Historia Oral

Más abajo de Garafía no había sino cardones y miseria

Oficios del mundo rural / Arriero y leñador en el exuberante norte de La Palma

Julián Castro conoció una isla que estuvo lejos de la prosperidad agrícola asociada al agua de galerías que han perforado La Palma. Más allá de Briesta, dice, «el agua sólo estaba en los aljibes de las casas». Sentado en el sillón de su casa con vistas a la ermita de San Antonio del Monte, en Garafía, lo entrevisté el 10 de julio de 1997. [En PELLAGOFIO nº 109 (2ª época, julio 2022)].

Por YURI MILLARES

La casa de Julián Castro Cáceres (1919-2013) en San Antonio del Monte (Garafía) disponía de una excelente vista de la ermita y sus alrededores. La ventana de la salita estaba orientada, precisamente, hacia este templo. Una vez al año, cuando llega junio, se llena de bullicio mientras en el exterior se celebra la mayor feria de ganado de La Palma. Convoca animales de distintas razas palmeras, también a hombres como el propio Julián —de eso hace tiempo— que hacen exhibición de sus habilidades, en su caso, como leñador.

«Antes, para hacerse uno una casa tenía que irse a Cuba, era raro el que pudiera hacerse una»JULIÁN CASTRO, arriero

Sentado junto a la ventana con vistas a la ermita de San Antonio del Monte, Julián Castro conversa con Pedro Hernández (capataz del Centro de Testaje de Caprinos de Garafía). Era el día 10 de julio de 1997. | FOTO Y. MILLARES

Frente a esa ventana de su casa tiene colocado el sillón y ahí está sentado un día como otros, en esta ocasión en compañía de Pedro Hernández Pérez, capataz del Centro de Testaje de Caprinos, que ha ido a visitarle y nos presenta hace ahora 25 años años.

La casa la construyó su padre con los ahorros que trajo de Cuba, a donde fue con esa intención para poder casarse después. Y la construyó con esa ventana orientada a la ermita porque era el naciente, mientras que la puerta de la casa está al lado contrario, en el poniente. «Aquí en el norte las casas se hacen así para que las caliente más el sol», explica.

«Un vaso de vino te doy, pero agua no». ¡Tuvieron que ir a buscar un garrafón de agua a Los Llanos, porque en las Indias no había!

Y es que, «antes —dice—, para hacerse uno una casa tenía que irse a Cuba, era raro el que pudiera hacerse una». Comenta entonces la realidad de La Palma muchos años atrás. Los que abrieron galerías para sacar agua «hicieron fortuna» y la propia isla «floreció» donde antes no había casi agua, «porque de Briesta para abajo —entrando ya en Puntagorda—, el agua que había estaba en los aljibes de las casas, allí no había manantial fuerte de verano. Y de Los Llanos a [Santa Cruz de] La Palma, esas Indias y Fuencaliente, ¿qué valían? No había sino cardones y miseria».

Ni un vaso de agua
«Llegaba uno por allá caminando con un viajante, porque yo hacía de arriero —relata una de sus visitas de trabajo al sur de la isla—, pedir agua y dicen: “Un vaso de vino te doy, pero agua no”». ¡Tuvieron que ir a buscar un garrafón de agua a Los Llanos, porque en las Indias no había! Así recuerda la isla más allá de Garafía, tan diferente a como la pudo conocer décadas después, en 1996: «Llego por allí y, amigo, lo que eran cardones y miseria, se ven fincas».

Julián Castro con sus mulas. | FOTO Y. MILLARES

Por Barlovento, «que también caminé por aquella costa —dice este arriero— llegué con un viajante de Los Sauces y solté las bestias de noche. Luego, de madrugada, las agarraba uno y seguía avante. Y ahí no había más que cerrillo. ¡Y lo que vale hoy Barlovento con la agricultura después de que llegaron las galerías!».

También en Tijarafe, el pueblo de sus padres, el agua era un bien escaso. «¿Qué valía Tijarafe antes de entrar agua?», repite el argumento. Y citando a Tijarafe hilvana sus recuerdos con «un cuento» de lo que le ocurrió a «un muchacho del pinar de Tijarafe que vino aquí con veinte fejes de varas, que eran veinte pesetas, compró un saco de papas, se mandó* por la cumbre, huyendo de los guardias y llegando a la Cruz del Llano la Guardia Civil le sale al paso». El pobre muchacho se quedó sin su valiosa mercancía en el tiempo que ocurrió esta historia, los de la miseria de la posguerra civil española.

«Bueno, ya tienes las papas aquí» —las había conseguido pasar ante los guardias camufladas entre las varas—. Y me dice: «Si ellos no llevan las armas no me quitan el saco de papas a mí»

Daba tristeza
«En ese entonces, todo el que caminaba con papas de un pueblo a otro se las sacaban», dice Julián al explicar lo que le ocurrió a este joven, que había cargado nada menos que con veinte fejes de varas para poder conseguir las papas. «Un feje de varas tiene seis docenas y pesa cincuenta kilos. Se dice hoy y no se cree», dice Julián mientras Pedro lo mira asintiendo.

«Y dígole al muchacho —continúa con el cuento—: “Estate tranquilo, que tengo papas en casa y pasado mañana tienes un saco de papas aquí”. Cargué los veinte fejes, le puse el saco de papas en medio y le dije: “Bueno, ya tienes las papas aquí” —las había conseguido pasar camufladas entre las varas—. Y me dice: “Si ellos no llevan las armas no me quitan el saco de papas a mí”. Oiga, daba tristeza. Bajarse veinte fejes de varas y luego el saco de papas a lomos».

«¿Saben lo que es ir de aquí a Venezuela en un barco velero de esos? Yo me iría en un barco velero si me andaran buscando para matarme»

Eran tiempos en los que muchos optaban por salir de la miseria, el abuso y la represión embarcando en frágiles barcos cargados al máximo rumbo a Venezuela. «A mí me contaban tres individuos de Barlovento, que se fueron en un barco para allá y después fueron socios de una galería: “Julián, ese velero daba voleos así en el aire… —y describe con las manos los terribles vaivenes de aquel navío agitado por las olas como un cascarón— …y hoy tengo riego, tengo con qué vivir, ¡pero todavía tengo el susto!».

Julián Castro sabe lo que es embarcar y navegar, pero sólo para ir a la Península, porque la guerra civil le obligó a presentarse allí a este hombre pacífico que detesta la muerte violenta de un semejante, por eso exclama, interrogando: «¿Saben lo que es ir de aquí a Venezuela en un barco velero de esos? Yo me iría en un barco velero si me andaran buscando para matarme, pero dirme en un barco velero en un pedazo de mar de esos es peligroso», explica por qué optó por quedarse y se dedicó a los trabajos más duros, como el de leñador, cortando pinos que allí mismo, en el pinar, «serraba para sacar las tablas que había que bajar desde la cumbre».

■ HABLAR CANARIO
Con un reloj prestado para tomar la medicina

JULIÁN CASTRO:
«Se cortaba el monte y se bajaban varas y carbón sin dinero; cuando esa mercancía se vendía en Las Palmas, entonces venían y pagaban a los arrieros y a todos»

Julián Castro, arriero durante toda su vida, aún tenía un par de mulas en 1997. Pero durante muchos años ejerció de leñador, primero cortando varas y trabajando con bestias que las cargaban, pero por jornal «porque las bestias eran ajenas», dice.

«Compraban el monte, se cortaba el monte y se bajaban varas y carbón para abajo, sin dinero. Cuando iba esa mercancía a Las Palmas, se vendía y entonces venían y pagaban a los arrieros y a todos».

La vara había que cortarla y con un machete se limpiaba. Bien amarrada se cargaba en bestias. Julián hizo de «cortamontes», y también se dedicaba «a bajar varas», pero lo cambió por algo que la daba más: ir a la cumbre a cortar madera. «La serraba y la bajaba con las bestias a vender a Tijarafe, a Los Llanos, y me decían: “Tú estás ganando más porque trabajas el pino y no te cuesta nada”». Pero sí le costaba, el trabajo era duro en las condiciones en las que se hacía, con la única fuerza de los propios brazos.

Se ríe recordando lo que suponía tener un billete de mil pesetas. No había forma de cambiarlas, había que ir a Santa Cruz de La Palma para conseguirlo

A golpe de hacha se cortaba el pino, allí mismo se ponía sobre unos pilares y entre cuatro hombres lo serraban con grandes sierras.

«Tres debajo y uno encima. Si es madera delgada también se sierra entre dos. Pero con madera gorda, cuatro. El palo se ahila* con un hilo. Se mide arriba y abajo, se marca y se sierra siguiendo el hilo». Y a mano salían las tablas perfectas. «Como yo esté serrando, la sierra va palante, porque la sé llevar, porque serré mucha madera».

Se ríe recordando lo que suponía tener un billete de mil pesetas. No había forma de cambiarlas, había que ir a Santa Cruz de La Palma para conseguirlo. A propósito de eso le viene a la mente otra anécdota: un vecino «se compró un reloj de campana y llegó a dir ese reloj a Franceses emprestado* para dar una medicina en sus horas, porque no había ningún reloj» en ese barrio

*VOCABULARIO
ahilar. En La Palma, los leñadores al serrar un pino tumbado y sacar tablas, marcan la línea de corte en el tronco con un hilo mojado en añil, lo tensaban, lo levantaban un poco y al soltarlo dejaba marcado el tronco con una línea recta: eso es ahilaremprestar. Prestar. «Coinciden el español de Canarias y el de América en la abundancia de palabras y acepciones arcaicas (…) en la lengua popular» (cita a José Pérez Vidal el Tesoro lexicográfico del español de Canarias) ●

mandarse. Aquí, se fue […por la cumbre]. «Es pegar a hacer algo. O pegar a dar palos (…). También se dice de comer. Y (…) cuando alguien sale escarafiando, huyendo de algo, se dice que “salió mandado”, o también que “se mandó a correr”». (Cita a Antonio Martí, en Ansina jabla la isla, el Tesoro lexicográfico…) ●

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