Historia Oral

“¡Disparen, coño!” Y le matan dos burros al coronel

Concluimos el reportaje iniciado en el número anterior con algunos horrores y anécdotas vividos por Totoyo Millares, en un servicio militar que le tocó vivir y sufrir en el antiguo Sahara Español en pleno conflicto armado con Marruecos en 1957-58. [En PELLAGOFIO nº 14 (2ª época, noviembre 2013)].

■ Entre 1957 y 1958 España libró con Marruecos una guerra que movilizó a muchos reclutas destinados a las antiguas colonias africanas. La primera parte de este reportaje en dos entregas lleva el título «Isleños en el desierto, en una guerra olvidada»

Por YURI MILLARES

Cuando aquella guerra olvidada se estaba acercando a su fin (aunque en aquel momento la tropa no lo supiera) recuerda Luis Millares Sall (Totoyo), destinado como meteorólogo en el aeropuerto de Villa Cisneros, “que empezó a aparecer mucha gente muerta”, refiriéndose a las bajas españolas.

«Por todos lados entraban moros hacia Villa Cisneros, bien pertrechados y armados. Y a nosotros nos mandaban a muchos de milicias, en vez de a soldados chusqueros»LUIS MILLARES SALL (Totoyo)

“Por todos lados entraban moros hacia Villa Cisneros, bien pertrechados y armados. Y a nosotros nos mandaban a muchos de milicias, en vez de a soldados chusqueros. Maestros, médicos y otros profesionales así, los mandaban al frente y morían como moscas, sin ninguna preparación para la guerra. Cuando se calmaba la cosa salíamos a buscar los cadáveres de los que no volvían, en camiones, todos armados con metralletas. Yo tengo una fotografía con uno de ellos, una bellísima persona, maestro de escuela, con una gran barriga que en vez de veintipocos años parecía que tenía cuarenta. Un día le eché de menos, porque venía a verme al aeropuerto. Lo encontraron acribillado a tiros. Todas las semanas enterrábamos en el cementerio de Villa Cisneros a un montón. Yo me escapé porque me tocó vivir”

Al norte de Villa Cisneros había unas torretas –a Totoyo le recordaban al castillo de San Cristóbal, ese torreón redondo que parece que emerge de las aguas a la entrada por el sur de su ciudad natal de Las Palmas– en las que siempre había soldados apostados, “porque después de ellas, entrabas en el desierto”.

Totoyo y otros soldados destinados en Villa Cisneros, de excursión por el desierto./ FOTOS ARCHIVO TOTOYO

Incidente propio de la película ‘La Vaquilla’
Aquí ocurrió un incidente armado que más parece un episodio cinematográfico de la película La vaquilla de Luis García Berlanga, salvando las distancias de tiempo y lugar, que un hecho de guerra real. Cerca de aquellas torretas el coronel jefe tenía el cercado donde guardaba su “colección de burros”. Una noche, dos de aquellos animales se escaparon del cercado de postes y alambrada y rebasaron las torretas. “Los soldados empezaron a pedir el santo y seña, pero seguían oyendo pasos”, relata Totoyo. “Esto está lleno de moros”, se decían, y repetían “¡Santo y seña!”.

Como quiera que los burros siguieron de paseo por allí, ignorando las advertencias, alguien dijo: “¡Disparen, coño!”. Empezaron a disparar en medio de un gran escándalo y después se hizo un silencio absoluto. No salieron hasta el amanecer a mirar y se encontraron a los dos burros muertos. En eso que “aparece el coronel por allí gritando, ‘¡me faltan dos burros! ¿dónde están los burros?’. Y se armó un follón porque le habían matado a los burros. El hombre llorando allí, un escándalo. Y los soldados todos asustados”. ¡A ver quién era el que se atrevía a reírse!

Un picado de susto
Otro incidente, protagonizado en exclusiva por personal español de uniforme, sin víctimas y mucho humor para completar otra versión de La vaquilla tuvo como protagonista al propio Luis Millares y a un teniente piloto cuyo nombre “nunca olvidaré”, dice. “Era uno de los mejores pilotos que había y gracias a tíos como ese se ganó la guerra; participó en bombardeos y tenía la cara quemada”. En Villa Cisneros hicieron amistad: “él tocaba la guitarra y yo el timple y nos reuníamos por las tardes a tocar y a cantar”.

Totoyo (de pie y con una pierna apoyada en alto) junto a unos Junkers en el aeródromo de Villa Cisneros como el que persiguió por la pista para subirse cuando le llegó la licencia./ FOTO ARCHIVO TOTOYO

Un día le dice algo así como: “Vamos a hacer una gilipollada pero vamos a divertirnos un rato” y le explica someramente de qué se trata. “Yo siempre le decía ‘mi teniente’ y le digo: ‘Mi teniente, pero eso es un peligro”. “No. Tú me acompañas. Lleva la guitarra”. El asunto fue que subieron a un Junkers, “un avión que va lento como el carajo”, lo describe el timplista. “Vamos, vamos”, le dice también al sargento mecánico “y salimos volando y tocando la guitarra. Y de repente suelta la guitarra y pone al avión en picado derecho a un buque fondeado. ‘Vamos a asustar a esos tíos’. Y el mecánico ‘¡mi teniente, no haga eso por favor!”.

Y cuando ya casi estaba encima del navío “tira del mando y remonta por los pelos. Mira, los huevos me los puso aquí –se pone una mano en el cuello–. Yo ya ni miraba. La que se armó. Después apareció por el aeropuerto alguien de la Marina buscando ‘al teniente que hizo eso’. Tuvo una amonestación gorda, pero le podía haber costado la carrera. Esa es una anécdota curiosísima”.

No fue la única vez que el “soldado de primera especialista” Luis Millares se subió a un avión militar en esta guerra del desierto. A bordo de un bombardero de los conocidos como Pedros (los Heinkel 111 alemanes de la guerra mundial, fabricados en España por CASA) “fuimos al interior del desierto, como a 500 kilómetros hacia adentro a un puesto español”. Recuerda el lugar porque era un pequeño oasis en el que había una gran piedra “como esas de la playa, lisas, pero imagínatela del tamaño de una casa”, además de las habituales palmeras. En aquel “puesto español con cuatro gatos no respondían a las llamadas, así que dijeron que fuéramos al desierto y yo fui tan gilipollas que me apunto a la aventura esa, que era jugársela”.

«Aterrizamos con un ‘Pedro’, que nunca antes había subido a uno. Nos encontramos a todos los tíos en descomposición, era horrible; los animales muertos y la emisora tu-tut-tu-tut»LUIS MILLARES SALL

En aquel lugar, una llanura de arena, se podía aterrizar. “Y allí aterrizamos con un Pedro, que nunca antes había subido a uno, después de un viaje que sentía que me faltaba aire. Íbamos volando a poca altura, rozando el desierto. Cuando llegamos me dice [el teniente piloto] ‘tápate todo, cúbrete, porque aquí estamos a 52 grados”. Lo que encontraron fue “a todos los tíos en descomposición, era horrible; los animales muertos y la emisora tu-tut-tu-tut”.

El teniente decidió salir de allí inmediatamente. “Vámonos, porque aquí hay peligro y pueden venir a por el avión”. Y en efecto, “llegando al avión aparecen de debajo de la arena por los alrededores una partida de moros. Nos subimos corriendo y el teniente pone el avión a andar, que lo había dejado con los motores en marcha. Empieza a coger carrera para despegar y noto el silbido de las balas pasando junto a nuestras cabezas. Y más lejos vemos que vienen más moros a camello. Despegamos y nos fuimos de allí por los pelos, que la cola del avión llegó toda agujereada”.

Al fin, el fin (de la guerra)
Pero como decíamos al principio, el final de la guerra estaba cerca y así lo comprobaron cuando vino “la visita de un general francés, con su queso en la cabeza, el cachorro* aquel que llevaban [képi en francés]. El clásico estiradillo y simpático. Estábamos todos formados fusil en mano, después de la misa donde yo había tocado el violín”, recuerda con emoción este episodio de su guerra en el desierto.

«Vino la visita de un general francés, con su ‘queso’ en la cabeza, el ‘képi’. Estábamos todos formados con el fusil. Me agarró la mano que no me la soltaba y me dijo algo en francés merci, messie y no sé qué más»LUIS MILLARES SALL

“¡Presenten armas!”. Y entonces pasan revista a las tropas, “unas pocas francesas que habían y españolas que eran la mayoría claro”. Pasando revista, el general francés, “que había estado antes en la iglesia y me vio tocar, se para de repente, se me quedó mirando y le dice algo a los oficiales españoles que le acompañaban.

–¡Segunda fila, salga de la formación! –el general “nuestro” da la orden recuerda Totoyo. “Damos todos un paso a un lado”– ¡Y usted, dé un paso al frente!”.

“¡Y me señalaba a mí!”. Toda clase de pensamientos le asaltan la cabeza. “¡Ya coño, que me van a fusilar!¡Encima que toco el violín!”. Reconoce que estaba “cagado del susto”. Pero entonces se emocionó: “El general me agarró la mano que no me la soltaba y me dijo algo en francés merci, messie y no sé qué más”.

Después del acto los soldados se arremolinaban a su alrededor: “Coño, te saludó un general francés”. Y el legionario que tocaba el órgano con él en la iglesia: “¡Qué suerte tuviste! Tocamos bien, ¿eh?”. “La verdad es que sí, tocamos bien”. De hecho, recuerda incluso qué fue lo que interpretaron: el Largo de Handel, la Aria de la Suite en Re de Juan Sebastián Bach y otra pieza de Mozart. “Lo de Handel me acuerdo perfectamente, porque yo lo tocaba muy bien con el violín. Todas las tardes iba una horita a la iglesia a ensayar, que había un cura franciscano más bueno que el pan, y me daba incluso la merienda (me decía “Luisito, tienes ahí un vasito de leche y un bizcocho”). Me ponía donde estaba el órgano a tocar o también ensayaba en la cocina de la casa del cura”.

■ HABLAR CANARIO
“Pal carajo el violín”, corriendo tras un avión

«Yo estaba distraído mirando cómo amarrar el violín y lo metía en un cartucho, cuando me dice Medinilla: ‘¡Chacho, que el avión está saliendo!»

Finalizada la guerra, Totoyo no veía el día en que le llegara su licencia. Hasta que una mañana su compañero Medinilla, en Comunicaciones del aeródromo de Villa Cisneros, lo recibió y le avisó. “Yo no preguntaba sino cuándo salía el próximo avión”. Y le dicen: “Mañana sábado sale uno, no te lo pierdas”.

“Yo estaba distraído mirando cómo amarrar el violín y lo metía en un cartucho*, cuando me dice Medinilla: ‘¡Chacho*, que el avión está saliendo!”. “¿Qué dices?” respondió al tiempo que salía corriendo con la maleta en la mano, “solté el violín pal carajo y el avión empezando a rodar despacito. Y yo gritando. ¡Esperen! Los motores ya soltando llamarazos y yo medio asfixiado por los gases, me colgé al avión [agarrado a la puerta] y dando golpetazos con la maleta. ¡Bum. Bum! Entonces el mecánico abrió la puerta, ‘¡estás loco, te vas a matar!’. Metió la maleta y después me cogió de la mano y me subió”.

* VOCABULARIO
cachorro. Sombrero flexible, normalmente el de ala ancha que se usa en los campos canarios, al que también se denomina cachorra: “Canarismo es éste que con justicia asombra a los forasteros”, escribe Agustín Millares Cubas (citado en Tesoro lexicográfico del español de Canarias).

cartucho. “Bolsa de papel para llevar distintas mercancías de las tiendas. Actualmente sustituido por bolsas de plástico, el genuino ‘cartucho’ ya sólo se ve en las churrerías y en las cajas de turrones de las fiestas (Orlando García Ramos, Voces y frases de las Islas Canarias).

chacho. “Aféresis de muchacho, de uso cotidiano en las Islas. Es tratamiento afectuoso y desenfadado” (Orlando García Ramos, Voces y frases de las Islas Canarias) ●

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