Historia Oral

Doña Nieves: “Hubo un tiempo que me quedé yo sola trabajando”

Oficios del mundo rural / Productora de hilo de seda en La Palma

El 20 de junio falleció Nieves Jiménez (Doña Nieves) con 102 años. Dedicó su vida a una de las artesanías más singulares de Canarias, proporcionando hilo de sus gusanos de seda a las tejedoras de El Paso. Con 78 años, todavía en activo, recibió a Yuri Millares para una entrevista que se publicó el 11 de julio de 1997. [En PELLAGOFIO nº 98 (2ª época, julio-agosto 2021)].

Por YURI MILLARES

Rodeada de un bonito jardín tiene Florencia María Nieves Jiménez y Jiménez su modesta casa en Los Campitos, municipio de Los Llanos de Aridane. Lleva cincuenta años, aproximadamente, trabajando la seda, tal y como le enseñara su madre, que también era una artesana de este producto tan tradicional en La Palma —«Ella quitaba sedas ajenas, igual que yo, y las vendía»—. De aspecto delicado y mirada tranquila —«mis canas me honran», dice—, se muestra satisfecha con lo que le ha dado la vida que le ha tocado vivir. «Ser feliz es conformarse con lo que tenemos. Si yo hoy me empeño en tener un gran palacio no sería feliz, pero humildemente ofrezco lo que tengo».

Páginas de la entrevista a Nieves Jiménez publicada originalmente en el periódico ‘La Isla de La Palma’ el 11 de julio de 1997. | FOTO ARCHIVO PELLAGOFIO

«La seda estuvo a punto de extinguirse una vez —relata—. El Paso ha sido siempre la cuna de la seda, sin embargo, murieron las personas que se dedicaban a extraerla. La gente de El Paso venía entonces aquí, porque hubo una época en la que me quedé yo sola trabajando».

Fue cuando murió su madre y otra señora, más o menos de su edad. Afortunadamente, no se llegó a producir la desaparición de este tradicional oficio palmero. «Mi compañera Bertila, que es una de las tejedoras, y yo —se dedica Nieves Jiménez a la extracción de la seda de los capullos— tenemos la satisfacción de haber contribuido a que no se extinguiera»..

No abandonó nunca su dedicación a esta artesanía, pese a las otras muchas tareas que reclamaban su tiempo. «Recuerdo cuando mis hijos estaban estudiando: yo estaba muy apretada de trabajo, tenía muchos hombres en casa que atender». Pero en ese tiempo, señala, «era nueva; ahora me canso». Y añade para precisar: «No me canso de trabajar ni de pensar, pero la fuerza física se agota. Si hoy tuviese que depender del trabajo del campo no sé qué pasaría».

Sombreros de centeno
La labranza era una actividad que compatibilizaban con el trabajo artesano de la seda y, también, de lo que sembraban. «Cultivábamos centeno, para sacar grano y para la paja. Mi familia siempre hizo sombreros de centeno para vender. Yo también». Y explica cómo: «Se coge el centeno, se deja secar, se cogen las pajitas y se van apartando según el grosor para cada labor». Después había que trenzar las pajitas y coser las tiras hasta formar los sombreros, que servían tanto para protegerse del sol al trabajar como para lucirlos en las fiestas. Aquellos de mayor tamaño, éstos más pequeños, «sombreritos chicos», los llama ella.

Sombreros sigue haciendo, como sigue con a la seda, su principal dedicación o, al menos, por la que siente una afición especial, un cariño profesional, un apego familiar. «Yo nunca he cambiado de domicilio para ir a un trabajo, excepto a la feria, eso sí. He podido contribuir, gracias a Dios, a que no se destruyera la seda, porque siempre ha tenido épocas de más florescencia y de más decadencia. Ahora mismo, estarnos en una época en la que, no quiero decir que esté decaída del todo, pero hay poca mano de obra, por más que se han hecho cursos y hay gente que se interesa y aprende».

Doña Nieves «la de la seda» en en el jardín de su casa en Los Campitos. | FOTO YURI MILLARES

Nieves Jiménez se dedica a la extracción de la seda, lo que significa que cría sus propios gusanos, además de recoger los capullos de otros criadores. Este año, no obstante, no ha criado. «Ahora es la época», dice el día de esta conversación, «pero no tenemos la semilla».

Esa «semilla» del gusano de seda, los diminutos huevitos de donde eclosionan los voraces gusanos que dedican su vida a comer sin parar hojas de morera, por último «se estaba importando del Japón y habría bastante existencia que no han traído». Se refiere Nieves Jiménez al Ayuntamiento de El Paso, que es quien las trae y las distribuye entre las artesanas.

Un capullo, un hilo
El gusano requiere una esmerada atención por parte de los criadores y eso lo sabe muy bien
Nieves Jiménez. La buena calidad de la seda depende no sólo de la calidad de la raza (ahora se trae una nueva en La Palma, de Japón, que produce un hilo más blanco, antes se traía de Murcia y de Italia, con un hilo más amarillento).

En palabras suyas, «depende no sólo de la semilla, sino del cuidado que se tenga con la alimentación, porque son factores muy importantes la alimentación, la temperatura, la limpieza. Todo eso contribuye a que el gusano esté en buenas condiciones para que haga un buen capullo». Ese es el objetivo del criador: obtener los mejores capullos.

Y con los capullos realiza ella lo principal de su labor en este sector de la artesanía: extraer el hilo. «Cada capullo es un hilo, pero imagínese lo fino que es, que en cada hilito de estos —tiene una madeja de hilos que muestra en la fotografía— hay, por lo menos, de cerca de veinte capullos, capullos, es tan fino que hay que añadirle». Más asombroso aún que la extrema finura del hilo es la longitud del hilo de un solo capullo: «Los amarillitos suelen tener, un día que lo pude observar, 450 metros. Y otra vez observé los blancos, de la nueva raza japonesa, y tienen 800 y hasta 900 metros».

Los silenciosos, pero inquietos insectos, «segregan una babita que, cuando se pone en contacto con el aire, se solidifica y es lo que va formando el hilo». Por eso es un poco áspero, de ahí que tenga que lavarlo en un proceso que empieza por poner los capullos en agua caliente para sacar el hilo. «Después se ponen en un torno y se hacen madejas. Las madejas van a una devanadera grande que tenga el mismo perímetro que el torno. Después pasan a otros utensilios, unos que- se llaman sarjas, donde se van llenando los husos, y otros que se llaman redinas», va explicando. Son muchas las fases que hay que realizar con distintas tareas y hasta ahora sólo ha mencionado las primeras.

A continuación «la seda que va destinada al telar se tuerce y la que va destinada a tapar la tela se deja lacia. Pero antes de eso hay que lavarla y cocinarla con jabón». Precisamente, para quitarle esa aspereza de la que hablaba y para blanquearla. «Luego se pasa por un torno. En fin, por lo menos doce o trece procesos».

El telar —igual que su madre— es lo que no trabaja, algo que quizás lamenta. «Si lo hubiese tenido…», deja volar la frase para acompañar el viaje de su imaginación hacia lo que pudo ser pero no fue por azar de la vida.

En casa
Muchos años trabajó con su madre en casa, como otras mujeres se reunían en otras casas a hacer lo mismo, conversando durante horas en los tornos de las sedas. «En nuestro caso, las reuniones han sido familiares. Mi madre no fue de esas personas metidas en las casas de los vecinos. Y yo no he cogido nunca una labor para ir a otra parte». No vive por eso aislada, ni mucho menos. Tanto siente y vive el mundo cercano que la rodea, que traslada sus pensamientos al papel en forma de versos, aunque rechaza categórica que la califiquen de poeta.

■ HABLAR CANARIO
Décimas que hablan de alguna cosa imprevista

«Algunas veces me siento como inspirada y me salen algunas palabras que concuerdan unas con otras, pero eso no es ser poeta». Para ella, el poeta goza de una inspiración especial que no tiene fin y se manifiesta siempre. «Como yo no me considero escritora ni poeta, para qué vamos a lanzar las campanas al vuelo. A mí no me gusta presumir de nada».

Sus décimas hablan de «alguna cosa que ocurra imprevista», como las que escribió del temporal de 1987 y tituló: El gallo y el temporal. Dicen así:

El gallo se me perdió
como por encantamiento,
voló junto con el viento
y la casa abandonó,
porque el mal tiempo
rompió la puerta de su casita.
Ahora no sé dónde habita
pero lo oigo cantar
y pienso que ha de regresar
a estar con su gallinita.
La compañera está triste
esperando su regreso.
Cree que lo han puesto preso
y sin hacer ningún mal.
Sólo el hecho de volar
asustado por el viento.
Bajo este huracán violento
que todo lo destrozó,
nuestros campos arrasó
porque éstos son mu y bonitos.

«Y luego me dio por seguir. La bobería fue ésta, el gallo se me perdió. Empecé así, de broma, pero luego, en vista de que todo estaba tan destrozado y que yo quedé con vida, porque estuve a punto de haberla perdido, seguí».

En la zona platanera
de Tazacorte y Las Hoyas
esto sí que es una obra
que hay que empezarla de nuevo.
A todos nos causa duelo
el estado en que se haya,
se han caído las murallas
y los plátanos al suelo
y ya no hay otro remedio
que seguir con la batalla.

Fue en el domingo de Ramos
el día 12 de abril
y yo al señor le pedí
que calmara el temporal.
Siempre me suele escuchar
y me dio su protección.
De la muerte me salvó
y me parece mentira,
pues casi me cae encima,
un almendro que arrancó.

«Así mismo. De donde cayó el almendro a donde yo estaba no pasó ni un metro», explica.

Otro susto me cogí
aquel día por la mañana,
cuando llegué a la mañana
dentro de aquel gran asombro
por encima del escombro
caminar no se podía.
Era preciso aquel día,
porque había que cortar
para poder entregar
dos o tres piñas que había.

En la isla de La Palma
todo son lamentaciones.
Se llevó muchos millones
este tremendo ciclón.
Implorando protección
están los campos palmeros,
cuyos tristes cosecheros,
que sufren las consecuencias,
tendrán que tener paciencia
y volver a empezar de nuevo.

«Yo iba a coger un bejeque*, una plantita autóctona para traer a una cabrita que había y no tenía ese día otra cosa. Me dio por ir allí para coger y salir enseguida», relata sobre el episodio del almendro que casi la aplasta. «Y ahora veo yo esto y me parece que no lo hice yo», dice mirando al papel.

*VOCABULARIO
bejeque. “(Indigenismo prehispánico). Nombre común a varios endemismos florísticos canarios, especialmente el Sempervivum canariense L. y el Sempervivum urbicum hr.S”, cita el Tesoro lexicográfico del español de Canarias a Juan Régulo Pérez en Notas acerca del habla de la isla de La Palma

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