Historia Oral

El caño era una pita y el agua, ferruginosa con gas

Juan no tuvo una infancia como los niños de hoy: con cinco años trabajaba en las sorribas de fincas, con siete se hizo barbero, y ambos trabajos los compaginaba repartiendo agua con gas en botellas que él mismo llenaba en la fuente de San Antonio. [En PELLAGOFIO nº 29 (2ª época, marzo 2015).]

Por YURI MILLARES

En el Diccionario de Historia Natural de las Islas Canarias de José de Viera y Clavijo podemos leer, en la definición de “Agua agria”, que “tenemos en nuestras Canarias distintas fuentes, merecedoras como en otros países, de particular atención” y cita las de Chasna en Tenerife y entre las más notables de Gran Canaria incluye a la de Guía. Son aguas que describe “aciduladas por la mezcla y disolución en ellas de un aire fijo o gas de tierra caliza llamado ahora gas carbónico, principio ignorado hasta estos últimos tiempos”. El historiador había viajado a París a finales del siglo XVIII y había entrado en contacto con los descubrimientos científicos de la época, asistiendo a conferencias del químico Sigaud de la Fond sobre los gases o ayres fixos recién descubiertos.

«Las de nuestras fuentes son aguas cristalinas, sin ningún olor ni color, y de un agrio que por el picante y agujitas que se perciben sobre la lengua, pudiera compararse al de la sidra»Diccionario de Historia Natural de las Islas Canarias

Niños recogiendo agua en una de las fuentes de Guía.| FOTO PACO RIVERO
Niños recogiendo agua en una de las fuentes de Guía.| FOTO PACO RIVERO/ARCHIVO FUNDACIÓN NÉSTOR ÁLAMO.
Con los aparatos que le proporcionó Sigaud de la Fond, Viera y Clavijo realizó en 1785 el examen analítico de las aguas de algunas fuentes en Gran Canaria, entre ellas la más famosa, en Teror. “Las de nuestras fuentes son cristalinas, sin ningún olor ni color, y de un agrio que por el picante y agujitas que se perciben sobre la lengua, pudiera compararse al de la sidra, ó vino nuevo que no ha acabado de fermentar”, escribió en su Diccionario. En la de Guía, precisa, abunda el hierro “y bien se echa de ver por el sedimento de ocre amarillo que deja en la tierra por donde corre”.

En esos textos no precisa a qué fuente de Guía se refiere, aunque en este municipio abundan fuentes y manantiales de los que Pedro de Olive señala en 1865 la existencia de seis fuentes y once manantiales, tanto de agua dulce como agria.

La fuente de San Antonio
Juan Molina el Barbero, vecino de Guía nacido en el barrio de Las Boticarias en 1935, conoció muy bien dos de esas fuentes y su descripción concuerda con la de Viera y Clavijo. De niño iba con sus hermanos a llenar botellas en la fuente de San Antonio (en el fondo del barranco de Guía, al pie de Hoya Pineda) que después vendía por el pueblo. Recuerda, en efecto, que era “agua con gas” y manchaba los envases “de color rojo, que a las botellas a veces teníamos que echarles aguafuerte para limpiarlas, para que se le cayera aquello y se quedara otra vez la botella blanca, porque se iba quedando todo colorado”.

“Era un agua buena –añade–. Y después estaba la de Tirior, bajando por el mismo barranco, aunque situada un poquito alta, pero le metieron los pozos por debajo y se la chuparon. Había un chorro bueno de agua agria”.

El agua de la fuente La Boticaria era prescrita por diversos médicos «como aguas digestivas para el tratamiento de diversas afecciones gastrointestinales»EDUARDO NAVARRO (Departamento de Farmacología, Facultad de Medicina, ULL)

Eduardo Navarro (del Departamento de Farmacología de la Facultad de Medicina, en la Universidad de La Laguna) escribe que “los manantiales con mayor trascendencia [de Guía] desde el punto de vista de la medicina popular fueron la fuente de San Antonio, situada en el pago de Hoya Pineda, cerca de la ermita del mismo nombre”, así como las “del Tirior y la de La Boticaria, situadas en el barranco de Guía. (…) Utilizadas como excelentes aguas de mesa fueron embotelladas de forma manual durante mucho tiempo”.

Prescrita por los médicos
El agua de la fuente La Boticaria era prescrita por diversos médicos de Gáldar y Guía “como aguas digestivas para el tratamiento de diversas afecciones gastrointestinales”, escribe Navarro en la revista Canarias Médica y Quirúrgica, en un artículo que también firma S.J. Alonso. La gran cantidad de pozos y galerías que se excavaron en la zona en la década de 1970 provocó que todas estas fuentes se secaran.

Juan no tuvo una infancia como la de los niños de hoy: “con cinco años llevaba ya dos o tres botellas” de la fuente de San Antonio, edad a la que empezó a trabajar en sorribas* de fincas en Parralillo y en Anzo. “Y con siete años trabajaba en El Calvario, en una finca de plataneras de don León Galván. Me soltaba a las seis de la tarde y a esa hora iba a aprender el oficio de barbero”.

Iba a una barbería del casco de Guía, en la calle Pérez Galdós (cerca de la iglesia), regentada por el barbero Juan Fernando, que trabajaba con otro barbero de nombre Pedro. Él llegaba allí y se sentaba a mirar, fijándome en lo que hacían “y después iba practicando poco a poco con los clientes, trabajo que después lo terminaba el dueño, Juan Fernando. Y los sábados me quedaba allí dentro [a dormir] para después a las cuatro de la mañana del domingo levantarme y empezar a trabajar. La misa era unas veces a las cinco y otras a las cinco y media. Y cuando era a las cinco, pues a lo mejor tiraba uno a las cuatro a pelarse, para estar pelado antes de ir a misa”.

«Los sábados me quedaba dentro [de la barbería a dormir] para después a las cuatro de la mañana del domingo levantarme y empezar a trabajar. La misa era a las cinco»JUAN MOLINA el Barbero

Fuente de agua agria en Guía.| FOTO PACO RIVERO
Fuente de agua agria en Guía.| FOTO PACO RIVERO (ARCHIVO FUNDACIÓN NÉSTOR ÁLAMO)
Muchos venían a misa desde el interior. “Había uno que venía del campo que tenía una querida en Las Palmas. Venía a la barbería montado a caballo con el sobrino, a pelarse y afeitarse, y el sobrino tiraba con el caballo para Montaña Alta hasta el lunes o el martes que volvía a buscarlo”.

Un chorro en el risco
Y por si fuera poco sorribar por la mañana y trabajar de barbero por la tarde, hacía caminatas a la fuente de San Antonio a llenar botellas de agua. “¡Iba mucha gente! De Becerril, de La Atalaya, de Guía, de todos sitios. Era un risco vivo, liso, con un boquete por donde salía el chorro. Nosotros poníamos una pita con un poco de hierba debajo, sujeta con una caña, y por ahí salía el chorro y llenábamos todo lo que traíamos”, que no era otra cosa que botellas de coñac recicladas para este uso.

En esos años en que todas esas fuentes manaban abundante agua, por el propio barranco corría el agua y había charcos donde Juan y otros muchos niños se bañaban, uno de ellos justo al lado de la fuente de San Antonio. “También había una mareta* más abajo, donde también llegué a bañarme, que apareció el encargado y nos quitó la ropa y estuvimos un rato sin ropa”.

“Por el barranco –continúa– bajaban cuatro o cinco azadas de agua noche y día, y con esa agua molían los molinos de gofio: el de don Florencio frente a la Cañada, el de Encarnita en el cruce de la Cañada con el barranco, y así por otros que había más abajo hasta el de Orihuela. Cuando se secó el barranco pusieron todos molinos de fuego*”.

■ HABLAR CANARIO
Con una caja de coñac se hizo una carretilla

Muchos eran los vecinos y las familias que obtenían ingresos para vivir vendiendo agua que embotellaban en la fuente de San Antonio. No importaba lo que hubiera que caminar. Para llegar al manantial sólo había una vereda por el barranco. Pero Juan se las arregló para, al menos por las calles de Guía, no tener que cargar las botellas al hombro.

JUAN MOLINA:
«Me hice una carretilla con una caja de coñac: le puse dos palos atrás para agarrarla y dos palos delante con una rueda de bicicleta»

“No sé si te conté cuando me hice una carretilla con una caja de coñac: le puse dos palos atrás para agarrarla y dos palos delante con una rueda de bicicleta. Y un día cojo y vengo con las botellas aquí –estamos hablando en Hoya Pineda, cerca de la fuente–, las lleno, por lo menos 14 botellas. En Guía cogí el saco con las botellas y lo metí en la caja de coñac, para a llevarla al Albercón de la Virgen, donde está el almacén de los Roque, que allí estaba Faustino para llevárselas. Y pasando por delante de la Disa me dio por correr, se me salió un radio de la rueda, tropecé, y di una vuelta por encima de la carretilla y las rompí todas. ¡Después de traerlas, llenarlas y llevarlas: cuando voy a entregarlas las rompo todas!”.

Las botellas “las buscábamos nosotros y otras nos la daban los dueños que nos hacían el encargo, botellas de tres cuartas. Se les ponía un corcho y las tapábamos. Nos pagaban por cada botella de agua dos o tres perras. A razón de cómo estaba todo en esa época, era el precio. Las mujeres se ponían el saco a la cabeza, los hombres al hombro. Había uno, Angelito, que vive en Becerril, que llevaba lo menos 40 botellas encima de las costillas. Después de llenar el saco de botellas, lo amarraba y lo metía en una albardilla”.

* VOCABULARIO
mareta. “Depósito de agua de cortas dimensiones, estanque pequeño” (Agustín Millares Cubas, en Cómo hablan los canarios).

molino de fuego. “Accionado por motor de gasoil o eléctrico” (Alfonso O’Shanahan, Gran diccionario del habla canaria).

sorribar. Preparar un terreno para su cultivo (varias citas en Tesoro lexicográfico del español de Canarias) ●

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