Los primeros puños de barro, con doña Dorotea

Juan Brito, 94 años ya cumplidos, primer Hijo Predilecto de Lanzarote que recibe tal honor en vida, vuelve a nuestra revista ahora en su reconocida faceta de ceramista e investigador de la alfarería aborigen y popular. [En PELLAGOFIO nº 12 (2ª época, septiembre 2013)].
Por YURI MILLARES
Juan Brito Martín, al que ya hemos presentado en estas páginas de PELLAGOFIO y del que conocimos entonces sus recuerdos de casi un siglo como agricultor, taxista y guarda del patrimonio arqueológico, ha sido nombrado este año “Hijo Predilecto de la Isla de Lanzarote” por el gobierno insular, el Cabildo. Un reconocimiento que, por primera vez, recae en un personaje “en vida”, tal y como ha destacado la prensa (La Voz de Lanzarote), gracias a lo cual este conejero del Peñón del Indiano (en Tinajo) nacido en fecha tan lejana como el 10 de diciembre de 1919 pudo recoger en persona la medalla de tan distinguido nombramiento
“Quién le diría a aquel niño del campo que bajó por primera vez al puerto de Arrecife hace ahora 84 años –dijo en el acto institucional del Día de Canarias la noche del 29 de mayo de 2013 al recibir el nombramiento–, que esto le iba a suceder 84 años después. Aquel pequeño campesino, acostumbrado a vivir en plena libertad, cuando llegó a la Capital, no salía de su asombro al contemplar tantas casas juntas, diferentes y pegadas unas de las otras. También le llamó mucho la atención que la gente caminara por unas veredas, más altas que la tierra (las aceras). Iban con tanta prisa, que no le daba tiempo de ofrecerle los buenos días a los que pasaban por su lado”.

Juan Brito fue nombrado Guarda del Patrimonio Arqueológico Nacional y de Monumentos Histórico-Artísticos “cuando la gente empezó a descubrir que habían cosas aquí y en todas las islas”, explicaba a PELLAGOFIO en el transcurso de una extensa entrevista [cuya primera entrega publicamos en el número de noviembre de 2012 dedicado a esta isla], cosas que “empezaron a coger y a llevarse”, de ahí que se nombraran guardas en todas las islas y en todos los yacimientos “y yo era el guarda de la isla [de Lanzarote]”.
Cumplió su labor con especial interés por preservar del expolio yacimientos como el de Zonzamas, donde se estaban realizando excavaciones en 1966 en las que él mismo colaboró: “Allí se excavaron y sacaron unas cuantas casas, de esas casas hondas que llaman. El material era riquísimo, en cada metro cuadrado salían cientos de piezas, que todavía están allí. Porque lo que se excavó, se excavó y lo que no, pues todavía está allí”. Incluso fundó en 1972 el Museo Arqueológico que entonces estuvo en el castillo de San Gabriel.
“Al ver toda esta riqueza de cosas”, explicaba, “llegué a hacer yo mismo muchas piezas, muchas”. Juan Brito que ya había mostrado interés y curiosidad por la alfarería había aprendido “con una señora, con la única ceramista que quedaba en Lanzarote, doña Dorotea Armas, que venía de la herencia de las ceramistas del Mojón”, se remite al último enclave de alfarería popular que hubo en Lanzarote. En realidad, precisa, es “el marido de ella el que era ceramista, pero ella aprendió y esta señora era la única que quedaba en 56 ó 57, cuando yo contacto con ella mujer”.
«Todo lo que he hecho lo he quemado en el suelo. Es decir, en un guisadero o güijo»JUAN BRITO
Así fue como “empezamos a hablar y me enseñó [a hacer] los primeros puños de barro amasado. Ella era una mujer que hacía cositas para las casas, que era lo que se necesitaba: calderitos, tofios* y cosas así. Pero yo me salté un poco eso y empecé a hacer cosas mayores y después hice figuras”. Se refiere a su reconstrucción de la vida aborigen en esculturas de barro con sus ropas y adornos, la “Mitología de la princesa Ico”, que está en el Monumento al Campesino en figuras de un metro.
Y al igual que las loceras de la isla, herederas de unas técnicas que practicaban los primitivos habitantes, “todo lo que he hecho lo he quemado en el suelo”. Es decir, en un guisadero o güijo. “Es una palabra aborigen. Güijo también se le llama a los toriles donde cerraban a los baifitos para que no se fueran con las madres y no se los comieran los cuervos. Pues eso, cualquier cosa redonda era un güijo”.
«Güijo es una palabra aborigen, también se le llama a los toriles donde cerraban a los baifitos para que no se fueran con las madres y no se los comieran los cuervos»JUAN BRITO
Para hornear las piezas de barro el sistema con el güijo era el siguiente: “Se pone unas piedras en el suelo primero, para que forme cámara, y sobre esas piedras se pone la leña y sobre la leña se ponen piedras otra vez y las piezas encima, para que no tengan contacto con el fuego. Porque la llama la requema y la parte, la quiebra. Y luego se tapan también encima con más leña”.
Últimamente Brito iba a las carpinterías, “cuando estaban en su apogeo”, y recogía los restos que había para aprovecharlos. “Pero antiguamente se quemaba con estiércol y una yerba que se cogía por los caminos que se llamaba codeso. Es una leña buena. Y carozos. Y todo lo que se encontraba y con eso se quemaba”. Y una vez el fuego prendido con la cerámica dentro del güijo, se dejaba “hasta que la brasa se consumiera y ella sola se enfriara. Y por eso salían esos matices medios quemados, se aclaraba por un lado y por el otro no”. Esa era también su belleza, que se sumaba a las propias formas que manos expertas daban y el tegue y el almagre con que las pintaban y dibujaban.
El callao es ‘tinijota’ y en vez de horno usan ‘güijo’
En El Mojón, recuerda Brito, “había unas ceramistas muy buenas, que no se ha llegado nunca a hacer una pieza (yo por lo menos no he llegado a conseguir) como las que esta gente hacía. Porque eso parece que no salía de manos humanas. Las llamaban las hermanas Ratonas, cariñosamente. Ellas ponían hasta cinco y seis tiestos* en la misma quemada”. De estas loceras, “cuando fundé el Museo Arqueológico, tenía una taza de beber leche que eso es la cosa más fina, más perfecta y mejor hecha que yo he visto en mi vida”.
JUAN BRITO:
La cerámica popular levanta las piezas a mano y se alisaba «con un callao de la marea, que nosotros llamamos ‘tinijota'»
Esta cerámica popular levantaba las piezas a mano, como toda loza tradicional canaria, y se alisaban “con un callao de la marea, que nosotros llamamos tinijota, por eso decimos ‘dar tinijota’. Que me parece que por Las Palmas le dicen lisadera”. Después, la loza de barro iba cubierta con una arcilla blanca especial de la isla, el tegue (“se llama entegar la pieza”) y a continuación se dibujaba encima “con almagre rojo, que solían pintar cosas muy bonitas. Sobre todo la palmera la ponían mucho. Y también ponían algún ave, alguna gallina. Tenían mucho arte”. Y en vez de horno empleaban un guisadero o, como lo llaman en Lanzarote, un güijo.
Sus formas eran bien diferentes a la de los aborígenes. Incluso en el mismo tipo de piezas, como el tofio para recoger la leche durante el ordeño del ganado, que en la cerámica popular “tiene biquero o vertedero –explica–, pero yo no he encontrado en ninguna excavación ninguna pieza con biquero, aunque sí piezas que servían para ordeñar. Y también cuajaban leche, hacían leche mecida en los foles, las pieles de cabras”.
Las piezas aborígenes también han llamado siempre su atención. “En Zonzamas aparecen muchas piezas casi todas en forma troncocónica, muchos cuencos de todos los tamaños para usarlos como nosotros tenemos hoy un caldero: ellos lo ponían en el piso, lo apretaban un poco, y no se les viraba”.
*VOCABULARIO tiesto. “El tostador de barro en el cual se tuesta el grano para hacer el gofio o las tafeñas”, dice J. A. Álvarez Rixo, citado en Tesoro lexicográfico del español de Canarias). tofio. «Cazuela con pico hacia fuera», dice J. A. Álvarez Rixo, citado en Tesoro… ● |