Historia Oral

El tomate que dio vida a los puertos en Canarias

En los años dorados del tomate canario, tras la Segunda Guerra Mundial, los muelles eran lugares de un movimiento incesante e intenso de mercancías, personas y vehículos… y de un sinfín de problemas. [En PELLAGOFIO nº 47 (2ª época, noviembre 2016)].

Por YURI MILLARES
Extracto del libro ‘Memoria colectiva del tomate en Canarias’

Los principales puertos de Canarias vivieron un gran desarrollo de sus infraestructuras y servicios con la vida que les dio la agricultura de exportación. Los muelles eran lugares de un movimiento incesante e intenso de mercancías, personas y vehículos… y de un sinfín de problemas que había que resolver para que la fruta saliera en los barcos puntualmente a su destino.

«En los años 50 hay una expansión enorme, los exportadores cada vez eran más, era un negocio boom»FRANCISCO CRUZ, ex jefe de exportación en Juliano Bonny

El primer obstáculo que había que salvar era la autorización para exportar y que no requisaran la mercancía en el muelle. Los inspectores del SOIVRE (Servicio Oficial de Inspección, Vigilancia y Regulación del Comercio Exterior) “comprobaban el estado de la fruta y el cupo, si te pasabas del cupo aunque hubiera sitio en el barco, lo paraban”, relata Francisco Cruz, ex jefe de exportación en la empresa de Juliano Bonny, cuando, en efecto, Canarias reanuda sus exportaciones de fruta tras la Segunda Guerra Mundial. “En los años 50 hay una expansión enorme, los exportadores cada vez eran más, era un negocio boom”, dice.

Francisco Cruz (ex jefe de exportación en Bonny) y Sebastián Mayor (antiguo exportador), en el puerto de La Luz. | FOTO YURI MILLARES
Francisco Cruz (ex jefe de exportación en Bonny, a la izquierda) y Sebastián Mayor (antiguo exportador), en el puerto de La Luz y Las Palmas. | FOTO YURI MILLARES
Había barcos que ya venían cargados y tenían poco espacio disponible en sus bodegas. “Por ejemplo, el Black Watch y el Black Princess [de Fred. Olsen] que salían los domingos y siempre dejaban fruta en tierra –recuerda–. Nos formaban unos líos increíbles, había que documentar la fruta sobre la marcha y ver cuánto se quedó en tierra para cerrar el manifiesto del barco, y no había ordenadores como hoy. Para que el barco se llevara la documentación era un trabajo de chinos”.

«No había ordenadores como hoy. Para que el barco se llevara la documentación era un trabajo de chinos»FRANCISCO CRUZ

Picaresca de exportadores
Para cargar un barco con tomates los estibadores podían tardar tres o cuatro jornadas, trabajando turnos de 8 horas partidas (más tarde se acortó a 6 horas) durante las 24 horas del día en varios turnos. Los trabajadores portuarios realizaban la estiba previo aviso, con suficiente antelación, para que “nombraran la mano”, es decir, designaran quiénes iban a realizar el trabajo en el horario que se les indicara… pero a veces el barco no llegaba en hora lo que daba lugar a situaciones como la que relata Sebastián Mayor, antiguo exportador.

“En una ocasión que enviamos a Las Palmas un barco desde Fuerteventura por la noche –comienza su historia– teníamos que avisar a las ocho de esa noche para que los estibadores nombraran la mano que iba a estar al otro día, en el muelle, a las ocho de la mañana para descargar”. El problema para el exportador era que “si el barco se retrasaba por mal tiempo o lo que fuera, si en lugar de llegar a las ocho llegaba a las diez, debía pagar igualmente la mano de obra de los estibadores durante esas dos horas que estaban esperando en el muelle sin hacer nada”. Por eso, reconoce, “había cierta picaresca por parte nuestra” y los exportadores a veces no avisaban sin saber antes a la hora que iba a llegar su barco.

«Al llegar al muelle me dicen que los portuarios se niegan a descargar el barco porque esa mano no estaba nombrada»SEBASTIÁN MAYOR, antiguo exportador

Años 60 del siglo XX. Estibadores con seretos de tomates en el puerto de La Luz y Las Palmas.| FOTO LARA (AFHC-FEDAC)
Años 60 del siglo XX. Estibadores con seretos de tomates en el puerto de La Luz y Las Palmas.| FOTO LARA (AFHC-FEDAC)
“Y ocurrió que yo estaba en Fuerteventura y vine el domingo por la mañana al muelle, en Las Palmas –llega ya al meollo del relato–. Al llegar me dicen que los portuarios se niegan a descargar el barco porque esa mano no estaba nombrada. Y si los portuarios no descargaban los tomates en lugar de salir el tomate en el barco del domingo, salían en el del miércoles y había una pérdida económica enorme. Me acuerdo que el jefe de los portuarios, Benigno, vivía por [una zona de Las Palmas que se llama] Fincas Unidas y si él no daba la orden, el barco de Fuerteventura no se descargaba. Me fui con don Francisco y le tocamos en la puerta de la casa. Salió y le dijimos lo que pasaba. Entonces nos contesta: ‘Paco –se dirige a Francisco Cruz–, vamos por ti, porque si no, no iríamos’. Y mandó a la gente a descargar el barco”.

Francisco Cruz, “era un hombre al que le tenía un enorme afecto toda la gente que trabajaba en los muelles, no sólo los portuarios, era toda una institución. El poder que él tenía entre los portuarios no lo tenía nadie”, recuerda agradecido Mayor. “Es verdad –reconoce el aludido–. No es que me los ganara por comprarlos, me los ganaba por cómo soy en el trato con los demás y en la palabra que doy”.

■ HABLAR CANARIO
Los camioneros… ¡haciendo cola durante días!

Otra complicación en la organización de la vida portuaria era el propio espacio que había en los muelles. No existían los tinglados ni los edificios que hay ahora. La mercancía estaba amontonada al aire libre “y cuando llovía, la tapábamos con encerados”, recuerda Francisco Cruz. La falta de hueco retenía a los camiones que llegaban para descargar desde el interior de la isla ¡incluso días, formando interminables colas!

FRANCISCO CRUZ:
«¡Y pobre del que quisiera ponerse delante, porque había unas peleas tremendas!»

Eso lo vio y vivió el jefe de exportación de Bonny: “A veces llegaban barcos de paso y avisaban: va a llevar 20 mil bultos*. Y los camiones descargaban por orden de llegada al muelle. Yo tenía en el almacén tres camiones de tomates, por ejemplo, y les decía: ¡al muelle! Y se ponían en cola. Y entre unos y otros se formaban unas colas larguísimas de camiones y camiones, uno detrás de otro. A veces hasta tres días y el camionero allí, esperando con el camión… ¡y pobre del que quisiera ponerse delante, porque había unas peleas tremendas, claro! Entonces venían del SOIVRE con los vales para cada camión, éste 300, éste 700, y los iba sumando hasta llegar a los 20 mil bultos. Entre tanto, llegaba el aviso de otro barco y vuelta a empezar. Y por eso eran esas colas en los años 60 y 70, hasta que empezó a modernizarse el puerto”.

VOCABULARIO
bulto. En el habla del canario, es la “bolsa de tela que usaban los niños para llevar a la escuela libros, pizarras, pizarrines, etc.” (citado en Tesoro Lexicográfico del Español de Canarias), pero para los marineros es “bala de mercancía” y si hablamos de tomates, el sereto o caja de 6 kilos ●

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