ni carretilla ni santa carretilla, eso era un estorbo. Si era una finca lejos de la prensa, estaba la bestia. En el tiempo de mi padre, tenía le yegua: le ponía la albarda y dos cestos por los lados, cargados de uvas”, explica Chila. “Y se les ponía un saquito para taparlos para que no se derramaran”, añade Charo.

«El juego de los cuatro barriles sumaba 110 litros, pero se pagaban 100 por la merma de las madres»

Del lagar donde se pisaba y prensaba la uva, el mosto iba a las barricas de la bodega en lo que ellas llaman “los barriles de cuentas”.

Las bestias se cargaban con dos barriles grandes debajo y dos pequeños arriba, el grande era de siete (entre 30 y 33 litros de capacidad) y el pequeño de cinco (25 litros). “El juego de los cuatro barriles sumaba 110 litros, pero se pagaban 100 por la merma de las madres y demás. Eso es la cuenta de antes. Y se llevaba el fonil para ponerlo en los cascos y que no se derramara el mosto, porque se hacía el mosto aquí [en el lagar] y después se llevaba a la barrica”, sigue Chila ●

*VOCABULARIO
arrendar. Portuguesismo en el habla canaria. “Arrendar las papas es ‘arrimar tierra a patatas 5 o 10 días después de plantarlas” [Max Steffen], con la finalidad de “matar la hierba” [Marcial Morera], cita el Tesoro lexicográfico del español de Canarias.

caramelo. “Criaban bitartrato potásico, el sedimento del ácido tartárico que precipita. De toda la vida, como tiene una textura parecida al caramelo que se hacía en planchas para las bodas, decían que criaban caramelo”, explica Agustín García Farrais, enólogo y director de Bodega Tajinaste.

raposa. Cesta alargada usado como medida para papas en Tenerife que equivale a un quintal canario (unos 50 kilos), cita el Tesoro…

trocapeón. “El varado de las barcas de pesca, la pela del ganado, las «ajuntas» de los animales en las tierras de pastoreo, el majado de los juncos, la vendimia, la siega, […] antaño cuando el trabajo era muy considerable, se hacía a «trocapeón», es decir con la colaboración recíproca de parientes, amigos y vecinos” (Manuel J. Lorenzo, La tradición oral en Canarias) ●

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