Historia Oral

Las vacas de Juana, por el gusto de verlas

Hija de cabrero, madre de tres hijos cabreros, Juana Hernández no oculta su satisfacción y gusto por “el oficio que hemos tenido siempre: el de los animales”. Pero en su caso y cuando se realizó la entrevista que rescatamos aquí, el penúltimo invierno del siglo XX, con vacas de raza palmera. [En PELLAGOFIO nº 34 (1ª época, octubre 2007)].

Por YURI MILLARES

Juana Hernández Pérez, garafiana de la costa, vive tierra adentro en el mismo municipio de Garafía un mes de enero con sus brumas, fríos y hasta nieves en las cumbres de La Palma en que recibe a quien esto firma. En Lomo Machín tiene la casa y las reses, vacas de raza palmera como las que también vio tener a su padre que, aunque cabrero, igualmente trabajaba con yuntas.

“Mi padre trabajaba con las vacas cuando no había carretera –recuerda los tiempos, no tan lejanos, en los que al norte de la isla no se podía ir sino a pie, sobre bestias o en falúa, pero no sobre ruedas– y bajaba cuando había remates. [Las maderas] bajaban con las vacas hasta los puertos y de eso vivía: con las vacas halando encangadas* por el cuello. Desde ahí encima –señala el monte cercano sobre su cabeza, girando la vista desde su casa– hasta el mar, por Santo Domingo y por La Fajana”.

Juana Hernández da de comer a sus vacas de raza palmera ‘Veterana’ y ‘Matancera’ en Garafía, isla de La Palma.| FOTO YURI MILLARES
Sus cuatro vacas no son para leche, dice, “sólo dan los terneros y desde que se les quitan no se pueden ordeñar. Son vacas de trabajo, pero hoy ya no trabajan”.

«Son muy nobles, las lleva uno por donde quiere»JUANA HERNÁNDEZ

Escuchando estas palabras y viendo en su rostro una vida de mucho trabajo y sacrificios, a alguien podría extrañarle qué utilidad puede tener poseer unas vacas que hay que cuidar y alimentar si no tienen utilidad.

Pero tan dura ha sido la vida de los isleños de un par de generaciones atrás, que algunos se resisten a renunciar por lo que han luchado, en este caso, mantener unas razas ganaderas propias que tanto han aportado al sustento de las familias. Juana lo explica así de claro: “A mí me gustan tanto las vacas que las tengo. No porque den; si dieran, alguien más tendría y por aquí no hay [ya] más vacas que las mías. Es que me gusta verlas”. La satisfacción le viene por su participación en ferias de ganado y la obtención de premios en los concursos a los mejores ejemplares.

Muy nobles
Las reses de Juana tienen sus nombres, por los que ella las conoce y las citadas responden. “Son muy nobles, las lleva uno por donde quiere”, describe una de sus características más nombradas. “Es un animal fuerte, que aunque esté el tiempo malo no le importa. Es el ganado que tenía mi padre y es el que han conservado las hijas”, añade. No compran, sino que crían siempre del mismo ganado y venden. De hecho, la más vieja de sus cuatro vacas, Veterana, tiene 16 años y es hija de otra que tuvo y vendió con 14 años. La segunda es Matancera, que es hija de Veterana, y las otras dos, que apenas llegan a los cuatro años, Jardinera y Marinera son sus nietas. “Y ellas saben sus nombres cuando van por ahí”, afirma.

«Lo que más les gusta son las tederas y a ellas no les importa que llueva, lo que las incomoda es el viento si sopla fuerte»JUANA HERNÁNDEZ

Cuando los veterinarios no se conocían, ganaderas como Juana (o, antes que ella, su padre) empleaba remedios caseros para curar a las vacas.
Viven sueltas por el día, dentro de algún cercado, pastando ociosas, y de noche duermen en la cuadra. Pero no son ariscas ni semisalvajes; todo lo contrario. “Vienen a la cuadra para amarrarlas y otra vez se sacan [por la mañana] desde que nacen; con una soga al cuello viven siempre y se dejan dominar. El ganado que tenga uno costumbre de amarrarlo, soltarlo y volverlo a amarrar es completamente manso”. La rutina diaria se realiza con las vacas caminando delante y Juana detrás guiándolas y llamándolas por sus nombres. “Cuando una no quiere que sigan adelante, se les habla y comprenden enseguida”.

No importa el tiempo que haga, sea invierno o verano, Veterana y las demás van a los cercados a pasar el día y pastar. Lo que más les gusta son las tederas* y “a ellas no les importa que llueva”, lo que las incomoda es el viento si sopla fuerte. “Pero el agua no les importa, ellas comen igual”. Lo del agua, sin embargo, no se aplica a la cuadra. Aquí tienen que tener su sitio seco, la cama con su cubierta de monte picado (brezo). “Que se moje en el campo no le hace daño, pero lo que se moje en la cuadra produce calor y le pone la pata mala. De noche, si no tengo algo para ponerles [de cama], no las traigo” y pasan la noche en el cercado.

■ HABLAR CANARIO
Para el empacho, raíz de col guisada

JUANA HERNÁNDEZ:
«Todavía lo hacemos para las cabras cuando comen mucho maíz y le hace daño, a pesar de que hay medicinas»

Cuando los veterinarios no se conocían, ganaderas como Juana (o, antes que ella, su padre) empleaban remedios caseros que, aún en el presente, si surge la necesidad, también son un recurso. “Si era porque le había sentado mal algo que comió, guisábamos la raíz de la col y otras hierbas que llamamos la basa. Se les daba con la botella y era muy bueno. Todavía lo hacemos para las cabras cuando comen mucho maíz y le hace daño, a pesar de que hay medicinas. Cuando parían y no echaban la paria, como nosotros decimos, le dábamos lino con aceite; decían que con el aceite la despegaban, que no las echaban porque estaban pegadas”.

*VOCABULARIO
encangadas. Pareja de vacas con el cango colocado. “Yunta con el yugo puesto”, cita el Tesoro lexicográfico del Español de Canarias. En La Palma, también “se dice de la persona que tiene tortícolis” (M. Morera, La formación del vocabulario canario).

tedera. Planta leguminosa (Psoralea bituminosa) abundante en Canarias, “desde el nivel del mar a los 1.600 m.” y muy usada como forraje (D. y Z. Bramwell, Historia Natural de las islas Canarias) ●

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