El Rolls de míster Leacock en el chapista

Testimonio del primer chapista que abrió un taller en el norte de Gran Canaria, que entre otras anécdotas cuenta cómo tuvo que ir a un garaje del conocido empresario y exportador inglés míster Leacock, a darle unos martillazos y enderezar los guardafangos de su prácticamente desconocido Rolls Royce descapotable, ya que se movía por las fincas de plataneras con su chófer en un Peugeot. [En PELLAGOFIO nº 9 (2ª época, abril-mayo 2013)].
Por YURI MILLARES

Para Nicolás Candelaria Jiménez, Lalo, próximo a cumplir los 83 años, era un mercadillo que no tenía comparación con ninguno de los que se celebra en la actualidad en esta isla, ni siquiera el de San Mateo. Venía, recuerda, “mucha gente”, por ejemplo de Agaete (latoneros que “eran muy célebres”, otros de una fábrica de zapatos, del valle traían naranjas y guayabos) y de los campos de la comarca, que venían con chochos (“iban en una hoja de ñamera”), con pichones para comer, ¡y con los quesos! Tampoco faltaban la loza de barro, con “bernagales y macetas de la Degollada”, y el sombrerero, que se ponía “al lado de la plaza Chica”.
El gentío todavía era mayor porque, recuerda Lalo, muchos sábados por la noche había “verbena de amanecida, hasta las seis de la mañana para después ir a misa. Incluso el cura se ponía con una sillita delante de la puerta de la iglesia, viendo a todo el mundo bailar”. Después de la misa el mercadillo ya estaba instalado ante el templo, incluyendo “una churrería ambulante en la plaza Chica, con una mesa grande y unas cocinillas enormes donde se hacía churros y café”. ¡Los que empataban verbena y misa, todavía podían desayunar y dar una vuelta por el mercadillo!
«Venía uno que bajaba con un burro vendiendo manzanas y peras. Pero cogía cada chispa… ¡De ron; aquí vino no se tomaba!»LALO CANDELARIA, chapista
Pero la actividad comercial de la ciudad no se limitaba a los domingos, y las calles estaban entonces repletas de tiendas de comestibles, carpinterías, herrerías, panaderías… A muchos de los campesinos y arrieros que bajaban de los campos con sus mercancías los veía pasar Lalo por delante del taller de chapa que abrió a finales de los años 40 en la trasera de la ermita de San Roque, en la parte alta de esta pequeña ciudad feriada.

El fotógrafo de Guía, Paco Rivero, también pasaba por delante del taller y se detenía a veces para retratar los vehículos llenos de abollones
Fotografías y abollones
El fotógrafo de Guía, Paco Rivero, también pasaba por delante del taller y se detenía a veces para retratar los vehículos llenos de abollones. El archivo con sus fotografías está depositado en la Fundación Canaria Néstor Álamo, que cede algunas para mostrarlas al entrevistado. Lalo enseguida reconoce sus historias: el Peugeot 403 de Juan Guerra con el diferencial desmontado, el furgón Volkswagen de Emilio que cayó a la presa de los Pérez y se lo trajeron para aprovechar el motor y otras piezas, “el pirata* de un tal Amaranto” que se llevó un golpe en el túnel de la antigua carretera del Norte…
Y no aparecen en ninguna fotografía, pero Lalo da testimonio de ello, también aplicó su martillo a los coches de míster Leacock, el conocido empresario y exportador inglés que se había afincado en la comarca. Y no sólo el Peugeot con el que solía moverse, sino el Rolls Royce que guardaba en un garaje “con la guerra y todo eso”.
“Míster Leacock se fue a Inglaterra cuando aquella rimbi-ramba que hubo que si era comunista, que si esto, que si lo otro. Lo cierto es que tenía un Rolls Royce y fui abajo a enderezarlo, en los garajes que tenía. Vino aquí el chófer y me dijo que si a mí no me importaba. Digo: «Sí, yo se lo arreglo». Dice: «Coño, pero arreglarlo abajo». Y fui abajo a los garajes y se lo arreglé allí”.
Un precioso Rolls descapotable de color morado al que Lalo enderezó los guardafangos algún año de la década de los 50 que no recuerda con precisión. “Eran de aluminio, ¡pero eran más duros que el carajo! Allí tuve que enderezar los cuatro guardafangos y los estribos, porque era de estribos por fuera, de aquella época”.



La latonería como aprendizaje
Lalo Candelaria abrió su taller de chapa en el año 1949. Se decidió a ello después de pasar un tiempo trabajando en la latonería de su padre, que también ejercía de fontanero, en un taller con techo de plancha. Allí se dedicaban a “ponerle fondo a los cacharros y hasta a las escupideras, se rompían y había que arreglarlas”. Trabajaban aprovechando “latas viejas, porque no había nada nuevo. El que conseguía una lata de aceite, aquello era un tesoro”. Y de los cacharros pasó Lalo “a enderezar guardafangos*, puertas y esas cosillas y se me fue dando”, hasta que consiguió que un vecino le dejara instalarse en un pequeño garaje. Allí desarmó el primer coche, un Vanguard al que se le quitó la carrocería, se raspó el chasis y se arregló “tornillo por tornillo”. Y “así fue aumentando aquello y puse hasta empleados”. Ocho empleados, que trabajaban en la calle donde se alineaban, junto a la tapia del desaparecido cementerio de San Roque, coches y camiones de toda la comarca.
*VOCABULARIO guardafango. Guardabarros de los coches (un “americanismo”, señala J. Régulo Pérez, citado en Tesoro lexicográfico del español de Canarias). pirata. “Taxistas de ciertos pueblos grancanarios, que durante un largo tiempo se dedicaron al transporte interurbano con el sistema de ‘cobro individual’, haciéndole así la competencia a los ‘coches de hora” (O. García Ramos, Voces y frases de las islas Canarias). pizco. “…una pequeñita cantidad de algo –escribe Pancho Guerra (Obras completas III. Léxico de Gran Canaria)–, líquido o sólido: un ‘pizco’ de queso, un ‘pizco’ de café, y por antonomasia un ‘pizco’ de ron. Con decir ‘échame un pisco’, ya se sabe que es un vasito de ron”● |