El camello en la vida rural de Lanzarote y Fuerteventura
En Arrecife, agua ‘zangoloteada’ y en Antigua, ‘tabloniando’

Lanzarote y Fuerteventura son las islas con una vida rural más vinculada al camello canario desde que éste llegó al archipiélago. De ello dan testimonio Juan Brito Martín y Andrés Rodríguez Berriel, que lo vivieron e investigaron. [En PELLAGOFIO nº69 (2ª época, noviembre 2018)].
Por YURI MILLARES
Entrevistados en diversas ocasiones para PELLAGOFIO en los últimos años, de aquellas largas conversaciones quedan aún declaraciones inéditas que incorporamos a este artículo –en este caso, centrados en el camello canario–, como homenaje a estos dos investigadores y divulgadores de la vida de hombres y mujeres del campo en las islas de Lanzarote y Fuerteventura: Juan Brito Martín (1919-2018) y Andrés Rodríguez Berriel (1936-2018), respectivamente.

Contaba Juan Brito que conoció “a Manuel Hernández, el hijo de seño Marcial Hernández –uno de los camelleros que llevó al rey Alfonso XIII durante la visita del monarca a Arrecife en 1906–, que siguió el oficio del padre y repartía agua por las calles de Arrecife. La casita de él estaba por detrás de donde está el bar Tintán hasta los años 60-70, que tiraron esa casita, que la podrían haber dejado como testimonio. Allí tenía él las cuadras de los animales”. Las tuvo el padre (que tenía era y allí trillaba) y después el hijo, que se dedicaba a repartir agua por los domicilios de Arrecife con su camello.
“Iba al muelle, venía el barco, cargaba agua y se iba por las casas repartiendo”, siguió Juan el relato para referirse a “una anécdota de la mujer que le lavaba los paños de la misa al cura”, ríe al pensar en la historia que está a punto de contar.
«¡Señor cura, no beba esa agua, que es el agua del zangoloteo del señor Manuel!, le dice la mujer que le lavaba los paños de la misa»JUAN BRITO
El camellero Manuel “iba por las casas repartiendo agua y una quería un cacharro de 10 litros, otro otra cantidad y así. Hacía echar la camella y tú sabes que los envases [barricas] cuando están mediados, con el zangoleteo*, los últimos litros tenían mucho gusto a madera. Esos últimos litros que le quedaban se los regalaba seño Manuel a la mujer encargada de los paños de la iglesia para que lavara la ropa. Manuel la llamaba el agua del zangoloteo. Y un día dice que la mujer tenía agua en una mesa por allí, el cura llegó, sacó el jarro para beber…. ‘¡señor cura, no beba esa agua, que es el agua del zangoloteo del señor Manuel!”, ríe de nuevo.
Para el reparto del agua llegaron después unas carretas grandes portuguesas de plancha y, posteriormente, un carrito de caja, más ligero. “De ellas tiraban mulas –recordaba Juan–. Los camellos de lo que tiraban era de esos bombos que llenaban de piedra para hacer carreteras. Tenían cadena por delante y por detrás, no tenían que darle la vuelta: llegaban a un sitio y enganchaban la yunta por un lado y después por el otro”.
Había muchas tahonas de camellos, incluso una que había en el islote de Alegranza era para camellos
Pero además de transportar agua o trabajar apisonando carreteras, cita otras muchas labores que realizaban estos animales (aparte de las propiamente agrícolas). Llevaban los ataúdes al cementerio “cuando era lejos” y eran quienes movían las piedras de moler el gofio en las tahonas, “con la almijarra*. También había tahonas de burros, pero pocas; de camellos, muchas”. Incluso una tahona que había en el islote de Alegranza era para camellos.
Cuando hablaba de camellos, Andrés Rodríguez Berriel hacía la relación de una interminable lista de tareas que realizaba en los campos majoreros. Eran una buena herramienta de trabajo: ara, tablonea* para hacer los trastones de las gavias, los muros exteriores; cuando se arranca el trigo y la cebada, para llevarlo a la era se le ponía unas angarillas encima con unas barcinas, se echaba la paja ahí y lo traía, trillaba después con un trillo, para el trigo; o con toros y vacas formaba lo que se llamaba la cobra, dando vueltas sobre la cebada en el calcadero*; llevar arena; cargar estiércol”.
«Tuve un tifus y mi abuelo trajo dos camellas, para darme leche de camella, y estuve cerca de tres años tomándola»ANDRÉS RODRÍGUEZ BERRIEL

“A mí me gustaba mucho montar en camello. Por ahí hay una foto mía subido en uno”, decía el propio Andrés, que fue alimentado de niño con leche de camella y fue cuando empezó a montar. “Eso fue una historia. Yo tuve un tifus y mi abuelo trajo dos camellas, para darme leche de camella, y estuve cerca de tres años tomándola. Cada mañana las ordeñaban y, aparte de eso, yo iba después por allí, la ordeñaba y me la bebía”. Tenía una “lucha constante con el guelfo”, reía al recordarlo, pues competía con la cría de la camella para beber la leche de la madre.
“El guelfo no me podía ver –volvía a reír–. Yo me subía sobre la madre y llegué a domar al guelfo porque cuando iba a mamar me dejaba caer sobre él”.
–Pero, ¿cómo te subías a la camella? –le pregunté.
–Por el cogote –contestó.
–Pero estaría de pie –insistí en mi curiosidad.
–Sí, de pie amarrada al pesebre. Yo trepaba al pesebre y subía al cogote y por allí trepaba, pum-pum, agarrado por sus pelos. Y después me dejaba caer sobre el guelfo, que tenía unas buenas lanas: me agarraba y no conseguía tirarme. Él intentaba entrar en una pequeña cuadra que había, con una puertita que si entra me degüella, pero yo le ponía las piernas a los lados de la puerta y no podía [entrar]. Hasta que se cansaba y se acercaba a la madre y yo volvía a trepar por la madre, porque si me llega a botar me destroza de dos patadas.
–Y acabaste domándolo.
«Mi abuelo cuando me vio me dice: ¡muchacho, que te mata el bicho ese!»ANDRÉS RODRÍGUEZ BERRIEL
–Sí. Llegó un momento en que lo cogía por las barbas, lo fuchía* y me montaba encima. Mi abuelo cuando me vio me dice “¡muchacho, que te mata el bicho ese!”, pero yo ya lo tenía domado –risas otra vez.
En el cementerio de camellos, susto de campeonato
En Lanzarote recordaba Juan Brito que había un cementerio para animales, a donde iban a parar los camellos, también burros y cabras, “justo detrás de la montaña Mina”. Guirres y cuervos se alimentaban allí. “Aquello no duraba nada. Bichos de esos había a montones en la isla y se lo comían todo”.
JUAN BRITO:
«Pancho era un pastor más ruin que el pescado salado viejo, muy bromista»ANDRÉS RODRÍGUEZ BERRIEL
“Hay una anécdota bonita de un pastor que era más ruin que el pescado salado viejo. Le llamábamos Pancho Rente. Compañero mío de la guerra, era muy bromista –hace el cuento–. Con un lazo cogió un guirre en el cementerio de los camellos, cuando los guirres y los cuervos iban a comer, ¡porque había montones!”.
“La isla estaba llena de bichos de esos. Un camello no duraba un día. Le puso una esquila (una cencerra de esas) y soltó al guirre. Claro, el guirre andaba por allí [con la esquila sonando]. Y una gente de San Bartolomé que tenía tierras por allí, iban a trabajar y sentía las esquilas palante y patrás, pero no sabían dónde. ‘Coño, estos pastores dejan las cabras atrás’, decían. Se volvieron locos buscando la cabra, hasta que ven volando al guirre y se les mete tal miedo en el cuerpo que llegan a San Bartolomé con la lengua fuera. ¡Las esquilas están en el cielo!, decían”.
*VOCABULARIO almijarra. “Palo […] de más de dos varas de diámetro, al cual va atado el camello cuando muele en las tahonas”, explica J. A. Álvarez Rixo de esta voz árabe, que llegó “después de la Conquista en cuya época con las piraterías de África se trageron muchos Moriscos cautivos” e “introdujeron algunos de sus vocablos […] que nada de esto era de los canarios”, como almijarra, “que son los palos corbos de las Tahonas camelleras”, o guelfos, “que son los camellos de pocos meses” (citado en el Tesoro lexicográfico del español de Canarias).calcadero. “Ruedo de mies en la era, para trillar”, explica el propio Andrés Rodríguez Berriel en el vocabulario de su novela Los Majalulos.fuchir. También tuchir. “Acto de arrodillar el camello, para cargarlo o montarlo. El camello monta a la camella cuando está fuchida” (A. Rodríguez Berriel, Op. cit.). tablonear. También tabloniar, “llevar tierra con un tablón tirado por un camello o una yunta” (A. Rodríguez Berriel, Op. cit.). zangoloteo. “Movimiento violento de algún líquido, agua o leche en cacharros, impreso para su transporte […]; el agua para Lanzarote, transportada en un correíllo, etc., hacía daño a aquel que lo tomaba, decían. Así, uno: «A mí me jase daño el agua de Arrecife porque es agua sangoloteada»”, escribe Pancho Guerra (Obras completas, t. III) ● |