Historia Oral

En casa, viña, papas… y molino de gofio

“Este es el molino del Calvario. Tiene su historia. Más de un siglo”, empieza a hablar Miguelina Rodríguez Pérez al abrir la puerta y brindarnos entrar en una vieja casa, en estado de semiabandono, junto a la carretera que le da nombre. [En PELLAGOFIO nº 23 (2ª época, septiembre 2014).]

Por YURI MILLARES

En el interior del molino de gofio de El Calvario vemos que conserva todo su equipamiento, pero con signos evidentes de llevar varios años fuera de uso. Tras el mostrador, están las piedras que molían sobre una plataforma de madera; detrás, la maquinaria que lo hacía mover y la otra que tostaba el grano.

Miguelina Rodríguez Pérez trabajó en el molino de gofio de El Calvario (Tacoronte) más de 30 años, hasta que lo cerró en 2002.| FOTO TATO GONÇALVES
Miguelina Rodríguez Pérez trabajó en el molino de gofio de El Calvario (Tacoronte) más de 30 años, hasta que lo cerró en 2002.| FOTOS YURI MILLARES (cabecera) Y TATO GONÇALVES

“La joya es el motor de gasoil alemán Deutz. Estuvo no sé cuántos años sacando agua de un pozo, no sé si de Valle Guerra, y después lo trajeron al molino y estuvo funcionando más de 80 años. Para arrancar el motor había que usar una botella de aire y una mecha”. Ni los propios fabricantes de la marca se lo creían, cuando vinieron a verlo 80 años después y seguía funcionando.

Anteriormente, el molino hacía girar sus piedras gracias a un motor de vapor y “tuvieron que tirar un trozo de pared de la casa para sacar la máquina de vapor y entrar la de gasoil. El motor lo montó aquí un señor –que se dedicó al molino de gofio– que se llamaba Casimiro Marrero. Después se fue a Las Palmas y se lo dio a un señor que se llamaba Julián. Y ese a uno que se llamaba Aureliano Bonilla, que estuvo trabajando aquí 40 años y cuando ya tenía 80 años de edad y no podía subir la escalera ni nada, como nosotros vivíamos en una casita vieja aquí detrás, siempre le decía a mi marido: “Cuando yo quite el motor te vas a quedar tú con él”.

Para arrancar el motor Deutz del molino había que usar una botella de aire y una mecha

Miguelina junto a la tostadora del grano del molino de El Calvario.| FOTO TATO GONÇALVES
Miguelina junto a la tostadora del grano del molino de El Calvario.| FOTO TATO GONÇALVES

Miguelina, nacida en 1937 en el barrio de El Socorro del municipio tinerfeño de Tegueste, en el seno de una familia numerosa dedicada a la agricultura, fue a El Calvario en Tacoronte cuando se casó, a la edad de 26 años. Aquí ayudaba a su marido en las labores del campo, donde tenían viña y cultivaban papas junto a la casa. Por eso, cuando el molinero Bonilla les ofreció el molino, al marido apenas se le ocurrió responder “¿Yo? Yo no sé de eso”.

Pero el viejo molinero no quería ver cerrar el molino e insistió: “Pues aprendes. Aquí tienes tú la comida y la tienes en la puerta de tu casa. Así que el más indicado eres tú que vives aquí mismo”. Al consultarlo en casa con Miguelina, le dice: “Si fueras otra, cogía el molino”. Ella entonces le pregunta: “¿Si fuera otra? ¿Por qué?”. “Sí, para que me ayudaras a trabajarlo”. Ella insiste: “Yo lo que quiero es trabajar”. Y al final se pusieron los dos al frente del molino “y estuvimos como 30 años”.

En el molino de El Calvario. Miguelina hacía gofio de millo del país y de trigo importado.| FOTO TATO GONÇALVES
En el molino de El Calvario. Miguelina hacía gofio de millo del país y de trigo importado.| FOTO TATO GONÇALVES

“Hacíamos gofio de trigo, de millo, de mezcla con otros cereales como garbanzos y cebada. De un año para otro casi siempre tenía millo del país y lo vendía en el mercadillo como gofio del país. Y había gente me decía: eso no es gofio del país”.

Ella respondía: “Mire, no me ofenda, porque me está ofendiendo”. Pero era normal que el cliente desconfiado siguiera en sus trece: “¿Dónde coge usted el millo para tener gofio del país?”. La respuesta era contundente: “La gente que tiene una huerta de millo y no lo gasta ¿dónde lo va a vender?”. El cliente responde con naturalidad, “al molino”. “Ah, pues eso es lo que hacemos nosotros, comprar ese millo”. Y explica al periodista, para este reportaje, “que muchas veces me veía que no quería comprar mucho para que no se me picara. Y yo les decía a los agricultores ‘aguanten un poco y yo se los voy sacando’. Pero el trigo sí venía de fuera”.

«Al chan chan de mi molino / le doy a la cernidera, / las granzas que van cayendo / por el suelo juguetean»MIGUELINA RODRÍGUEZ, molinera

Miguelina Rodríguez nos recita una poesía que describe el oficio de molinero, pero que no podemos recoger en nuestra grabadora. Por suerte, lo encontramos en otro artículo dedicado a ella en La Opinión de Tenerife. “El chan chan de mi molino”, lo titula.

Dice así:
Al chan chan de mi molino
le doy a la cernidera,
las granzas que van cayendo
por el suelo juguetean.

Al chan chan gira el volante,
al chan chan gira la piedra,
que así girando tritura
los granos que da la tierra.

Un blanco saco lo espera,
oliendo a recién planchado,
a ese gofio blanco perla
que en la era fue dorado.

Manjar que un día los guanches
por herencia nos dejaron
y hoy, a través de los siglos
con orgullo conservamos.

No te avergüences canario,
comámoslo con honor,
que nuestros padres dejaron
a sus hijos lo mejor.

■ HABLAR CANARIO
El gofio para ratones lleva veneno

Cuando se pone a repasar cuántos molinos de gofio había en el municipio de Tacoronte (Tenerife) hace unas décadas, Miguelina Rodríguez se toma su tiempo y debe hacer un esfuerzo de memoria, pues había muchos. De ellos apenas queda funcionando el de Aguagarcía. Pero ella se acuerda de unos cuantos más que, los nuevos hábitos de consumo y la nueva estructura del comercio que ha marginado a las pequeñas tiendas, han ido pasando a la historia.

MIGUELINA RODRÍGUEZ:
«Parece que hicieron un gofio para envenenar a los ratones y después llegó el hijo y en vez de coger el gofio de la lata cogieron el del cartucho y se envenenaron»

“Había un molino viejo en la plazoleta junto a la farmacia, que hasta hace poco estaban las piedras allí; había otro en La Caridad, el molino de Benjamín que le decían; otro saliendo en Los Naranjeros…”, y sigue hasta que menciona uno “que estaba más allá de la estación” con una terrible historia. “Parece que hicieron un gofio para envenenar a los ratones y lo tenía el padre en un cartucho, separado, pero después llegó el hijo porque iban a hacer un tenderete* y en vez de coger el gofio de la lata cogieron el del cartucho* y se envenenaron. No sé si murieron algunos”, recuerda. Tampoco funciona el del Calvario, que ella y su marido regentaron más de 40 años. “Mi marido ya estaba enfermo y en el 2000 me operaron a mí del corazón. Como no tenía lo suficiente cotizado, seguí abierto como un año y medio más, me hacían el gofio y yo lo despachaba, hasta que ya lo cerré definitivamente”.

* VOCABULARIO
cartucho. “Bolsa de papel fuerte, destinada a envasar en el comercio mercancía a granel”, define Pancho Guerra, Obras completas. III. Léxico de Gran Canaria. “Actualmente sustituido por bolsas de plástico, el genuino cartucho ya sólo se ve en las churrerías y en las cajas de turrones de las fiestas”, añade O. García Ramos (Voces y frases de las Islas Canarias).

tenderete. En este caso, “reunión de músicos con guitarras, laúdes, bandurrias, timples, etc., para festejar algún acontecimiento” (Orlando García Ramos, op. cit.) ●

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