La picaresca que convertía la “decena” en nueve tejas
Las vivencias de José Castellano, tejero en el norte de Gran Canaria (y 3)

José Castellano (Pepe el Tejero) iba a pie a ofertar tejas entre los maestros de obra por los pueblos del interior de Gran Canaria. Después enviaba alguno de sus camiones con las tejas (las que él fabricaba, pero también las de otros) y las tenía que contar una y otra vez por la picaresca de un socio “fino-fino”. Era la picaresca. Tercera y última entrega de este reportaje que comienza con: En mula o en camión, las tejas son para el verano y Para la teja, la mejor tierra y dos vacas pisando. [En PELLAGOFIO nº 94 (2ª época, marzo 2021)].
Por YURI MILLARES
Colocar 12.000 tejas, una a una, dentro del horno el día que tocara, lo llama el tejero “endagar”, la colocación de las mismas en filas con mucho cuidado. Cada daga es un piso de tejas que se ponían de pie: había que levantar doce dagas de tejas grandes (doce pisos de tejas de pie) y, arriba del todo, otros dos pisos más de tejas pequeñas.

En el horno de tejas, que es redondo, se empezaba poniendo una fila en el centro y después añadiendo filas a los lados hasta completar una daga de tejas bien juntitas y colocadas.
“Cuando se termina de poner bien puesta la daga, se cogen trozos de teja rota, de la quemada, y se va metiendo en los huecos para que se quede todo bien prensado. Y después va la siguiente daga en el otro sentido, para que no se meta una teja dentro de la otra. ¡El fuego tiene que hacer dentro unos esfuerzos que mete miedo!”, dice José Castellano.
Hasta seis mil podía llevar de un viaje, pero antes había que contarlas una a una, sumando manojos de diez y cargarlas a mano con mucho cuidado
Tras más de un día quemando las tejas en el horno “a los dos días pegábamos a descargar”, explica Pepe el Tejero, que salía caminando a ofrecer sus tejas a la numerosa clientela que tenía por los pueblos del interior de la isla.
“No había teléfono. Yo conocía a muchos maestros de obra así que me iba a Santa Brígida en el coche de hora, hasta Monte Coello y de ahí para arriba iba caminando a clientes que estaban trabajando por allí. De San Mateo no pasaba, venía por Utiaca caminando a Teror y volvía a bajar. Cogía el coche de hora o el piratilla* en Arucas para venir a El Palmital de Guía. ¡En aquel tiempo había que caminar mucho!”.
Acordada la venta, trasladaba las tejas en camión. Hasta seis mil podía llevar de un viaje, pero antes había que contarlas una a una, sumando manojos de diez y cargarlas a mano con mucho cuidado. Al llegar, de nuevo se descargaban a mano y se iban contando de nuevo por decenas. “Había un montón de picaresca y en los manojos de diez te ponían nueve tejas. Se quitaban 100 o 200 tejas en cada camión”, explica su hijo José Carmelo.
«Una teja que le falte un pisco déjala dentro del camión, no la echen para fuera, que ellos la vean: diez tejas rotas parecen un montón más y eso es muy feo»PEPE EL TEJERO
“Eso depende de quien fuera”, entra al detalle su padre, que tenía que lidiar con esa picaresca ya que transportaba también las tejas de otros y sufría con ello. “Yo tenía un socio conmigo que siempre lo hacía y le decía «¡usted no me haga a mí eso!». Porque usted lleva un camión de tejas y lo tiende ahí y no lo cuentan nunca; no saben si usted cogió nueve o si cogió diez, aunque se pongan a contarlas. Y yo le decía siempre a mi gente «cuando lleves el camión a descargar a un sitio, una teja que le falte un pisco déjala dentro del camión, no la echen para fuera, que ellos la vean: diez tejas rotas parecen un montón más y eso es muy feo». Vale más que robe las diez tejas a que le eche diez tejas rotas”.
Había uno, recuerda José Carmelo, “que era fino-fino para eso: echaba la teja rota… Mi padre lo que te quiere decir es que si una teja se cae al suelo y se rompe parece que hay diez. Prefiere llevarse la teja rota. Pero sí es verdad que cada vez que pedías cinco o seis mil tejas en el camión, te iban 200 menos. Cuando hay competencia existe la picaresca de decir «fulano de tal te va a traer tejas: cuéntalas». Mi padre nos ponía veces a contar y nunca daba exacto, porque estaban unas tejas pegadas a otras y no cuentas bien. Pero no es porque se robara; aquél socio sí lo hacía con mala idea. Se la vendía dos céntimos más barata que él, pero después se lo robaba en la cantidad. Por eso él era socio de otros que hacían tejas, para controlar eso”
Eucalipto blanco y fuego más de 28 horas
JOSÉ CASTELLANO:
«Siempre tuve suerte y mientras quemé lo hacía con leña de eucalipto blanco, la mejor que hay»
Elegida la tierra para las tejas entre la mejor de las tierras de cultivo y cernida que parecía harina, de fina que quedaba, el resto –“la llamamos broza*, tierra que está más durita”, dice José Castellano– se dejaba en los terrenos, para cultivar.
A partir de ahí daba comienzo el arduo proceso de trabajo hasta que salía la teja del horno: llevar la tierra cernida a la pila donde se mojaba y pisaba con dos vacas, cogerla en puños para ponerla en la mesa donde estaban los moldes que daban forma a las tejas, llevar las tejas crudas al mantillo a secar al aire y guardarlas después en un cuarto, hasta tener diez o doce mil tejas con que poder llenar y encender el horno.
“A veces había que usar leña de otra parte, pero siempre tuve suerte y mientras quemé lo hacía con leña de eucalipto blanco, la mejor que hay”, detalla. El horno estaba encendido de 28 a 30 horas, “depende mucho del aire que tuviera; a veces hay que dejar descansar el fuego y después apurarlo otra vez. Si se le echa mucho fuego la teja sale por los agujeros de abajo, hecha agua. ¡Hay que ver lo que es el fuego!”.
Por eso le ponía “en el cierre del horno –debajo– barro del de la teja y cuando veía los cierres chorreando, paraba”.
Después de todas esas horas encendido, “hay que terminar siempre por la noche, porque con el día no se veía el fuego. Y si ya la tiene quemada y todavía era de día, la veteranía que uno tiene, le echaba de vez en cuando un ramo debajo y esperaba que se oscureciera. Entonces le abría en las bandas unos huecos preparados, donde yo pudiera ver la teja: si no está bien guisada, ve roja las tejas de los bordes y negras por el centro, todavía hay que echarle un par de lacillos más de leña por a la punta de arriba, que prende sola y se le quitaba el negro tiznado de la ceniza. Si la ve completamente roja, ya está”.
*VOCABULARIO broza. “Piedrecilla mezclada con arena”, cita el Tesoro lexicográfico del español de Canarias.piratilla. “Turismo en forma de autobús. Auto pequeño de alquiler, que robaba el pasaje a paso a los coches de línea –«coches de hora»–”, define Pancho Guerra el vocablo pirata (Obras Completas, t. III, “Léxico de Gran Canaria”). “Cuando más tarde consiguieron la autorización de aquel servicio, siguieron llamándose «piratas» del Monte, Santa Brígida, San mateo, Teror, Arucas, Gáldar, Agaete, Telde, Carrizal, Ingenio y Doctoral”, cita el Tesoro… a Orlando García Ramos ● |