Historia Oral

Para observarlas volar, ver cómo ‘robaban’ y hasta pintarlas

CRIADORES DE BUCHONES. “Cosas de chiquillos”, coinciden en describir dos veteranos palomeros (uno de Arucas, el otro de Guía) sus inicios como criadores de palomos ladrones, con los que atraían hembras a sus palomares hechos con cajas de coñac y cañas de barranco, “por la ilusión de tener las palomas”. [En PELLAGOFIO nº 79 (2ª época, octubre 2019)].

Por YURI MILLARES

La expresión “antes no era como hoy” aparece en cuanto Fernando Falcón (70 años) comienza a relatar cómo se las agenciaban los niños para conseguir las palomas y fabricarse sus palomares. Con siete años de edad ya tuvo su primera pareja. “Es que todos los chiquillos aquí teníamos, vivíamos para las palomas. Esperábamos a los polleros y les comprábamos”, recuerda.

«Yo compraba las palomas a tres reales y a peseta y media; las pintaba de azul y de encarnado, con anilina»MANUEL SANTIAGO

Manuel Santiago, luchador conocido como el Pollo de Guía (86 años) recuerda que, de niño, “no sé si estuve malo con el tifus o qué (es la única vez que he estado malo) y mi madre, como me gustaban las palomas, me ponía en el asiento de la ventana con mis palomas para que las viera. En esa época yo las compraba a tres reales y a peseta y media arriba a La Montaña de Guía. Las pintaba de azul y de encarnado, con anilina, ¡cosas de chiquillos!”

Pero no sólo tenían mensajeras (correo las llama Manuel), además, “antes se usaba mucho el palomo ladrón”, dice. Distingue Manuel el que sigue llamando palomo ladrón del palomo buchúo “de hoy”, de razas que se han ido trayendo con el buche tan grande que no puede volar. “Yo tenía un palomo ladrón negro que eso era una máquina”. Lo describe “pequeñito, cortito, con un buchito precioso (no de esos desagerado*) y volaba mucho. Lo ponía en un jaulón aparte, lo soltaba y el palomo cada vez que veía una paloma iba detrás de ella y buscaba la forma de traerla a la casa”. ¿Por qué? “Para tenerlas, por la ilusión de tener las palomas y verlas volar. Si era de alguien, se la dábamos… o las cogíamos, las cosas de los chiquillos”.

«Los palomos los poníamos al oscuro para que cogieran un celo impresionante y fueran a buscar palomas; tenía uno rodado que según le quitaba una, iba a buscar a otra»FERNANDO FALCÓN

Fernando Falcón relata que “empezamos a tapar los palomos, los poníamos al oscuro para que cogieran un celo impresionante y fueran a buscar palomas. Yo tenía uno rodado, que según le quitaba una, iba a buscar a otra”. Y se quitaban los palomos unos niños a otros, incluso se acechaban. “La mayoría de los palomos no los teníamos anillados, pero sabíamos quién nos lo robaba porque veíamos que se iba para la casa del otro –ríe–. Las perrerías de los chiquillos”.

Fernando Falcón con un palomo buchón canario, de los llamados antes ‘ladrones’. | FOTO TATO GONÇALVES
¿No volvía la paloma robada al palomar de dónde procedía? “Muchas sí; pero muchas no porque le hacían sacar pichones”, explica el truco para retenerlas. Eso cuando no iban directamente a la cocina para ingrediente de alguna sopa. “Yo no soy amante de matar palomas –asegura Manuel–. Aunque bastantes pichones que le di yo a muchas vecinas: antes se usaban mucho. Yo las cogía y me iba a la ermita de San Sebastián –a escasos cientos de metros de donde vivía–, las soltaba y las palomas venían a mi casa; volvía, las cogía otra vez y me iba a San Sebastián de nuevo y así me pasaba el tiempo”, ríe.

“Don Tomás, ¿tiene una cajita de coñac que le sobre por ahí?”, le preguntaba Fernando a su tendero. “Es para hacer un palomar”FERNANDO FALCÓN

En las azoteas y patios tenían los niños sus palomares. Iban por las tiendas buscando cajas de coñac. “Don Tomás, ¿tiene una cajita de coñac que le sobre por ahí?”, le preguntaba Fernando a su tendero. “Es para hacer un palomar”. También con cañas de barranco, tirillas de madera y, para hacer los frontales de los palomares, con verguillas* amarrando una a la otra, o tela metálica de la grande los que tenían dinero, porque la mayoría de los chiquillos no teníamos nada”.

Con “cañas y cachos de tablas” se hacía Manuel, también, sus palomares. “Ahora tengo un palomar con diez metros de largo, que lo hice de obra, con hierros y todo”, muestra el que después de casado se hizo en la azotea de su casa, donde llegó a tener 250 palomas y aún el día de la entrevista, a sus 86 años, tiene unas pocas. “Unas diez me quedan: dos o tres correo, otras mezcladas de ladronas…”, dice.

«Cuando terminaban de comer les quitaba la comida, para al siguiente día soltarlas a volar y que entraran enseguida»MANUEL SANTIAGO

Manuel Santiago muestra uno de sus últimos palomos correo de su palomar, un ‘mariolé’, dice de su color, “con las pintas estas”. | FOTO YURI MILLARES
“Mi mujer me las soltaba y yo venía por la tarde de trabajar –Manuel trabajó como albañil desde los 11 a los 73 años– y les ponía de comer (millo, lentejas…). Cuando terminaban les quitaba la comida, para al siguiente día soltarlas a volar y que entraran enseguida; si tienen la comida, están hartas y se quedan fuera. Porque la paloma es para verla volar, pero como no esté comida, enseguida entra a comer”.

■ HABLAR CANARIO
Cogiendo pichones salvajes escalera en mano

El médico Ramón Jiménez era aficionado a cazar palomas. “Yo iba para llevarle el cesto de la comida y hacerle la caseta»

La paloma que caía presa de las artimañas del palomo ladrón no era la salvaje. “Esa es difícil que venga a las casas”, explica Manuel Santiago. Aunque de chiquillo sí se iba a coger a los nidos en las cuevas. “Una vez, fíjese las cosas mías, cogí una escalera que podía pesar 30 o 40 kilos, y me fui a un sitio que le dicen la Cueva de la Virgen porque había un casar de palomas, el palomo era cardúo* y la paloma era azul. Y fui a coger pichones”. Con más frecuencia, y ya de adolescente, solía acompañar al médico Ramón Jiménez que era aficionado a cazar palomas. “Íbamos a La Montaña de Guía, a la Cueva de Juan Paulino. Yo, un pollillo*, iba como criado para llevarle el cesto de la comida y hacerle la caseta (la gente rica… que la vida de hoy es diferente a la de antes). Tenía perro cazador y una escopeta y cuando la paloma iba a beber, le tiraba y la mataba”.

“Una vez le hice una caseta en el barranco de Valerón, de las cuevas canarias –el yacimiento arqueológico del Cenobio de Valerón– para abajo (que me acuerdo que los niños de Guía íbamos a jugar al escondite a esas cuevas), y no le gustó la caseta. Le dije ‘¡pues hágala usted!’ y me marché. Allí lo dejé. Yo ya era medio hombrillo y me fui mascullando: ¿qué se cree éste, después de que le hago la caseta, me viene ahora…?” ●

*VOCABULARIO
cardúo. Sin citas. “Puede ser un pelorrata, que se asemeja al caballo cardón”, opina el colombicultor Fernando Márquez (Cardoso se usa para cabra o caballo “de pelo negro y blanco”, cita el Tesoro lexicográfico del español en Canarias).

desagerado. Exagerado, cita el Tesoro…

pollillo. “Muchacho adolescente. «Pollancón» en castellano” (Orlando García Ramos, Voces y frases de las islas Canarias)

verguilla. “Alambre grueso o varilla metálica. La cocinera destupe el desagüe con una verguilla. Una jaula de verguilla” (Luis Millares Cubas, Cómo hablan los canarios) ●

Publicaciones relacionadas

Botón volver arriba