La Escala, la primera (y olvidada) fábrica de jabón canario

Nadie –salvo unos pocos familiares del industrial– ha mirado con nostalgia al solar de la calle Olof Palme (en Las Palmas) que despidió vacío el año 2019 tras el derribo, meses atrás, del edificio que allí se ubicaba y había sido reformado como gimnasio, pero se levantó en 1958 como fábrica de jabones. [En PELLAGOFIO nº 82 (2ª época, enero 2020)].
Por YURI MILLARES
La historia comienza en el pueblo salmantino de Guijuelo, donde un miembro de la saga Martín no se dedicó al negocio familiar de los jamones por el que son más conocidos: Salvador Martín Martín (Guijuelo 1896-Las Palmas de Gran Canaria 1958). “No le gustaba la agricultura, prefería los negocios y la industria. Era de una familia de arrieros que hacía venta ambulante y comerciaba con jabón, jamón, pimentón, según la época y las campañas”, me contaba su hijo Sigifredo (1922-2005) poco antes de fallecer.
En 1930 decide emigrar a Colombia con un socio, Jesús Martín, para establecer una fábrica de jabones en Barranquilla. En 1934, sin embargo, regresa a Salamanca, según las fuentes familiares consultadas, por añoranza de la familia (en Guijuelo había dejado a su esposa Catalina y cuatro hijos pequeños: Manuel, Sigifredo, Julia y Leonor) y/o porque el clima del lugar no le sentó bien. Lo cierto es que, nada más regresar, decide ir a Canarias por su clima y porque le dijeron que no había fábrica de jabón.

Fue así como llega a Las Palmas de Gran Canaria el mismo 1934, primero solo “para ver la situación y después, al instalarse, trajo a la familia”, según su hijo Sigifredo. Hombre inquieto y emprendedor, con el tiempo se dedica a comprar solares, abrir pozos e, incluso, proyecta la construcción de un cine que quedó en un sueño, unos planos que encargó a un arquitecto y una maqueta, pero, especialmente, puso en marcha nada más llegar su fábrica de jabones, la primera que hubo en la ciudad [1].
La fabrica estuvo en 1934 cerca del parque Santa Catalina y hacía jabón ocre y jabón teñido con añil conocido en Canarias como «jabón suasto»
Primero estuvo en la calle Secretario Artiles (barrio del Puerto, cerca del parque Santa Catalina). “Era pequeña y él se lo hacía y se lo comía todo”, recordaba su hijo. Hacía dos tipos de jabones en barra, el típico jabón ocre y el tipo portugués con vetas azules porque estaba teñido con añil, conocido en Canarias como jabón suasto*. Para fabricarlos usaba sebo animal, aceite de coco o de palma, sosa cáustica y otros aditivos. Los años de la guerra civil fueron duros, ya que la actividad fue casi nula por falta de materias primas.

En una caldera, con fuego directo de leña que conseguía de podas de eucaliptos y de barcos desguazados, ponía a calentar los ingredientes hasta que llegaba un punto en el que la mezcla era idónea para verterla en unos moldes de madera que tenía forrados por dentro de chapa de hierro, para que enfriara. Cuando la pasta de jabón se endurecía, la desmoldaba y cortaba en barras con alambre de acero tensada. Para ponerle la marca usaba un troquel manual con una placa grabada en un tampón que se golpeaba con un mazo de madera. Después ponía los jabones en cajas de madera para su distribución y venta.
En 1958 se levanta una fábrica de nueva planta bien diseñada y amplia en lo que hoy es la calle Olof Palme
En 1947, cansado de fabricar jabón, cedió el negocio a su hijo mayor Manuel Martín Martín (1920-1970) que trasladó la fábrica a la calle Viriato (barrio de Guanarteme) a un almacén alquilado, donde él y su hermano Sigifredo siguieron, codo con codo, con la actividad.

Nueva fábrica
Aquí ya empezaron a usar quemadores de gasoil en las calderas y en 1958 levantaron una fábrica de nueva planta en la calle General Sanjurjo (que pasó a denominarse calle Olof Palme tras la constitución del primer ayuntamiento democrático, después del fin de la dictadura). Bien diseñada y amplia, distribuía su espacio en tres plantas: planta baja con tres entradas de garaje para vehículos, elaboración y almacén de producto; primera planta para oficinas, calderas y empaquetado; y una pequeña planta encima como segundo almacén (las materias primas entraban por un almacén adjunto en la trasera, por la calle Viriato). Parte de la nueva maquinaria fue traída de la Península, otra fue ideada por el propio Manuel Martín. La materia prima se importaba directamente bajo pedido: grasa que llegaba de Holanda, Alemania y Bélgica; sosa cáustica de Torrelavega o de Polonia; y perfumes de Castellón.
La madera para hacer las cajas donde guardaban el jabón la obtenían en bazares de ropa y de cajas de coñac que reciclaban

Siguieron fabricando pastillas de jabón ocre y del tipo azul de varios tamaños, para lavar ropa –el teñido de añil era especialmente indicado para la ropa blanca– y para fregar, aunque también había quien las usaba para bañarse y hasta lavarse el pelo. Por otra parte, la madera que necesitaban para hacer las cajas donde guardaban y distribuían el jabón la obtenían de cajas grandes de ropa que conseguían en los bazares de la ciudad, también de cajas de coñac que reciclaban.

Como curiosidad, uno de los carpinteros que les hacía esas cajas era el teldense Francisco Rodríguez Franco, que luego aprendió a construir timples, convirtiéndose en uno de los mejores constructores de este instrumento en Canarias en el último tercio del siglo XX.

Jabón en escamas y Detescala
En la fábrica también elaboraban jabón en escamas para las lavadoras de entonces, que movían el agua con una hélice en el fondo formando un remolino que provocaba la espuma. Se obtenía pasando la mezcla ya sólida por una máquina que la hacía fideos chatos y se guardaban en armarios secadores con extractores de aire. Una vez semisecos se pasaban por la refinadora que hacía las escamas en forma de rombos. Después se secaban totalmente y se envasaban en bolsas de plástico de diferentes capacidades y en cajas de cartón para la venta.
Crearon su propia fórmula de detergente en pastilla para fregar, Detescala, nombre denunciado por el fabricante de Detespum por copia de marca
Poco después lograron crear su propia fórmula de jabón de fregar tipo detergente, una pastilla que se envolvía en celofán transparente. “Le pusieron la marca Detescala y se vendía bien”, recuerda una de las hijas de Manuel, que trabajó algún tiempo en la oficina de la fábrica anotando en la contabilidad la venta diaria de los dos furgones que hacían el reparto. El fabricante de Detespum los denunció por copia de marca y se defendieron argumentando que su marca era el acrónimo de la palabra detergente y su marca La Escala, pero perdieron el litigio y tuvieron que cambiarla, denominándolo Super Detergente La Escala.
Tras el fallecimiento de Manuel Martín Martín la fábrica no siguió en producción mucho tiempo más. Sin su empuje y con el descenso de la venta del jabón en escamas y en pastillas por la mayor implantación de las lavadoras automáticas (que hubiera requerido adaptarse, trasladar la fábrica y renovar su maquinaria), cesó su actividad en 1972.
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[1] Jesús Martín, el amigo salmantino con quien Salvador Martín había emprendido en Colombia, también acabó viniendo a Las Palmas y se dedicó igualmente a los jabones, aunque no hay datos de si también llegó a fabricar o sólo vendía; su hijo José, conocido como Pepe Espuma, también se dedicó a los jabones y era igualmente amigo de los hijos de Salvador. En 1962 –28 años después de que empezara a fabricarse el jabón La Escala–, en lo que fue la factoría de la Sociedad Canaria de Molinería y Panificación –todavía sigue en pie su chimenea de ladrillo rojo de 37,5 metros de altura, cerca de la plaza de la Feria– y más tarde una herrería, cerrajería y fundición conocida como La Industria Mecánica, comienza a funcionar la fábrica de jabones Dos Llaves, fundada por Manuel Quevedo Alemán, que estuvo activa hasta 1980 cuando se destruye el complejo fabril y se levanta un colegio público de educación infantil y primaria.
Con grasa del matadero y de barcos del muelle
En tiempos de la guerra civil y, después, de la guerra mundial, la importación de las materias primas que necesitaba la fábrica de jabones La Escala se complicó mucho. Debido a la escasez, usaban sebo que se obtenía de la grasa del sacrificio de reses en el matadero y de la grasa animal que conseguían en barcos que hacían escala en el Puerto de La Luz. En la fábrica compraban esa grasa y se la entregaban a fundidores que se dedicaban a obtener el sebo.
El sebo que conseguían importar en aquellos convulsos años y les llegaba en bidones a veces traía sorpresa. Al destapar los bidones, debajo de los primeros 25 o 30 centímetros visibles de sebo por si había inspección en el puerto, lo que había era maderas, trapos y otros objetos ●
*VOCABULARIO jabón suasto. Definido como “jabón de lavar, pero bueno” en el Tesoro lexicográfico del español de Canarias y como jabón “en barra” por Alfonso O’Shanahan en su Gran diccionario del habla canaria, que también lo cita como «jabón azul» (“para lavar la ropa o fregar la loza”) y «jabón inglés» (“hace mucha espuma” y es “azul”), el origen de este vocablo en el habla canaria procede de la adaptación al lenguaje isleño del apellido Swanston. En 1812 el escocés James Swanston viajaba rumbo al Caribe cuando su barco fue atacado y hundido en aguas canarias, pudiendo llegar a nado hasta la costa de Fuerteventura (según unos) o de Tenerife (según otros). Lo cierto es que se establece en Las Palmas de Gran Canaria, “donde empezó como factor comerciando en vinos, grana, piedra barrilla, etc. Años más tarde trae a su primo Thomas Miller, creando entre ambos un imperio comercial. Swanston es conocido en las islas por darle el nombre a los primeros jabones con añil incorporado (blanco con vetas azules), llamado jabón suasto”, escribe Andrés Rodríguez Berriel (Historias del cabotaje. Cal, alfalfa y cabras en los veleros canarios, Colección Pellagofio, Mercurio Editorial & Pellagofio Ediciones, 2013) ● |