Historia Oral

Primero llegó la bicicleta, después un camión y la guagua ‘La Perrera’

Juan Antonio González Rodríguez nació en Venezuela de padre cubano y madre grancanaria, pero desde los cuatro años se fue a vivir a El Hierro, de donde procedían sus abuelos maternos… y ya tiene 102. Nació en marzo de 1904 y su risueña mirada acompaña las mil y una anécdotas que cuenta. [En PELLAGOFIO nº 27 (1ª época, diciembre 2006)].

Por YURI MILLARES

Hoyo del Barrio es un grupo de casas alineado en torno a una empinada calle del municipio de Valverde, aunque alejado del casco de la capital herreña. A mitad de esa cuesta, un banco de cemento se sitúa justo enfrente de la casa de Juan Antonio González y sentado en él este isleño, hoy centenario, contaba pedazos de su vida a este periodista cuando aún era un avanzado noventón. En los años 20 emigró a Cuba, haciendo la travesía de 11 días a bordo del Niágara, y trabajó “recogiendo café, en la caña poco estuve; los palmeros trabajaban en el tabaco”, recuerda. “Antes el que se hacía la casa [en El Hierro] es porque se iba al extranjero [sobre todo a Cuba]”, relata.

«Antes no venía nada de fuera, el que sembraba tenía y el que no sembraba no tenía»JUAN ANTONIO GONZÁLEZ

De vuelta a El Hierro se ha dedicado siempre a la agricultura “porque aquí antes no venía nada de fuera, el que sembraba tenía y el que no sembraba no tenía. Yo trabajaba en lo mío y lo que me sobraba lo vendía. Todos los vecinos tenían una yunta para trabajar sus terrenos, un burro, cuatro o cinco cabras, y entonces no había comida porque había muchos animales. Y si venía un año malo, había que malbaratar la yunta. Y se compraban becerritos para criar que costaban tres o cuatro duros”. Sin embargo, mira al actual paisaje rural y se asombra: “Está todo baldío, esto lleva mal camino. Llegará el día en que de ahí para abajo se lo comerán las tabaibas y verodes* y de ahí para arriba se lo come la zarza y el monte”, señala la división en la costa y la montaña.

Juan Antonio en ‘su’ banco de Hoyo del Barrio. | FOTO Y. MILLARES

El siglo XX ha pasado por delante de sus ojos y ha visto cambiar muchas cosas en la vida del isleño, que ha evolucionado al ritmo de… los coches. “Antes la gente era más unida, los coches es lo más que ha acabado con eso. Íbamos al mar, íbamos a bañarnos y después nos juntábamos y veníamos de parranda, cantando y tocando y bebiendo vino. Ahora llegan, se bañan y después se monta cada uno en su coche y pa’l carajo”, dice, observador de la realidad, mientras la cita de la parranda le trae a la memoria una tradición que sobrevive adaptada a los tiempos: “La tafeña*, no sé cómo explicarme, se juntaban a asar castañar y beber vino y decían ‘vamos a una tafeña’. Como en Santa Cruz dicen, para tomar vino, garran gofio en polvo y azúcar y le dicen una cabrilla. Nosotros le decimos tafeña”.

En Hoyo del Barrio vive desde que se casó a los 17 años (en 1921, aunque con el paréntesis de unos años en Cuba). “No había luz, ni había coche. Me acuerdo del primer bicharraco [vehículo] que vino. Yo estaba aquí y de noche no salía de mi casa. Sí tenía un farol de vela, pero de noche era imposible caminar, esto era un barranco y corría el agua. Ahora, como ya no llueve lo pusimos de cemento y después pusieron esto”, señala al asfalto, antes de recuperar el hilo de lo que iba a relatar: “El primer bicharraco que vino aquí fue una bicicleta, de uno que le decían Juan González, de aquí de Valverde. Después vino un camión, de don Alfonso Gutiérrez. Y después vino una guagua que le decían La Perrera, que era de los Magañuela. Y la moto…”.

«[Me] dice al ver la moto:‘¡Oye, vi un hombre montado en una cabra… –vuelve a reír–, agarrado a los cuernos… –con la risa casi no puede hablar– y echando humo por el culo!»JUAN ANTONIO GONZÁLEZ

A falta de carreteras, la guagua apenas hacía el trayecto de Valverde al puerto de La Estaca. Pero la moto sí llegaba hasta su barrio y sólo acordarse de ella comienza a reír. “Había uno… –se interrumpe de nuevo a sí mismo, riendo– se llamaba Juan, y dice al ver la moto: ‘¡Oye, vi un hombre montado en una cabra… –vuelve a reír–, agarrado a los cuernos… –con la risa casi no puede hablar– y echando humo por el culo!’. Claro, porque no sabía lo que era y yo tampoco sabía lo que era”. Esos medios de transporte eran terrestres y, junto al barco, se hicieron populares. Pero nadie imaginaba allí y en aquellos tiempos que se pudiera volar, Juan Antonio tampoco. Excepto el barbero. “Se llamaba Emeterio, era medio chiflado, yo tendría 19 años, iba allí a pelarme, y se ponía: ‘¡Juan Antonio, ya verás tú a los hombres volar!’. Yo me reía. Él ya había estado en Venezuela y seguía: ‘¡Juan Antonio, ya verás tú a los hombres volar!’. Qué coño van a volar, si él tampoco lo había visto”.

■ HABLAR CANARIO
A casa del vecino en busca del fuego

Se acuerda Juan Antonio González de ver el pueblo marinero de La Restinga cuando no eran sino dos o tres chozas de pescadores de La Gomera. “Venía una mujer con una cesta de pescado a vender por aquí, caminando desde La Restinga, y se iba cargada de papas, de habas, de lo que le daban. Y del pueblo de El Pinar venían vendiendo higos, pinocha* para los colchones y tea. ¿Usted sabe lo que es tea? Bueno, pues venían con un manojito de tea y usted le deba un plato de habas”.

JUAN ANTONIO GONZÁLEZ:
«Aquí nunca se acababa el fuego, porque hoy me tocaba a mí, agarraba un tronco de higuera seco y lo tenía toda lo noche encendido»

Esa tea era para encender y alumbrarse, aunque más difícil que alumbrarse era aún conseguir hacer el fuego que la prendiera. “Aquí nunca se acababa el fuego, porque hoy me tocaba a mí, agarraba un tronco de higuera seco y lo tenía toda lo noche encendido y después agarraba una cagarruta de un burro, seca, la abría, ponía una brasita y venía usted con eso a encender en su casa. Eso después lo soplaba uno, armaba llama y le echaba unos pañucos o un trozo de tea y hacía el fuego”. Los vecinos del barrio se turnaban para, de este modo, poder tener fuego. “Yo iba o mandaba a un chico: ‘Vete a casa del vecino y trae el fuego’. Salía a casa del vecino y llegaba con el moñico* ese, que le decíamos moñico, le ponían una brasita y después eso agarraba fuego”.

*VOCABULARIO
moñico. Excremento de burro; “boñiga”, precisan varios autores que cita el Tesoro lexicográfico del español de Canarias.

pinocha. La hoja (aguja) del pino. Pancho Guerra (Contribución al léxico popular de Gran Canaria) cita el vocablo como “piña del pino, que no su hoja”, que no es el caso en esta cita.

tafeña. Vocablo citado por muchos autores como “millo tostado con azúcar” o, incluso, “paliza” o “azotes”, en El Hierro tiene un significado bien diferente: celebración que, acompañada de castañas, da la bienvenida y estrena el vino recién hecho del año, normalmente el día de San Simón (en La Palma se celebra el 11 de noviembre a la voz de “¡Viva San Martín, fuego a las castañas y mano al barril!” y en Tenerife el 30 de ese mismo mes, día de San Andrés).

verode. Planta muy popular entre los canarios por crecer entre las tejas de barro de las
casas. De hecho, José Viera y Clavijo, autor del Diccionario de Historia Natural de las Islas Canarias (1856), la define también como verode de tejados, ya que “a beneficio de la frescura y la humedad se crían con mucha lozanía en las grietas de los tejados” ●

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