Horas extras en el varadero para construir a Moby Dick

Juan Socorro fue uno de los trabajadores que construyó la ballena para el rodaje de la película que protagoniza Gregory Peck. “Era un tipo muy alto y simpático. Venía casi a diario y saludaba muy cordialmente a todos los mecánicos y a toda la gente que colaboraba”, recuerda. [En PELLAGOFIO nº 21 (2ª época, junio 2014).]
■ Primera entrega de la serie de reportajes dedicados a los protagonistas y testigos del rodaje de la película Moby Dick en Las Palmas de Gran Canaria. Contribución de PELLAGOFIO al proyecto #savemobydick para dotar a la ciudad de hitos que señalen este hecho ● |

Por YURI MILLARES

El estreno de la película (que tuvo lugar en 1956) lo pilló en su destino como canario emigrante. “La película la vi en Venezuela. Estaba recién llegado allá y fuimos a verla, porque me traía muchos recuerdos. ¡Y me quedé asombrado cómo quedó y cómo se movía aquel animal!”, se ríe. Y ríe, además, porque vio no sólo cómo se construyó la ballena, sino cómo se rodaron muchas de sus imágenes.
«Donde más gocé yo fue en Venezuela, cuando vi la película. Ver aquella ballena cómo se tragaba a los barcos. ¡Y era una chata! [barcaza]»JUAN SOCORRO

Las chatas eran unas barcazas de unos siete metros de eslora y unos tres de manga, describe, que se usaban en el puerto para suministrar carbón y agua a los barcos, con la diferencia de que si era “era aljibe iba tapada para que el agua no se saliera”. Las reparaban en el varadero, así como los remolcadores más pequeños de la empresa. Barcos más grandes no cabían aquí, aunque ellos se dedicaban a reparaciones en todo tipo de barcos, “ingleses la mayoría, que venían del Lloyd inglés”, para lo que con frecuencia subían a bordo. Así estuvo unos 11 años, hasta que decidió irse a su “Venezuela del alma” otros diez años de su vida.
Tuvo la suerte de encontrar trabajo a los 15 días de llegar, en una planta eléctrica que estaba cerca de La Guayra. “Y claro, aquello era lo mío. Entré en pruebas y a los pocos días hubo que reparar una turbina, con un americano que Dios lo tenga en la gloria porque ya debe haber muerto. Hablaba muy bien español”. Juan era un hombre joven con ganas de trabajar y progresar (“yo me comía los hierros”, ironiza) y cruzarse con aquel americano fue lo mejor que le pasó (“porque el americano defiende al que trabaja”).

“¡Y me subieron del bolichazo* ocho bolívares, me quedé ganando 30 bolívares! Y además me quedé fijo: me dieron casa, agua, luz. Porque allí había una urbanización nada más que para los empleados de la planta. Aquello fue una lotería”.
Guarda buen recuerdo de su jefe americano en Venezuela, pero no lo guarda tan bueno de su jefe inglés en Las Palmas, míster Jolly

“Míster Jolly era un hombre acostumbrado a trabajar de ingeniero en las colonias inglesas y creía que nosotros éramos negros. Al único que respetó ese hombre allí fue a Juan Socorro”. Ocurrió un sábado en que Juan y su jefe de taller, maestro Pepe Vera, estaban reparando una avería a bordo de un buque. “Estaba torneando un pistón grande, como se hacía de toda la vida”, a las órdenes de su jefe de taller (“que yo lo admiraba, porque era un hombre cabal, un tipo que le gustaba enseñar y yo lo respetaba como si fuera mi padre”) y en eso llegan míster Jolly y el jefe de máquinas del barco, “templados*, a las 10 de la noche”, y el segundo se queja al primero del trabajo que están haciendo. “Y no se le ocurre otra cosa a míster Jolly que decirme: ¡Socorro, usted idiota!”.
Juan le explica a míster Jolly “que aquí no hacemos milagros” y éste seguía llamándolo “idiota” una y otra vez. “Pero yo era joven y me importaba un bledo”, hasta que “se vira* a mastro Pepe Vera y lo llama también idiota”. Entonces Juan no lo pudo soportar más y estalló: “¡Aquí el único idiota es usted, que no sabe ni dónde está parado!”. En respuesta, el inglés lo invita a cenar a tierra, a lo que Juan se niega (“Con la cena que me traje a bordo ya tengo de sobra”). Pero al día siguiente, domingo, cuando terminó el trabajo a las nueve de la mañana y desembarca, se encuentra con un coche que lo lleva a casa: míster Jolly le había enviado a su chófer.
Los viernes, día de paga y de echarse el “pizco”
JUAN SOCORRO:
«El whisky no se conocía. Lo que pedíamos era ron o coñac; y cerveza en el verano»
Para la construcción de la ballena protagonista de la película Moby Dick, trabajos que duraron cerca de un mes, recuerda Juan Socorro que hicieron “muchas horas extra” (algo habitual en el varadero, por otra parte, pues a veces las reparaciones de barcos duraban varios días y apenas podían dormir unas pocas horas). Pero cada semana tiene su viernes, cuando en aquella época se cobraba la paga. “Ese día por la tarde nos íbamos a echar unos pizquitos* en la zona del puerto. Íbamos por las tapas, que en aquella época los calamares los preparaban muy ricos en los bares. Nos tomábamos cuatro o cinco copitas, que no era sino el culito de un vaso; no es como hoy, que te largas dos whiskies y estás borracho. ¡Para cogerse una chispa con aquello tenía uno que beberse 20! Hacíamos ¡pan! –hace el gesto de echarse el trago– y la tapita atrás que era lo sabroso. Allí en el puerto nunca se despachaba una copa si no habían tapas; el [bar] que no tenía tapas no funcionaba”.
Y, así, comían cosas tan sabrosas como los citados calamares fritos (“que eran muy buenos porque, la verdad, en aquella época en el puerto siempre había buen pescado y estaban fresquitos), y “sardinas fritas, garbanzos, de todo”. El whisky “en aquella época no se conocía. Yo me tomé el primero en casa de un cuñado mío que trabajaba con los cambulloneros. Según las tapas, lo que pedíamos era ron o coñac; y cerveza en el verano. Después cogíamos la guagua en el parque Santa Catalina y a casa”.
* VOCABULARIO bolichazo (del). De golpe, súbitamente. Pancho Guerra vincula el origen de la expresión a las “antiguas gaseosas de boliche que en una época fueron muy populares en Gran Canaria. Se tapaban por su propia presión, ejercida sobre una bola de cristal que se mantenía cerrada encerrada en el gollete. Para abrirla se le daba un golpe seco”, es decir, “del bolichazo” (Francisco Guerra, Contribución al léxico popular de Gran Canaria). pizco. (Pisco) “Una pequeñita porción de algo, sólido o líquido (…). Con decir «échame un pisco», ya se sabe que es un vasito de ron” (F. Guerra, op. cit.) templado. “Casi borracho, alegre” (Miguel Santiago, citado en Tesoro lexicográfico del español de Canarias). virar. Aquí, “volverse” (varias citas en Tesoro…) ● |