Jugando a la dama en la calle, rayada con tiza o con lebrillo
Niños y juegos tradicionales de inteligencia en tableros pintados sobre la acera que ya estaban en inscripciones guanches

Entre los juegos de inteligencia de los guanches, documentados arqueológicamente, la dama es uno que ha pervivido hasta la actualidad y así está igualmente documentado por las investigaciones y entrevistas de José Espinel, como la del verano de 2022, que se ha reunido en Gran Canaria con Delia (76) y Antonio (73). ‘Pellagofio’ estuvo allí. [En PELLAGOFIO nº 110 (2ª época, septiembre 2022)].
Por YURI MILLARES
Tarde de domingo en Marmolejos, un barrio de Gáldar. José Espinel llega a una casa en la que le espera David, uno de sus alumnos en alfarería y juegos tradicionales canarios de inteligencia. Va a conocer a la madre y al suegro de éste, Delia y Antonio. En torno a una mesa en un pequeño patio, este investigador —que ha documentado arqueológicamente muchos de estos mismos juegos en los guanches—, muestra algunos dameros hechos en piedra y coloca las fichas —en realidad, burgados y piedritas blancas—. Empieza el juego… y la conversación.
«La ‘dama’ es un grupo de juegos en Canarias y en África, significa “capturar” o “coger” en algunos dialectos tuareg actuales» JOSÉ ESPINEL

Los informantes en esta cita juegan a la dama, «un grupo de juegos en Canarias y en África. Significa “capturar” o “coger” en algunos dialectos tuareg actuales. Y puesto que en Canarias jamás se empleó tradicionalmente el término hispano “las damas” para estos juegos, y mucho menos su praxis en tablero del ajedrez, dudamos que llegaran tras la conquista. Es tradición ancestral y milenaria», decía Espinel tiempo atrás en una entrevista en estas páginas.
Los niños con los niños
Delia Arbelo Hernández recuerda jugar en dameros que los chiquillos dibujaban con tiza sobre la acera en Lomo Apolinario, su barrio de la infancia en la ciudad de Las Palmas, donde todavía sigue viviendo «y en octubre voy a cumplir 77».
Su hermano Eloy «es el que más jugaba a estas cosas, como es varón tenía más permiso para estar en la calle, porque esto no se jugaba sino en la calle. Y nosotras, unas niñas, alrededor de la casa donde nos vieran y el tiempo que te marcaban (no podías estar en la calle porque te llamaban machona*) y escondidas cuando ya teníamos 13 o 14 años… o mi madre calentaba las manos», ríe ahora al recordarlo.
«Jugábamos a eso con ocho piedritas cada uno, aunque también se podía jugar con cuatro si teníamos prisa. Después llegó la oca y el parchís» DELIA ARBELO
No le viene a la cabeza cómo se llamaba a lo que jugaban su hermano Eloy y ella, pero éste lo llamaba «encerrona», doce fichas contra una, una de las distintas formas de jugar en el damero que tiene sobre la mesa. «En Fuerteventura lo llaman el gato y las palomas, yo lo conocí como el perro y las cabras en Las Galletas, sur de Tenerife», explica Espinel. Pero tal y como lo ha dibujado Delia en un papel, «en Arucas se llamaba pinto, en El Paso, jedrés; en Tazacorte carro de tres; y en Garachico, trique», continúa. En este caso, cada jugador empieza con el mismo número de fichas.
«Jugábamos a eso con ocho piedritas cada uno, aunque también se podía jugar con cuatro si teníamos prisa. Después llegó la oca y el parchís, uno por cada lado en un cartón. Pero esas modernidades yo no las podía tener, íbamos a jugarlo con los hijos de mi maestra a su casa. Ellos encantados de tener con quien jugar y nosotras de tener con qué», continúa ella desgranando sus recuerdos en aquel barrio entonces marginal, a 10 minutos en guagua de Las Palmas y ¡parecía lejos!, hoy una parte más del casco urbano.
«La madre de mi marido, mi suegra, que vivía en el Puerto, le decía “¿dónde fuiste allá tan lejos a buscar una novia?” En aquel momento vivir allí te quitaba oportunidades de estudiar, el que era pobre no tenía derecho a saber».
«Decíamos ¿vamos a echar una dama? No había otra historia, jugábamos con chapas. Uníamos dos tableros para jugar cuatro a la vez a la dama, con 22 fichas cada uno» ANTONIO JIMÉNEZ

Antonio Jiménez Alonso, conocido como Antonio el de la Farmacia —entró a trabajar con 14 años en una farmacia y se jubiló con 65 detrás del mostrador de otra, ambas en Gáldar— sí es de Marmolejos, donde está la casa en la que tiene lugar este encuentro. Observa el damero dibujado sobre una laja en la mesa y no lo duda.
«Este era la dama. Y le daban otros nombres, pero no me acuerdo. Decíamos ¿vamos a echar una dama? No había otra historia, jugábamos con chapas…», confirma.
En su época, y se refiere a principios de los años 60, «este barrio era todo niños, niños, niños…, niños y niñas. Se juntaban dos a jugar y se iban poniendo más alrededor hasta ser un grupo de cuarenta y cuando terminaban esos dos, entraban dos nuevos o entraba uno con el que salía. Y todos los demás mirando. Uníamos dos tableros para jugar cuatro a la vez a la dama, con 22 fichas cada uno», recuerda.
Los niños con los niños, «menos Antonio»
En la acera, o en mitad del callejón Real cuando era de tierra, «jugábamos juntos niños y niñas», precisa Antonio. «¡Qué moderno! Nosotros éramos niños con niños y niñas con niñas», interviene Delia.
«Es lo que había —continúa Antonio—. La única que hizo la excepción fue la abuela de mi mujer, que vivía al lado: cuando estábamos ahí fuera formando una algarabía del demonio decía “a merendar todo el mundo, los niños con los niños y las niñas con las niñas, menos tú, Antonio, vete con las niñas” —ríe—, porque quien iba a ser mi mujer iba conmigo, allí fue donde su abuela visualizó que en el futuro íbamos a estar ella y yo juntos… No sé, digo yo».
Jugar a la dama «fue lo que despertó muchas mentes en el barrio, veías a todos los niños con eso» ANTONIO JIMÉNEZ
Opina Antonio que jugar a la dama «fue lo que despertó muchas mentes en el barrio, como la mía, por ejemplo». No sabe cómo llegó a sus manos, pero se convirtió en el juego generalizado de todos los pequeños. «Veías a todos los niños con eso. Y todos mirando, a la espera de que acabaras para jugar ellos. Lo pintábamos en la acera con tiza; o cuando a una madre se le rompía una taza o un lebrillo, recuerdo que lo usábamos. Mi madre tenía un busto de una señora con pañuelo en el ropero, que era como de tiza [yeso], y un día adrede lo tiré, ella se cogió la perreta, pero yo guardé los pedazos en un saquillo y desde que se me acababa uno volvía corriendo a buscar más. “Antonio tiene”, decían los niños».
Y los hombres, con el pisco
En las tiendas de aceite y vinagre los hombres también jugaban. Así lo recuerda Antonio de una de las que había en Marmolejos. «Sí, al lado tenían un habitáculo con un par de mesas en el que se echaban los pisquitos*. Y jugaban a esto, porque llegaba la gente después de las siete. Recuerdo que mi suegro llegaba de vuelta [de jugar] a las nueve o las diez de la noche». Se trataba de la conocida como tienda de Fosita (de Sinforosa Sosa del Rosario). «El tablero estaba pintado en algunas mesas, pero a lo que más jugaban era a la baraja y al dominó. El dominó se comió a la dama».
Plátanos enterrados y comiendo huevos de pato
En su barrio, rodeado de fincas de plataneras, «jugábamos en esta calle, que era muy amplia, de tierra, y sólo pasaba el camión de la fruta que venía una vez a la semana y un coche de vez en cuando —señala Antonio Jiménez al exterior de su casa—. Dibujábamos en la tierra los dameros todos esos niños, y éramos muchos; jugábamos a la dama, niños que tienen hoy 75-80 años. Pasábamos horas y horas. Y jugábamos a otras cosas, yo hacía mis carros con verguilla y después les ponía volquete; corríamos montados en una caña por todos estos andurriales, ese era nuestro caballo».
ANTONIO JIMÉNEZ:
«Abríamos unos surcos, desmanillábamos un racimo, lo tapábamos con tierra y a los doce días volvíamos. Estaban los plátanos preciosos y nos los comíamos»
Pero ha nombrado la palabra fruta y eso le recuerda otras aventuras. «Nos metíamos en las fincas: en una finca grande de plataneras, plantada de papayeros en el perímetro, de un tal Pepe Vega. Íbamos, sin destrozar, eso sí», relata.
Y continúa. «Había uno, Antonio Félix, que era un hacha. Subía por los papayeros hasta arriba. Como los que suben a coger cocos. Llegaba arriba, uno-dos-tres-cuatro-cinco, los que estaban buenos a comer. Y no teníamos cuchillo (no nos dejaban): con una astilla de caña. Las cáscaras y las pipas las metíamos en una hondonada, las tapábamos con hojas y aquí no ha pasado nada. Y los días que tocaba higos, limpiábamos las higueras. Y para el día de San Juan hacíamos una hoguera y asábamos millo que cogíamos del que había plantado».
Los plátanos tampoco escapaban a su voracidad infantil (aquellos no eran tiempos de donuts). «Los cogíamos a Samsó en todas esas fincas. Los niños abríamos unos surcos, desmanillábamos un racimo que ya estaba para cortar, lo tapábamos con tierra y poníamos una caña que señalara dónde estaba. A los doce días volvíamos, más tardar quince. Destapábamos la tierra y estaban los plátanos algo realmente extraordinario, preciosos. Y nos los comíamos».
Una dieta en la que no faltaban huevos, ¡y muchos de una sentada! «Y hemos tenido que esperar 50 años para que nos digan que comer dos o tres huevos no hace daño», ironiza.
«Un vecino tenía plantado hierba guinea en los riegos y tenía un sembradero de patos, un montón. Yo no sé cómo puede ser que en aquella época pudiéramos comer tantos huevos en un día y que no nos hiciera daño, a lo mejor cuatro o seis huevos de pato cada uno de una sentada, sólo la yema. Comíamos hasta saciarnos y éramos 30 o 40 niños, eso era una parva. Los reuníamos todos y nos sentábamos a comerlos, rompíamos el cascarón, lo equilibras, tirábamos la clara y para atrás, uno detrás de otro».
*VOCABULARIO machona. «Hombruna», anotó Benito Pérez Galdós en su cuaderno de palabras canarias (Voces canarias recopiladas por Galdós, Ediciones del Cabildo de Gran Canaria). «La chiquilla aficionada a la compañía de los varones y que participa de los juegos y trapisondas de ellos», describe Agustín Millares Cubas (Cómo hablan los canarios). «Las niñas que están todo el día en la calle son machonas», explica la informante Delia Arbelo, que fue niña en los 50 y jugó en la acera en Lomo Apolinario (Las Palmas) ●pisquito (pizquito; pizco, pisco). «…una pequeñita cantidad de algo, líquido o sólido: un “pizco” de queso, un “pizco” de café, y por antonomasia un “pizco” de ron. Con decir “échame un pisco”, ya se sabe que es un vasito de ron» (en Pancho Guerra, Obras Completas, t. III, “Léxico de Gran Canaria”) ● |