Historia Oral

Para la teja, la mejor tierra y dos vacas pisando

Las vivencias de José Castellano, tejero en el norte de Gran Canaria (2)

Con agua, tierra de teja bien cernida y pegajoso barrial hacía José Castellano en los años 50 y 60 la mezcla que horneaba y convertía en miles de tejas para techar casas e iglesias en Gran Canaria. Pero antes tenía que amasarla con dos vacas. “Las echaba juntas de dos a cuatro horas, dando vueltas”, dice. Segunda entrega de este reportaje que comienza con: En mula o en camión, las tejas son para el verano. [En PELLAGOFIO nº 93 (2ª época, febrero 2021)].

Por YURI MILLARES

“Allí mismo, en donde se hizo el horno, había mucha tierra de tejas”, señala José Castellano, Pepe el Tejero. La tierra de tejas –como conoce a la tierra de más calidad para la fabricación de estas piezas de barro– “está normalmente sobre risco, lajiares o de riscos de cantera”, añade. Picando con una azada, después dando golpes con un mazo largo y, finalmente, pasándola por una zaranda se extraía esa tierra tan apreciada, también para la agricultura. “Hay que dejarla bien cernidita, procurando aprovecharla lo más posible y lo que va quedando [sin cernir] se deja en la tierra de donde uno la va cogiendo porque a los dueños les gustaba para las cadenas”, relata.

«La tierra de las tejas la llevábamos al hombro, en sacos; más tarde, en bestias; y, por último, en un camión que tenía»PEPE EL TEJERO

Con apenas 18 años recuerda que la tierra de las tejas “la llevábamos al hombro, en sacos; más tarde, ya la llevábamos en bestias; y, por último, que ya se fueron haciendo carreteras, la mía la llevaba en un camión que tenía”.

La fabricación de tejas (y alguna cosa más, “pero sobre todo las tejas”) le reportaron a Pepe el Tejero suficientes ganancias para pasar de arrendar un antiguo horno a construirse el suyo sobre plano. “Yo conocí este mundo sin dinero. Si dice hoy que ganaba tres pesetas trabajando un día, se ríen; juntaba a toda la gente por aquí para arriba y no reunía 50 mil pesetas. Pero cuando yo empecé a hacer tejas al salir del cuartel (y no tenía un duro), en dos años junté las 50 mil pesetas”.

Este mundo, insiste, “ha cambiado mucho”. En aquella época, describe “tuvimos una guerra en España que duró tres años, pero para nosotros fueron veinticinco. Al acabarse la guerra España no tenía un duro, oías decir a la gente que los rojos se llevaron el dinero. Que eso es un cuento, aquí no había rojos. Cuando salió el Movimiento Franco exigió que se le diera todo el dinero, condenaba al que no entregara toda la plata que tuviera, para comprar metralla. Y al acabar la guerra, ni en la parte de allá ni en la de acá había un duro”.

El caso, dice, es que “no había dinero, pero se hacían tejillas, porque se estaban haciendo muchas casas en el centro de la isla y se iba a vender”. Así fue cómo él salió adelante.

«Si la gradilla tiene de ancho 43 cm y merma 2 cm cuando se seca, está bien; si merma menos ya se queda la teja floja»PEPE EL TEJERO

Pepe el Tejero –con 97 años el día de la entrevista para este reportaje– sujeta el garapo (el molde de madera que le da forma curva a la teja); apoyado en la pared, la gradilla (el molde de hierro con las medidas de la teja). | FOTO YURI MILLARES
El horno que se hizo construir tenía al lado dos pilas, unos receptáculos de cuatro metros de diámetro donde se vertía el agua y, a continuación, la tierra cernida para amasar y hacer la mezcla. “Agua, tierra y también barrial –precisa–, una tosca* que se si moja se hace pegajosa y echaba usted a la pila cuatro o cinco cestitas, si las llevaba. Y a algunas tierras, en vez de barrial, había que echarle arena. Depende, hay que conocer la tierra para que las tejas sirvan”. Después tocaba “amasar con una vaca, pero como yo tenía dos las echaba juntas, de dos a cuatro horas, casi la mañana, dando vueltas. Cuando el barro queda amasado se sacan las vacas y se meten dentro dos hombres, quitando. Se hace otro montón junto a una mesa de hormigón o de ladrillo y barro y se da forma a las tejas haciendo uso de la gradilla*”.

Él, cada vez que cogía tierra de algún sitio nuevo, hacía primero una prueba. “Cogía una cantidad, hacía un poco, las echaba en el horno y cuando la sacaba veía cómo estaba. Si la gradilla tiene de ancho 43 cm y merma 2 cm cuando se seca, está bien; si merma menos ya se queda la teja floja y si merma más ya se parte”.

■ HABLAR CANARIO
‘Cueriada’ a los chiquillos que iban a pisar y romper

Pepe el Tejero hacía 15 mil tejas cada vez que encendía el horno, el más grande que había en la zona de El Palmital (en Guía) y alrededores (hasta Moya). “Hacía doce mil tejas grandes –explica–, porque después le metía varias filas de tejas chicas” en la parte superior del horno, más estrecha que la base.

“Mi padre tenía el mantillo grandísimo, como varias casas juntas”, explica su hijo José Carmelo dónde tendía aquél las tejas a enfriar los sábados y domingos, “y desde la casa de mis padres se veía el horno y a los chiquillos allí jugando. Mi padre me decía «al que cojas le pegas una cueriada*, que mañana tenga que venir el padre». Porque los chiquillos iban nada más que a pisar las tejas y en un momento te pisaban 200 o 300. Y después el padre decía «cosas del niño» y de ahí no salía. Y yo que estaba todo el día caminando por ahí, me metía por un sitio escondido y en cinco minutos estaba allí; a uno o dos cogía y salían llorando para la casa. Al día siguiente venían a darle las quejas a mi padre”.

*VOCABULARIO
cueriada. “Tanda de zurriagazos”, cita el Tesoro lexicográfico del español de Canarias.

gradilla. “Molde de hierro, en forma de trapecio, que mide 24 cm en la parte más ancha, 17 cm en la parte menos ancha, 44 cm de largo y 1 cm de alto”, describen Antonio M. Jiménez y Juan M. Zamora en su trabajo “La elaboración tradicional de tejas y ladrillos en la comarca norte de Gran Canaria: Un estudio etnohistórico” (Tenique. Revista de Cultura Popular Canaria, nº 4, 1998).

tosca. “Conglomerado arcilloso sometido a gran presión que llega a tener la consistencia del risco mientras no esté expuesto a la intemperie”, describe Pancho Guerra (Obras Completas, t. III, “Léxico de Gran Canaria”) ●

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