Las Carboneras, caserío de carbón… y mucho trigo

Cirilo nació en 1944 en uno de los pequeños pueblos que jalonan, dispersos, el macizo de Anaga, con un intrincado bosque de laurisilva donde el aislamiento de sus habitantes sólo podía sortearse recorriendo sinuosos caminos hasta bien avanzado el siglo XX. [En PELLAGOFIO nº 59 (2ª época, diciembre 2017)].
Por YURI MILLARES
La agricultura y la ganadería de subsistencia eran el medio de vida para la mayoría de los vecinos que vivían en Anaga, que también tenían en el monte un recurso necesario para sus vidas (la leña) y para obtener algunos ingresos (carbón, horcones para las plataneras, varas para los tomates).
El caserío donde ha pasado su vida Cirilo Rodríguez Felipe se llama Las Carboneras y no es difícil adivinar por qué. “Mucha gente vivía de eso y de ahí viene el nombre. Cuando repartieron las tierras –habla de los tiempos de la conquista–, lo bueno se lo quedaron cuatro familias y lo ruin para arriba lo repartieron a los pobres cabreros, que tuvieron que dedicarse también a hacer carbón. Y de Chinamada se fueron pasando aquí, que era todo un bosque. Cortaban la leña, hacían los pajares y después hacían las huertas para sembrar. Y de ahí viene la historia de Las Carboneras”, resume cinco siglos.
«[Tras la conquista] lo bueno se lo quedaron cuatro familias y lo ruin para arriba lo repartieron a los pobres cabreros, que tuvieron que dedicarse también a hacer carbón»CIRILO RODRÍGUEZ, vecino de Las Carboneras

De madrugada a La Laguna
Hacer carbón era una labor a la que se dedicaban, sobre todo, las mujeres. “Prendían la horna* por la mañana y por la noche ya estaba. Un saco. Para sacar 30 o 40 kilos. Y al otro día salían de madrugada a venderlo a La Laguna para traer algo de comer”, añade. Era un refuerzo a la economía familiar. Caminando por veredas subían hasta la Cruz del Carmen, y desde allí bajaban a Las Mercedes y seguían por el camino Viejo hasta La Laguna. “Siempre caminando”, insiste… y con el riesgo de ser vistas por algún guarda del monte.
“Si tenían la mala suerte de que los guardas se ponían a hacer servicio y las veían se lo quitaban. A veces esperaban por la Cruz del Carmen… Porque estaba prohibido decepar –arrancar monte– y quemar sin autorización. Si lo hacías sin permiso te lo quitaban. He leído yo que en Las Palmas se quedaron sin monte, por arrancar y hacer carbón para los barcos. Aquí había un guarda que avisaba, cuando salieron los guardas forestales, porque antes no había sino guardas municipales que hasta ellos mismos lo vendían…”

Con leña y chasca
La horna para hacer carbón “es distinta en el norte y en el sur” de Tenerife, dice. “Hay sitios que la hacen en pico (es redonda y respira por arriba), lo vi yo en Chimiche [en el sur de la isla]. Lo que no se yo es cómo va eso quemando. Así redonda es más fácil para agujerarse, porque al ir quemando se desfonda y se echa el carbón a perder, se hace ceniza. Nosotros la horna de carbón la hacemos en un plano –la horna tendida– según la leña que tengas”.
En Anaga empiezan poniendo la leña tumbada y haciéndole la boca por donde la prenden, “se llama las madres. Y por los lados le hacemos un bardo para que no se vaya la tierra, ponemos una plancha, que antes lo hacíamos con estacas, después se tapa con helechos y monte (la chasca) y se va echando tierra arriba y va bajando. Le damos fuego en la boca y respira por el otro lado, donde la horna es más ancha y un poco más alta y tiene dos respiraderos”.
«La horna suele agujerarse, hay que tapar el hueco si se desfonda; desde que le da aire, la leña se vuelve ceniza»
“Entonces –continúa– va quemando y hay que estar pendiente, porque al quemarse se hunde, a lo mejor la leña es cambada y hay un hueco. El horno si quema bien va bajando de atrás, bajando-bajando y subiendo el fuego. Pero suele agujerarse, hay que tapar el hueco si se desfonda, porque baja tierra y lo puede incluso ahogar. Y desde que le da aire la leña se vuelve ceniza. Al final, cuando está quemado pegas a limpiar, sacando la chasca y sacando todo, moviéndolo todo y dejando caer tierra dentro para apagarlo”.
La horna se construye en pendiente. “Si es un sitio con viento se busca un sorribo* o donde el viento no le dé, porque retiene el humo y requema”. En cuanto se prende la horna hay que tapar la boca y “se deja que respire por arriba, pero si no coge la fuerza suficiente y ha bajado el humo que sale por arriba le haces por un lado un respiradero para que coja fuerza, pero lo tapas cuando prenda porque, si no, el fuego corre mucho. O si el fuego adelanta por un lado es igual, le haces un respiradero por el otro lado para que el fuego camine”. Se sabe que ya está la horna lista “porque sale fuego arriba y se hunde”.
La plaza del pueblo eran cuatro eras para trillar
“Mi padre y mi madre trabajaron como burros, de comer no me faltó. Y descalzo fui poco –relata Cirilo–. Una vez me compraron unos tenis* y me mandó mi madre a llevarle el almuerzo a mi padre, que estaba segando trigo, yendo hacia Chinamada. No me puse los tenis porque eran para el colegio y cuando llegué donde mi padre, descalzo, me formó un pleito: “¡Póngase los tenis lo que duren, y cuando se acaben ya veremos!”.
El caserío de Las Carboneras, un pequeño pueblo en el interior del macizo de Anaga, lo formaban un conjunto de casitas con cubierta de teja en torno a una plaza y su ermita. Rodeado de huertos donde se cultivaba trigo, la singularidad de esa plaza en terrenos donados por los propios vecinos, era que estaba compuesta nada menos que por cuatro eras: la del Hoyo (abajo), El Barrial (enmedio), la de Cho Felipe (que era como se llamaba el abuelo de Cirilo y era la mayor) y la Era de Arriba.
CIRILO RODRÍGUEZ:
«Cada uno llevaba su trigo y trillaba su parva cuando le tocaba. Pero había vecinos que tenían tres y cuatro parvas, porque a lo mejor cogían 50 y 60 fanegas de trigo»
Eran todas de tierra y cuando llegaba la época de la trilla, en verano, se limpiaban. “Se regaban con agua y se apisonaban, con pisones de mano de esos de madera –describe Cirilo–. Cuando iban cogiendo piso se les echaba paja y se seguía regando y se tenía unos días. ¡Al final terminaba con un piso como una plaza! Después, cada vez que se trillaba, se barría, se limpiaba y se regaba. Y se cubría otra vez con paja
nueva, porque se estaba trillando. Se tendía el trigo y a trillar otra vez”.
Así podían estar incluso varios meses, julio y agosto como mínimo. “¡Aquí se cogía trigo! –dice–. Cada uno llevaba el suyo y trillaba su parva cuando le tocaba. Pero había vecinos que tenían tres y cuatro parvas, porque a lo mejor cogían 50 y 60 fanegas de trigo. Otros cogíamos sólo cuatro o cinco fanegas. Pero era por turno, todo el mundo esperaba unos por otros y cada uno trillaba lo suyo con sus yuntas. Y el que tenía una sola vaca se juntaba con otro igual y formaban una yunta para hacer la trilla”.
En 1970, “desde que llegó la carretera, se dejó de sembrar –añade–, porque la plaza era donde se trillaba”, y fue ocupada por los coches. “Y en Chinamada igual. La gente salió fuera a trabajar, el trigo no daba mucho. El que salía a trabajar volvía con 6.000 pesetas y el que estaba aquí ganaba 900”.
VOCABULARIO horna. “Horno de carbón” (Manuel Alvar, El español hablado en Tenerife). sorribo. “Talud” (Juan Reyes, citado en el Tesoro lexicográfico del español de Canarias). tenis. Así llaman en Tenerife a las zapatillas de deportivas ● |