«Mito, hay que escribir las poesías», pero él nunca quiso
El Hierro / Guillermo Quintero (Mito), un herreño en Tamaduste

José Padrón Machín, el recordado cronista de El Hierro durante gran parte del siglo XX, era su tío. Y se lo dijo muchas veces: «Escribe tus poesías». Su paisana la cantante María Mérida también se lo decía. Pero Mito se resistió siempre a plasmar en papel sus ingeniosos romances, ya fuera a una novia, a un cura o a la propia isla. [En PELLAGOFIO nº 116 (2ª época, marzo 2023)].
Por YURI MILLARES
Guillermo Quintero (Mito) tiene un ingenio especial para componer décimas que de su mente salen con la voz, pero nunca ha querido poner en un papel. «No quise, nunca quise», dice. Con la excepción de un cura de Valverde que le insistió mucho y, aburrido, cedió. «Como negro es mi camino / vestido de negro voy, /y así como negro soy / así es negro mi destino…», comenzaba.
El día siguiente a esta entrevista, en su casa de Tamaduste, «hay bailarines en el norte». Se refiere a las fiestas del barrio de El Mocanal, donde se encuentra «San Pedro Glorioso que —explica—, está hecho de moral y es pesado. Es una madera buena, no se pudre. Muy parecida a la sabina, aguanta mucho, años y años. Y las cangas de las vacas, para arar, las hacían también de moral». Y como también recita versos que escucha a otros, recuerda entonces que, en otra ocasión, «cuando sacaron a San Pedro, uno dice: “¡Paren al santo, que quiero echarle una jablada!”. Era un hombre bruto. Y le dice»:
¡San Pedro Glorioso,
patrono del Mocanal,
de la canga de mis vacas
eres hermano carnal!
«Eso es historia», ríe. Y «una cosa es contar las cosas y otra es vivirlas —sigue—. Había un señor que le llamaban Pancho el Gordo que era el que llevaba la correspondencia caminando a El Pinar. La traía el barco, el León y Castillo, el Viera y Clavijo, o el Palma. La correspondencia estaba en Valverde y este hombre iba a El Pinar caminando a llevarla una vez o dos en semana», pone como ejemplo. De pequeñas historias así se nutren sus versos, que compone «desde chiquito, a veces dolorosas».
Prefiero a habitantes de la selva,
a leones, a tigres, a panteras;
más le temo a las garras traicioneras
de un semejante cuando la espalda vuelva.
A una novia que tenía, también. «Que se enamoró ella de mí… De mí no, de la poesía». Pero por más que insistió no hubo manera de que Mito le pusiera en un papel la décima que le dedicó. «Uf, esa mujer: “¡La poesía, Mito!”. No se la di».
El sol sale cada día
a las siete de la mañana
y refleja en la ventana
de tu alcoba, vida mía.
Así cuánto yo daría
para tener ese poder
de verte al amanecer
el semblante soñoliento,
contarte amoroso un cuento
con pasión, bella mujer.
A su isla también le ha dedicado versos. El Hierro, donde ha vivido siempre (salvo su estancia en un sanatorio de Tenerife, para tratarse de tuberculosis, y en Melilla, para hacer el servicio militar). Comienza así:
Bendita naturaleza,
que este poder tuviste
y a nuestra isla le diste
una gloria de grandeza.
En el campo fertileza
y en el aire una oración,
la brisa es una canción
que a sus campos glorifica,
dándole a su costa rica
belleza de una canción.
Fácil es de comprender
si esta isla visitamos
y así contemplamos
las hierbas nacer,
parece se ven crecer
porque la tierra es divina.
El plantío predomina,
se expansiona y se engrandece,
y la naturaleza ofrece aquí
lo rico que ella domina…

Los de su edad hablan «castellano», reivindica
MITO:
«Aquí en esta isla llamamos a todo por su nombre. Y no decimos ‘sentao’ sino sentado»
En su repaso por la vida de los herreños que conoció en tiempos más difíciles, viviendo con lo justo para sobrevivir, habla de animales y plantas. «Había pocas viviendas aquí que no tuvieran dos cerdos. Uno pequeñito para el siguiente año y otro que engordaban dándole higos frescos, tunos de las tuneras…», dice.
Y reivindica su forma de hablar. «Nosotros llamamos higo al fruto de la higuera. El tuno, de la tunera. La manzana, del manzanero. La ciruela, del ciruelero. Aquí en esta isla llamamos a todo por su nombre. Y no decimos sentao sino sentado. Y a la gallina le decimos gallina —diferencia la pronunciación dígrafo “ll” (elle) mientras lo dice—. Los de mi edad hablamos el castellano».
Como herreño de 90 años, también emplea el lenguaje silbado. Entre los de su edad era habitual utilizarlo en la vida cotidiana. «En aquella época se aprendía a silbar desde niño».
«Era la forma de comunicarse. Con la voz hablas a alguien que está lejos y se queda. Pero el silbo sale más. Y el pastor, cuando se iba para casa, llamaba, “Antonio, vámonos ya”. “No, yo todavía no voy”, le contestaba el otro. También los que iban a remo. “¡Ramón, vámonos [para tierra] que está el tiempo malo!”. “¡No tengas miedo!” –y lo silba–. Era una comunicación que tenían».