Morse y botes de humo para sobrevolar el desierto

Los lectores de PELLAGOFIO ya conocen a Manuel Ramírez como historiador especializado en temas canarios (por ejemplo, sobre los efectos devastadores de la plaga de langosta en los últimos siglos). Pero su vida de aviador, llevando el correo a perdidas aldeas en el desierto del antiguo Sahara Español, también es digna de relato. [En PELLAGOFIO nº 39 (2ª época, febrero 2016)].
Por YURI MILLARES
La vida de aviador de Manuel Ramírez Muñoz comenzó hace 60 años “un poco de carambola”, reconoce él mismo, cuando, muy jovencito, se presentó voluntario para hacer el servicio militar en Aviación tras vivir “una niñez y una primera juventud muy difícil en un pueblo de Andalucía. Fui hijo de un fusilado”, explica. Cuando llegó a Madrid había una oposición para entrar a la Escuela de Transmisiones en Cuatro Vientos, donde se formaban quienes querían hacerse mecánico de transmisiones, mecánico de radio o radiotelegrafista y se presentó. “Recuerdo que para radiotelegrafista había 120 plazas y nos presentamos cuarenta y tantos”. Aprobó y allí estuvo un año, después fue a Torrejón a hacer prácticas en el Escuadrón de Experimentación en Vuelo y regresó de nuevo a pasar otro año a Cuatro Vientos.

«En Úbeda el plátano era una fruta prohibitiva, se compraba uno o dos cuando alguna persona estaba enferma»MANUEL RAMÍREZ
Asombrados en un taxi Mercedes
Aquel día de noviembre hacía frío. Él y su compañero de destino cogieron un taxi en el muelle, asombrados al ver que se trataba de un Mercedes, y pidieron al taxista que los llevara a una pensión. “Nos llevó a la pensión Iberia, en la calle Ripoche, que a mí me pareció el más lujoso de los hoteles. Me pegué una ducha, por la mañana me levanté temprano y me bauticé con unos churros con chocolate en La Madrileña”.
Pasó el día recorriendo la ciudad, en una jornada imborrable en su memoria marcada por dos hechos: en un bar muy modesto junto al mercado de Vegueta donde comió, le preguntó al camarero si podía coger un plátano de un frutero que había lleno y éste le contestó que podía comerse “todos los que quiera, yo no se los voy a cobrar” (“Aquello me impactó mucho, porque en Úbeda el plátano era una fruta prohibitiva, se compraba uno o dos cuando alguna persona estaba enferma); y fue la primera vez que entró a un teatro (aquella tarde ponían la zarzuela Luisa Fernanda en el Pérez Galdós y “hoy la oigo y no puedo evitar el sentir un cosquilleo”, se emociona).
«En Ifni participé en la famosa acción en Tiliuin, uno de los aviones que lanzaron a los paracaidistas que liberaron la posición fue el mío»MANUEL RAMÍREZ

Apogeo bélico en Ifni
“Y bueno, me presenté en Gando”. El conflicto de Ifni estaba en pleno apogeo “y no me dieron tiempo a nada, no pude hacer algunos vuelos previos para irme soltando con el material, porque estaba acostumbrado a otro tipo emisoras. Me metieron en un avión y al Sahara. Tuvimos que estar trasladando legionarios de El Aiún a Ifni, volando ocho y diez horas diarias. Y en Ifni participé también en la famosa acción en Tiliuin, que fue muy sonada porque se lanzaron un montón de paracaidistas. Uno de los aviones que lanzaron a los que liberaron la posición fue el mío”.
Así fue como dio comienzo su vida de aviador, con base en Gando, formando parte de las tripulaciones de unos vetustos pero versátiles y prácticos aviones Junkers Ju-52. “El Junkers era una maravilla y, sobre todo, un seguro si tenías que volar en el Sahara. Tenía una envergadura de 37 metros, iba muy lento (apenas a 180 km por hora), cargaba poco (1.200 kg) y tenía una autonomía de cuatro horas y pico. Pero planeaba muy bien y aterrizaba en cualquier sitio. ¡Era del año 30 y estuvo volando casi hasta el año 70!”.
«El Junkers era una maravilla, apenas iba a 180 km por hora, pero aterrizaba en cualquier sitio»MANUEL RAMÍREZ

Correo en el desierto
Tras los agitados primeros meses, a principios del año siguiente, 1958, su avión fue destacado a Villa Cisneros. “Aquello era un paraíso de tranquilidad y hacíamos el recorrido entre Villa Cisneros y Bir Enzarán, Tichla, Ausert, Güera”. Aquellas pequeñas aldeas, en algunos casos apenas un pozo de agua en torno al que los nativos levantaban sus jaimas, el lugar de aterrizaje estaba limitado con piedras pintadas con cal. “Todo el Sahara es una pista de aterrizaje. Hemos tomado tierra en sitios inverosímiles. Tirábamos un bote de humo, veíamos la dirección del viento y aterrizábamos contra el viento”.
«En el desierto nos orientábamos de forma visual y si había siroco o poca visibilidad nos orientábamos por el radiocompás. Una vez nos perdimos y aterrizamos para preguntar a un camionero»MANUEL RAMÍREZ
En Villa Cisneros realizaban el servicio tres veces en semana: a Ausert-Bin Enzarán un día, otro día Ausert-Tichla y los viernes a Güera y Port-Étienne (y algunos viajes al interior de la Mauritania francesa, “a Atar, donde había una gran base”). Fueron un par de años en estas rutas del interior descubriendo y conociendo el desierto (“cada 10 ó 15 días veníamos a Gando y cambiábamos de avión”), una época que Manuel Ramírez califica “como la más bonita de mi vida”. Después fue destacado a El Aaiún con otro avión y continuó haciendo recorridos en el interior (Hausa , Hagunía, Echdeiría, Mahbes), llegando algunas veces a Tinduf, con motivo de la celebración de la fiesta nacional francesa, el 14 de julio (“Allí vimos la corrida de la pólvora, que era impresionante”).

Pero si el desierto era una inmensa pista de aterrizaje por sus llanuras, también tenía una dificultad: te podías perder muy fácilmente. Y a Manuel Ramírez le pasó. “Nos orientábamos de forma visual y si había siroco o poca visibilidad nos orientábamos por el radiocompás: sintonizabas un radio faro, sintonizabas otro y con la marcación que daba mirábamos los mapas y sabíamos el punto exacto donde nos encontrábamos”. Algo que no siempre daba resultado.
En una ocasión el Junkers Ju-52 de cuya tripulación formaba parte se dirigía a una cuadrícula del mapa donde se estaban haciendo prospecciones petrolíferas, pero acabaron desorientados sin saber muy bien dónde estaban, en medio de aquella inmensidad. “Hasta que vimos un camión y tomamos tierra allí mismo, junto a la pista por donde circulaba el camión, para preguntarle al conductor que nos dijo que lo siguiéramos, que también iba al mismo sitio”, relata riendo.
MANUEL RAMÍREZ:
«El correo era mucho más importante que el hombre y la máquina, era lo que unía a la gente que vivía allí con el mundo que habían dejado atrás»
■ EL DETALLE
Desesperados por una carta que no llega
La tripulación de un Junkers Ju-52 estaba formada por el piloto, el mecánico y el radio. “El piloto llevaba el avión, el mecánico estaba encargado de los motores y yo, como el radio, llevaba las comunicaciones ¡sin las facilidades de hoy, nosotros sólo usábamos el morse y el mapa!”. La labor de estas tripulaciones era muy importante, quiere hacer observar Manuel Ramírez, pero no tanto por ser transporte de material y de personas: “Lo más importante que nosotros llevábamos era el correo”, recalca.
“Hay una cosa que no se me olvida. Ausert, por ejemplo, era un poblado grande con muchas jaimas, era como la subcapital del sur del Sahara. Pero Tichla no era nada más que un fuerte y yo me subía en la parte de arriba con el sargento del puesto a ver repartir el correo. En esa época no había ni móviles, ni WhatsApp; allí ni siquiera había teléfono, sólo el correo –continúa–. Era mucho más importante que el hombre y la máquina, era lo que unía a la gente que vivía allí con el mundo que habían dejado atrás. Y desde allí arriba veía las expresiones en los rostros cada vez que se decía un nombre: las caras de alegría de los que recibían una carta, o las caras de desilusión y hasta de desesperación cuando el encargado de repartir las cartas estaba terminando y no le llegaba a alguien la suya. Aquello se me quedó muy grabado” ●