No hay ‘sino’ que echar agua y coger sal, le dijeron

Las salinas de El Carmen, en el municipio de Antigua, son las primeras y únicas que se conservan en la isla de Fuerteventura y, además, siguen en activo. Su origen está en fecha tan lejana como el siglo XVIII. José González Medero fue su salinero las últimas dos décadas y media del XX. [En PELLAGOFIO nº 31 (1ª época, junio 2007)].

El sol del mediodía lucía sin piedad un día de marzo de algunos años atrás y sobre las salinas de El Carmen (entonces ya restaurados los tajos y cocederos; no así la casa del salinero, rehabilitada posteriormente e integrada, hoy sí, en el Museo de la Sal) inclinaba su cuerpo José González Medero.
Con el largo palo del ruedo acariciaba suavemente la superficie de sal de unos tajos. Hace una pausa y se refugia a la sombra en una de las habitaciones, entonces de pareces desconchadas, de la casa. Había entrado a trabajar en las salinas, hace cuentas, 20 años atrás, cuando su edad era de 41, pero en Fuerteventura llevaba un total de 34 años. “Yo ha sido un buscador de la vida y no ha llegado a nada, resumía su vida en poco más de una docena de palabras.
Antes de convertirse en salinero, trabajó en tomateros y en almacenes del sureste de Gran Canaria (él procedía de San Mateo): “Estuve de encargado en Carrizal; y de mayordomo allá dentro en Arguineguín, [donde] tenía caballo para recorrer los cultivos. No eran cuatro tomateros como echan aquí en Fuerteventura”, explicaba.
Antes de convertirse en salinero, trabajó en tomateros y en almacenes de Gran Canaria: «Tenía caballo para recorrer los cultivos»

¿Cómo lo ataron a estas salinas? Fue “don Miguel [Velázquez García, propietario], se le antojó que viniera a la salina. Yo no quería”, relataba. “Yo no entiendo de eso, don Miguel”, le contestó. “Nada, usted suelta agua, le echa sal a la salina y saca sal”, insistió aquel. “Yo no era tonto y aprendí solo”, contaba José González, resignado a su trabajo.
Con brisa, agua; con calor, ‘miel’
«Hay que tenerla 28-30 días. Se va cuajando como una lechera de cuajo y la sal hay que sacarla con agua, para lavarla»
“Negociante” primero (así se autodefinía), José González Medero se convirtió en salinero, decía en la entrevista que refleja esta página, sin que nadie le enseñara.
El agua “entra sola en la tajea* cuando hay brisa* [por el “saltadero”]; si no hay viento, no hay agua –explicaba su aprendizaje mediante la observación–. Tiene que alcanzar los 30 grados para que haga sal. Usted metía los dedos en el agua y se quedaba como la miel, colgando. Pero si, por ejemplo, había una calma que no había agua que echarle a las salinas y están medio secas, entonces se echa agua fría para que no se partieran los tajos*, que se regaban normalmente con el agua de los cocederos* y hay que tenerla 28-30 días, se va cuajando como una lechera de cuajo y la sal hay que sacarla con agua, para lavarla. Todo el mundo no sabe sacar la sal, hay que coger un compás como el barbero. ¡Oiga, que un barbero está hablando con usted y mirando para otro y le está dando al tío con la navaja!”. Pues sacar la sal del tajo, decía, venía siendo eso pero con ruedo en vez de navaja, una vez que se le coge el compás…
*VOCABULARIO cocedero. Estanque que recoge el agua de mar; en él se va evaporando y elevando su temperatura antes de poder pasar a los tajos. “Se llama también ‘calentador” (Orlando García, Voces y frases de las Islas Canarias). tajea. Acequia (“de mampostería”, señala Marcial Morera en “El vocabulario tradicional de Fuerteventura”). tajo. Poceta en forma de cuadrilátero donde cristaliza la sal (ver: Luengo y Marín, El jardín de la sal). |