Cuando ser pescador bogando era «una gimnasia horrorosa»
Oficios del mundo rural / Pescador a remo y vela en La Gomera

Alto y corpulento, el pescador Sebastián Darias pasó gran parte de su vida compartiendo el reducido espacio de una falúa con otros cuatro marineros. A remo daba a veces la vuelta a la isla, siete u ocho días comiendo papas, gofio y pescado. Junto al pantalán donde tenía su barco lo entrevisté un día de abril de 1997. [En PELLAGOFIO nº 120 (2ª época, julio 2023)].
Por YURI MILLARES
«Íbamos cuatro o cinco hombres en cada barco a pescar. Estábamos por el norte cinco o seis días, a veces diez y doce días, durmiendo un par de horas a bordo mismo, con un saco por debajo y una manta para abrigarnos». Sebastián Darias Armas (Chano Choco) tenía 67 años la mañana que me acerqué a preguntarle por sus vivencias como pescador. Sentado junto al pantalán con otros pescadores veteranos, comenzó el relato de lo que fue su vida circunnavegando la costa de La Gomera.
«De ocho o nueve años nos llevaba el viejo primero para ver si cogía dos kilos y los llevaba para la casa, “pa sí” le decíamos»

«Todos éramos analfabetos, porque había mucha miseria y nuestros padres no podían enviarnos a la escuela. De ocho o nueve años nos llevaba el viejo primero para ver si cogía dos kilos y los llevaba para la casa, “pa sí” le decíamos», recuerda.
Su voz ronca casi sesenta años después de su primera pesca —escribí entonces— pone el sentimiento de una vida entregada a la lucha contra el pez, enfrentando con astucia y maña la esquiva actitud de los habitantes del fondo marino.
Cuartón y soldada
Cuando el niño ya era un poco más más grande, «el patrón decía: “Vamos a darle un cuartón”. Después, cuando era más espabiladito y pescaba bien, media soldada. Así, íbamos subiendo hasta coger la soldada, 40 o 50 duros». La soldada era lo que cobraba el pescador y se repartía a partes iguales entre los hombres embarcados. «Si estábamos cuatro compañeros, había cinco partes, la del barco y una cada uno de los compañeros», precisa. El dueño del barco —una falúa de apenas seis o siete metros— se llevaba dos partes, la de pescador y la de la embarcación.
«Cuando había viento había que echar fuerza para que caminara el barco. Siempre aguantar horas y horas hasta que el viento aflojara»
No fue hasta principios de los años 70 que llegaron los motores y el trabajo se hizo menos duro. Al menos, en lo que a navegar se refería. Antes de eso, a remar o con la vela. «Cogía el remo y no lo largaba hasta que uno llegara. Era una gimnasia horrorosa. Tres o cuatro horas bogando. Y cuando había viento había que echar fuerza para que caminara el barco. Siempre aguantar horas y horas hasta que el viento aflojara. O se metía uno por tierrita donde menos se metía el viento», dice con su voz ronca.
«Yo tuve un barquito pequeño que tenía dos remos nada más y salía por la Punta del Faro y volvía por la playa de Santiago». En otras palabras, en esa frágil embarcación daba la vuelta a la isla. ¿Remando? «Remando», insiste.
Cuesta imaginar a Chano Darias, cuan largo lo vi, echado sobre las tablas en el fondo del pequeño barco cuando intentaba descansar. Un barco en el que cuatro ya son multitud. «Antes no había sino barcos de cuatro remos y dos leitos* tapados, para poner la ropa de uno si está usted durmiendo o pescando», dice. No se conocían los impermeables amarillos que ahora usan los trabajadores del mar. Una ola que les salpicara los empapaba de inmediato. Es lo que había.
Gente nueva
«En el norte al llegar la tarde se pone más pronto el sol, está más nublado, y se cogían calamares para carnada. De ahí, avante otra vez para fuera y al otro día a tierra», cuenta de la navegación que hacían, remando, costeando, pescando. Se acercaban a las playas, ya fuera la de Vallehermoso o la de Hermigua, y desembarcaban para ir vendiendo las capturas.
En Vallehermoso había que acercarse con mucha precaución para acceder por una entrada de mar que formaba un canal junto al Guindaste (un pescante que se construyó en 1904)

Si era en la de Vallehermoso, detalla, había que acercarse con mucha precaución para acceder por una entrada de mar que formaba un canal junto al Guindaste (un pescante que se construyó en 1904).
«Con los remos, con cuidadito, para saltar un hombre y echarle los cestos de pescado. Como éramos cuatro hombres, dos se ponían de popa y uno para despachar el pescado a tierra, porque siempre había mar y saltaba. Teníamos que ir caminando con un cesto de pescado de treinta kilos hasta el pueblo», afirma, «y cuando llegábamos a las primeras casitas que estaban por allí —a eso del mediodía—, vendía usted algún kilo y ya iba alivianando». Pero como dice, expresando su juventud de entonces, eran «gente nueva*».
En esa venta ambulante, callejeando por los pueblos, no siempre había dinero con qué comprar. A veces hacían trueque de pescado por plátanos o papas. Pero pescar y vender no era lo único a que debían dedicarse. Tras cada viaje varaban las barcas en la playa de San Sebastián de La Gomera. «Sacábamos el barco para limpiarlo, para que se secara. Siempre había quince o veinte barquitos varados en la playa», señalaba desde el pantalán.
Apoyadas en unas burras las tumbaban sobre la arena de la playa y las limpiaban bien. «Después se daba una pintura. Estaba cinco o seis días para secarse y a la mar otra vez»
Las embarcaciones recibían todos los cuidados que necesarios. No sólo eran el soporte de su actividad y, por ello, de su subsistencia. Además, su propia vida y su seguridad dependía del estado de conservación de cada barco. Apoyadas en unas burras las tumbaban sobre la arena de la playa y las limpiaban bien.
«Después se daba una pintura. Estaba cinco o seis días para secarse y a la mar otra vez». Con el paso de los años, la calidad de las pinturas fueron mejorando. Eso repercutía en el tiempo que aguantaban las barcas hasta la siguiente varada para pintar. Porque, «antes —asevera—, había que encallar de quince en quince días. Eran unas pinturas malas y el barco criaba limo y era malo para la tabla. Se podía picar. Pero ahora hay una pintura que se puede tener hasta seis o siete meses. Nosotros los tenemos tres meses en los pantalanes y después hay que encallarlo».
Una semana en la falúa con un fogón a bordo
CHANO DARIAS:
«Teníamos un arco de barril, le metíamos cemento con un hierrito y ese era el fogón»
Siete u ocho días solía invertir Sebastián Darias (Chano Choco) en sus salidas a la mar, costeando, remando, pescando y comiendo a bordo. «Si había viento fuerte enseguida echábamos la vela. La vela latina le decíamos nosotros».
A bordo llevaban «nuestra comidita, el gofio, las papas. Teníamos un arco de barril, le metíamos cemento con un hierrito y ese era el fogón. Poníamos tres piedras de esta que dicen piedra muerta, toscones. Porque la piedra viva estalla».
El menú era bien sencillo: «Papas, pescado y gofio. Pescado por el mediodía, pescado por la noche y, si sobraba algo, pescado para por la mañana». ¿Y queso? «Eso los de tierra», ríe.
A su último barco, por cierto, lo bautizó el Hongo por ser «pequeñito y redondito», en palabras suyas. «Y le decía el Hongo —añade— porque aquí hubo una vez una cosa que le decían “el hongo”, parecida al aguaviva».
*VOCABULARIO
cuartón. «Cuarta parte de una “soldada” [el sueldo a partes iguales de cada pescador a bordo]» (Tesoro lexicográfico del español de Canarias).
gente nueva. Gente joven, juventud. En portugués gente nova, el canario está lleno de lusismos (sin citas).
leito. Portuguesismo, es la «cubierta triangular a popa o proa de los botes y otras pequeñas embarcaciones de pesca que faenan en aguas insulares próximas a la costa» (Diccionario básico de canarismos).