Historia Oral

En la serrería, 100 chicas y 70 chicos, se casaron un montón

Oficios del mundo rural / Operario fabricando cajas para exportar papas

En una vieja cartera que tiene en su mesilla de noche, guarda Juan Oliva cinco viejas fotografías que le hizo un fotógrafo ambulante en la serrería donde trabajaba, apenas con 20 años, y donde una máquina le cortó varios dedos. «Son de cuando era pibe, ni mi mujer sabía que las tenía», dice cuando las rescata para PELLAGOFIO. [En PELLAGOFIO nº 119 (2ª época, junio 2023)].

Por YURI MILLARES

Chichilo, como conocen los de su generación a Juan Oliva, tiene mucho que contar a sus 79 años. Pasó de niño cabrero en los montes de Vilaflor en los años 50 —donde se comunicaba con el lenguaje silbado de los pastores isleños—, a operario de una serrería en los 60 —aquí también hablaba con el silbo con uno que era de El Hierro, por cierto—, haciendo cajas para exportar papas de semilla inglesa de Tenerife al Reino Unido.

En esos años 50 y 60 del siglo XX numerosos fotógrafos ambulantes recorrían Tenerife, cada cual por su zona, cámara en ristre. A ellos se deben las imágenes de los trabajadores de la época, ya fuera sorribando tierras en Valle Guerra (caso del conocido Vicente P. Melián), o, como en este caso (de fotógrafo que desconocemos), retratando a hombres y mujeres de la Serrería El Pilar, en El Chorrillo. «Todos los sábados venía un fotógrafo a hacernos afotos. Y hacía un montón. De los 170 que éramos, que se la sacaran 70 a una o dos pesetas que nos podía cobrar, ganaba más que nosotros por la semana», ríe.

«Las fotos las tengo guardadas en una cartera de cuando yo era pibe y ni mi mujer sabía que las tenía. Yo creo que fue la primera cartera que tuve. Siempre ha estado en mi mesa de noche y a mi mujer no le gusta mirar en mis cosas. Hasta ella se quedó asombrada cuando las vio», ríe y muestra cinco fotografías en blanco y negro, de bordes troquelados. Con ellas ilustra el relato de sus años de juventud trabajando aquí.

«La primera serrería que hubo, donde primero pegaron a hacer las tablas para exportar las papas quinegua*, estaba donde está ahora el santorio [monumento] del Hermano Pedro en Vilaflor», recuerda Chichilo. Y no porque allí se cultivaran muchas papas. «No se daban por el frío. Solamente llegaban hasta La Escalona, ahí sí se podía. Y preciosas. Todas parejitas, como si fueran vitoladas* todas», añade.

«Cuando faltaba, se pedía a Galicia, que venía en flejes de 50 o 60 tablas. Venían camiones y camiones»JUAN OLIVA

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Manolo, hermano de Juan Oliva, en un sinfín que cortaba la madera de los troncos a la medida necesaria antes de pasar a otra máquina que sacaba las tablillas para las cajas. | FOTO ARCHIVO PELLAGOFIO (CEDIDA POR JUAN OLIVA)

La razón era que se empezó cortando el pino canario y era allí donde estaba el pinar. Hasta que los socios la trasladaron a la finca El Pilar, que compraron en el municipio del Rosario (en tierras donde hoy se ha expandido Santa Cruz de Tenerife). Había nacido la Serrería El Pilar, ya con ese nombre. La madera venía ahora de diversos lugares de la isla, pino insigne y eucalipto.

«Cuando faltaba, se pedía a Galicia, que venía en flejes de 50 o 60 tablas. Venían camiones y camiones. Me acuerdo de que, una vez, uno levantó el volquete y como no corrió la madera porque estaba húmeda, el camión se volteó completo —ríe—. Tuvieron que traer una grúa».

La plantilla era de 170 operarios: 100 mujeres y 70 hombres. «Y todos eran jóvenes y solteros, excepto uno que era carpintero para arreglar las cositas que hacían falta. Se casaron un montón, ¡pero un montón! Se hacían novios y se casaban. Hasta yo estuve medio entusiasmado con una. ¿Juventud con juventud qué va a ser? Se pasó muy bien. Hacíamos nuestros grupitos, mezclados hombres y mujeres», dice.

«Había unas máquinas cosedoras que iban poniendo las grapa, hasta que llegaron otras máquinas donde colocar «rollos de verga que la dejaba derechita: era para la tranca de la tapa. A la gente que iba allí la llevaban a ver las máquinas aquellas», relata

Además de cortar la madera en tablillas a la medida de las cajas (20×50) con unas grandes sierras —una de las cuales le seccionó varios dedos—, había unas máquinas cosedoras que iban poniendo las grapa. Hasta que llegaron otras máquinas donde colocar «rollos de verga* que la dejaba derechita: era para la tranca de la tapa».

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Una de las fotos que guarda Chichilo. Aquí con las también operarias de la serrería Juana y Servanda haciendo los cabeceros de las cajas. | FOTO ARCHIVO PELLAGOFIO (CEDIDA POR JUAN OLIVA)

El horario de trabajo era de ocho de la mañana a cinco de la tarde. «A veces, hasta las seis —puntualiza—. Pero yo, por ejemplo, estaba hasta las nueve de la noche, porque estaba en una máquina que forzosamente tenía que trabajar para darle avío a las vergas que llevaba. Aquello era precioso. A la gente que iba allí la llevaban a ver las máquinas aquellas», relata.

Las tablitas de aquellas cajas «eran finitas», describe. Cajas que tenían «cuatro amarres, dos por las esquinas y dos por el centro. Más los barrotes de las esquinas que eran de eucalipto. ¡No cortamos nosotros eucalipto!, que se te ponían las manos negras del zumo del eucalipto y no había con qué limpiarlas [en ese tiempo, ni gasoil ni nada». Juan Oliva estuvo trabajando en la Serrería El Pilar lo que duró abierta, nueve años.

«Hasta que cerró. Se metió el cartón y nos dejó a todos en la calle. Después trabajé ocho años en la empresa Diego Luz y Compañía, que hacía tejas y ladrillos. Hasta que se murió uno de los dos viejitos y al otro no le hacía falta y cerraron».

■ HABLAR CANARIO
Un cocinero y una perola para los 16 de Vilaflor

JUAN OLIVA:
«Hacía potajes, rancho, macarrones, pescado con papas arrugadas y poco más. Que estoy hablando del año sesenta y algo»

Cuando la serrería se trasladó desde Vilaflor a El Rosario, 16 jóvenes del pueblo se mudaron con ella. Juan Oliva era uno de los que se trasladó. Dormían y comían allí. Hasta tenían su propio cocinero.

Los otros 154 operarios venían cada día «de Barranco Hondo, de Taco, de Barranco Grande, de El Chorrillo, de El Tablero, de cerca de La Esperanza, de Llano del Moro, de El Sobradillo, de todas las zonas, y esa gente traía su almuerzo», dice.

Para el desayuno de los 16 de Vilaflor «venía una señora con un saco de pan. En ese tiempo lo básico era pan con mantequilla y un vaso de café. No había leche envasada como hoy».

Un día a la semana «nos traía un señor la compra. Manolo, el cocinero, le escribía lo que le hacía falta y venía un furgón grande a traerlo. Para comer había una mesa grande de tablones y todos sentados alrededor. Nos ponía de todo».

¿Carne de cabra? «No, eso no —ríe—. Hacía potajes, rancho, macarrones, pescado con papas arrugadas y poco más. Que estoy hablando del año sesenta y algo. Hacía una perola así de grande —hace el gesto con los brazos—, una para el almuerzo y otra para la cena. También hacía unos arroces tremendos. Y gofio, que teníamos un lebrillo* así [de grande] y no quedaba ni un pizco. ¿Usted sabe lo que es dieciséis personas, con 19 o 20 años, comiendo?».

*VOCABULARIO
quinegua. «Las papas importadas se conocen con el nombre general de ‘papas de fuera’. Pero las King Edward eran especialmente apetecidas, y los campesinos se vieron precisados a diferenciarlas de las otras. Tomando el nombre al oído, fue eufonizado como ‘papas quineguas’» (Juan Régulo Pérez, Notas acerca del habla de la isla de La Palma).

lebrillo. «Vasija de barro más ancha por el borde que por el fondo, que se emplea para amasar o escaldar el gofio o para fregar la loza» (cita a Marcial Morera el Tesoro lexicográfico del español de Canarias).

verga. (Tb, verguilla) «Hilo metálico no muy fino» (cita a M, Morera el Tesoro…). Y añade: «…a través del portugués han entrado en el archipiélago muchos elementos marineros con acepciones de tierra firme».

vitolada. Elegancia. Tb, avitolado: «Aquí se dice cuando se quiere que algo quede bien: “Que quede lo más avitolado posible”» (Antonio Martí, Ansina jabla la isla).

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