La ballena Moby Dick, obra de 14 carpinteros de ribera

Pedro Vázquez Suárez fue uno de los catorce carpinteros de ribera del varadero Hull Blyth de la Compañía Carbonera de Las Palmas, filial de la empresa Miller, que construyó la ballena Moby Dick para la película de John Huston, a caballo entre los años 1954 y 1955. [En PELLAGOFIO nº 22 (2ª época, julio-agosto 2014).]
■ Segunda entrega de la serie de reportajes dedicados a los protagonistas y testigos del rodaje de la película Moby Dick en Las Palmas de Gran Canaria. Contribución de PELLAGOFIO al proyecto #savemobydick para dotar a la ciudad de hitos que señalen este hecho ● |

“En aquel entonces tenía yo unos 20 años, creo que todavía no los había cumplido”, recuerda con bastante exactitud este hombre nacido y criado en el barrio portuario de La Isleta en enero de 1933. “Allí había un ingeniero que se llamaba míster Jolly, grandísima persona, un señor del Lloyd’s que se iba a los barcos para inspeccionarlos y luego cogía y nos traía trabajo al taller. Y en aquella época, en el mes de noviembre, se rumoreó en el astillero que iban a venir a hacer una película de una ballena, que se estaba rodando en las costas de Madeira”. Hace una pausa y ríe: “¡Pero lo menos que nos imaginamos nosotros es que fuera para hacer aquí una ballena!”.
En ese tiempo los barcos funcionaban con carbón y la compañía Miller disponía de numerosas gabarras (que llamaban “chatas”) para surtir a los buques. “A una de esas gabarras se le hizo un montaje con unas cuadernas por encima, como una especie de espina de pescado; fijábamos unos tornillos con unas pletinas y encima montamos las cuadernas”.
Entre cuadernas
Una vez hecho el esqueleto de la ballena, “entre cuaderna y cuaderna le pusimos una tela métálica y después se le echó por encima un material elástico, tipo látex. De ese material guardo yo una pelota, porque tengo un sobrino que entonces tenía nueve años y la hice para él, pero después el chiquillo dejo de jugar con ella y yo, por curiosidad, la guardé y hoy está así de pequeña”, y muestra el puño cerrado para indicarlo. “Se ha ido consumiendo y quedando más dura, porque antes saltaba que daba gusto.
Una vez hecho el esqueleto de la ballena, «entre cuaderna y cuaderna le pusimos una tela métálica y después se le echó por encima un material elástico, tipo látex»PEDRO VÁZQUEZ
Recuerda Pedro que les llegó “una maqueta de Inglaterra y fuimos haciéndola a escala”. A frente del grupo de carpinteros estaba otro carpintero de ribera, “mi compadre Jerónimo Cabrera Mirabal, un gran experto, lo mejorcito que había en el taller”, asegura. “Tanto es así –añade–, que habían traído a unos expertos de Inglaterra para hacer la ballena y cuando lo vieron a él, mirando todo aquello al milímetro y cómo lo hacía, les dijeron: ustedes para Inglaterra que aquí sobra gente”.
El varadero, a pesar de sus pequeñas dimensiones, contaba con una amplia plantilla, lo citados 14 carpinteros más diversos grupos de soldadores, mecánicos de motores, torneros, marineros… Había mucho trabajo reparando barcos, pero llegó el encargo de hacer la ballena y había que terminarla en tiempo récord para que no se detuviera el rodaje. Tardaron menos de un mes en hacer el trabajo, pero en intensas jornadas que comenzaban a las siete de la mañana y podían acabar a las dos o a las cuatro de la madrugada. “¡Yo hice horas extras de tal manera que era más lo que ganaba con ellas que en mi horario normal!”, dice Pedro.
«La primera vez que cobré las 32 pesetas le dije a mi madre, que estaba en la pileta lavando, que no iba más a trabajar porque eso era poco dinero»PEDRO VÁZQUEZ

Son muchas las anécdotas que recuerda este carpintero de ribera que entró al varadero con 19 años y salió con 33, para dedicarse a lo que realmente le gustaba, el comercio. Por cierto, que su primera paga como aprendiz a la semana de entrar a trabajar fueron apenas 32 pesetas. “La primera vez que cobré las 32 pesetas le dije a mi madre, que estaba en la pileta lavando, que no iba más a trabajar porque eso era poco dinero. ‘Eso es fácil’, me dice y llama a mi padre. ‘¡Francisco! Tu hijo dice que no quiere ir a trabajar’. ‘¡Bueno, pues que coja el macuto…!’. ¿Te imaginas? Nos debíamos a la obediencia a nuestros padres y continué trabajando hasta los 33 años y estando allí me casé y nacieron mis tres primeros hijos”.
Muchas anécdotas
Pero estábamos diciendo que tenía muchas anécdotas. Aquí va una. Pedro Vázquez guarda como un tesoro una fotografía de Gregory Peck que tiene una curiosa historia. Para recrear el camarote del capitán Ahab emplearon la cabina del remolcador España II. Allí estaba una mañana el actor en su papel mientras un fotógrafo le hacía unos retratos con la cámara. En la cubierta de proa estaba en ese momento Pedro, arreglando la amura del mástil, y se fijó en lo que ocurría. Cuando el fotógrafo salió de la cabina le pidió copia de una de aquellas fotos… y al día siguiente se la trajo.
Para el final de la película, utilizaron un muñeco que hacía el papel de Gregory Peck cuando el capitán Ahab aparece amarrado a una vela del barco. “Resulta que estábamos trabajando y mi compadre Jerónimo me dice: ‘Pedro, vete al pañol de los materiales y allí hay una caja larga, ábrela y tráeme una de las planchas’. Yo abro la caja y de repente veo el muñeco… ¡Menudo susto me llevé!”, bromea mientras se ríe recordando.

Una duda resuelta
La buena memoria de este antiguo carpintero de ribera nos resuelve una duda, que hace algún tiempo se viene planteando entre quienes investigan la historia de este rodaje. Además del cuerpo de la ballena, ¿construyeron aquí los botes balleneros que aparecen en la película? Pedro contesta sin dudarlo: “Esos botes ya estaban hechos y los trajeron, pero nosotros hicimos uno. Se hizo en casa de mastro Pepe Gaspar, una carpintería que había más hacia el mercado del Puerto de donde nosotros estábamos. Porque por lo visto hacía falta una más”.
Participar en la construcción de Moby Dick fue un trabajo “muy bonito”, insiste este hombre pese a que fue un trabajo duro para poder acabar en el plazo. Posee varias copias de la película en casa y las visiona para recrearse en sus escenas, mientras recuerda en cada caso cómo se rodaron. “Yo cada vez que veo la película me asombro cómo la hacían”, dice, al recordar cómo la cola, que era una pieza separada, parece que formaba un todo con el cuerpo de la ballena.
El remolcador Fortunate era el que arrastraba la barcaza sobre la que se montó la ballena, “le echaba chorros de agua a presión delante del hocico y ella se levantaba y se movía para arriba y abajo. Y cuando yo veía la película decía: ¡Dios mío, parece mentira que eso sea así!”.
Muchas ‘guirreas’ en el castillo de La Luz
Pedro Vázquez, que trabajó como carpintero de ribera desde los 19 a los 33 años, no echa de menos ese trabajo. “No, porque, sinceramente, los trabajos de carpintería de ribera son pesados. Yo no digo que no me gustase, pero aprendí el oficio a la fuerza”.
«Tu abuelo fue carpintero de ribera, tu tío es carpintero de ribera y tú tienes que ser carpintero de ribera», le dijo su padre
Había nacido en el barrio de La Isleta de la ciudad de Las Palmas, en una casa de la calle Lazareto, después vivió su infancia y juventud en la calle Andamana, hasta que al casarse se mudó los primeros años a la calle Artemi Semidán. Nieto y sobrino de carpinteros de ribera, sus padres quisieron que aprendiera y se dedicara a ese oficio. “Tu abuelo fue carpintero de ribera, tu tío es carpintero de ribera y tú tienes que ser carpintero de ribera”, le dijo su padre Francisco.Como no podía ser de otra manera, la infancia son recuerdos de “muchas guirreas* que se hicieron el castillo de La Luz, cuando el mar llegaba hasta la calle Juan Rejón”. Delante del castillo, al bajar la marea, dejaba a la vista “un llano grande que eso era un campito de fútbol”.
Cuando entró a trabajar en el varadero, lo hizo junto con otros dos aprendices. “En aquella época los trabajos se conseguían por medio de las cuñas. Cuando yo era joven le decía a mi padre que, ya que tenía amistades por la calle Albareda y por el Refugio, a ver si me podía conseguir trabajo en algún bazar, en una tienda de ropa, algo de comercial, porque a mí me llamaba eso. Pero mi padre me dice un día: ‘Mira, hablé con un tal mastro Antonio que es un encargado general de la [Compañía] Carbonera y me prometió que te va a meter ahí’. Y como antiguamente las empresas tenían, obligatoriamente, que tener aprendices, allí entré”.
* VOCABULARIO guirrea. “…voz que prevalecía en nuestra niñez para designar los combates a pedrada limpia (…). El campo de batalla solía ser la banda del mar, a la vez arsenal de municiones. La guirrea no era un simulacro. Más de una vez corrió la sangre y más de un viejo puede hoy mostrar con orgullo una cicatriz” (Agustín Millares Cubas, Cómo hablan los canarios) ● |