Reses que pastan libres se capturan al lazo en la isla de El Hierro
Vacas y novillas viven sueltas en los cercados de Nisdafe y las tierras comunales de La Dehesa

El ganadero Francisco Febles tuvo sus primeras vacas amarradas bajo una higuera por carecer de cuadra donde guardarlas. Ahora cría unas 160 reses que pastan libres por prados privados o comunales de las mesetas altas de El Hierro. Con ellas provee a diversos clientes de Canarias de la única carne ecológica del Archipiélago. [En PELLAGOFIO nº 113 (2ª época, diciembre 2022)].
Por YURI MILLARES
Con 160 vacas que cría libres pastando en distintos prados de Nisdafe y La Dehesa, Francisco Febles abastece de carne ecológica su propia carnicería —la única con esta calificación producida en Canarias— y la envía a clientes en prácticamente todas las Islas. «Este es nuestro sistema, el mejor, el que queremos para nuestras reses», señalaba días atrás en los prados de Hoya de la Vaca. Entre él y su hijo Héctor continúan yendo cada semana a capturar alguna res al lazo para llevarla al matadero, cual vaqueros de esas películas del Oeste que tanto hemos visto, pero sin caballos. Ellos van a pie y, si hace falta, corriendo.

La primera vez que lo entrevisté fui con él a los prados de Jinama en la primavera de 2001, de donde salió el reportaje «Reses ecológicas al lazo» (Canarias7, 20-5-2001). Entonces tenía menos de la mitad que ahora, igualmente pastando sueltas.
En aquella ocasión lo acompañé a algunos «verdes», como los llama, a buscar vacas que quería llevar a las cuadras —donde seguirían comiendo tan sano como en el prado, alimentadas con cereal también ecológico que él mismo cultiva— para así destetar a las crías que habían parido al inicio del invierno.

«Después de unos días en la cuadra sin los becerros —escribí entonces— las volverá a soltar, pero en un prado distinto. Es un trabajo muy duro en el que él y su hijo corren detrás de las reses, hasta que consiguen echarles el lazo. Lo más difícil, también peligroso, es echar un segundo lazo para cinchar al animal y tumbarlo, con el fin de cambiarle o ponerle el apeo (atarle las dos patas de un mismo lado para evitar que salte fuera de los cercados) y, a los más jóvenes, ponerles el crotal».
«De chico me parecía muy fácil conocerlas, pero se tenía menos vacas. Las llevábamos al monte, las juntábamos todas y cada uno sabíamos las que eran de él» FRANCISCO FEBLES
«Yo tengo casi setenta y sé cuáles son las mías, aunque se mezclen con las demás. De chico me parecía muy fácil conocerlas, pero se tenía menos vacas. Las llevábamos al monte, las juntábamos todas y cada uno sabíamos las que eran de él, sin problemas ningunos. Pero a mí me parecía raro los pastores de ganado, que tenían 80, 100, 120 ovejas y para mí todas eran blancas, y les decía: ¿pero ustedes cómo las conocen? Después vas viendo que no. Es igual que las personas, todos no somos iguales. Y como no son iguales, esta vaca es mía y aquella es mía», me contaba.
Más de 20 años después sigue criando con todo el mimo que puede sus reses y, como entonces, antes de que comience el verano suele separar a las madres de las crías nacidas en invierno para destetarlas; éstas se quedan en el prado donde nacieron, mientras que a aquéllas ahora las lleva a los prados comunales de La Dehesa a pasar el verano, para retornarlas de nuevo, poco después, a los cercados que tiene arrendados mediante acuerdos de carácter «anual y verbal», en Hoya de la Vaca, el Rincón de Isique y Jinama, cercados que conoce por el nombre de cada propietario, «por ejemplo, el cercado de Águeda en el Rincón de Isique», detalla.
¿Economía sostenible? Claro que sí, pero de verdad
PACO FEBLES:
«Mientras lleve un litro de leche y no me den un café por él, no ordeño más»
Francisco Febles se dedicó primero a la venta de leche. Tenía vacas lecheras de las mejores razas que pudo traer de Alemania, de Italia, de Holanda, incluso de Estados Unidos. Un día de mediados de los años 80 del siglo XX se vio que tenía «un montón de vacas comiendo, buenísimas todas, la flor de la isla, pero vendiendo la leche a 45 pesetas. Pagaba los verdes y no me quedaba nada».
Y tomó una drástica decisión: «Mientras lleve un litro de leche y no me den un café por él, no ordeño más”. Desde entonces, vende carne.
Siembra una mezcla de semillas (avena, trigo, guisantes…) «para que cuando cojas el pasto haya de todo», dice. Con esa mezcla alimenta en las cuadras «a los becerros que nacieron muy tarde, de marzo para arriba, que son muy pequeñitos, para que el sol no los castigue en verano».
Siega, empaca y guarda en el pajero para alimentar a estos animales, pero también trilla y guarda grano que vuelve a sembrar. «Otra gente para lo poco que siembran compra el grano. Yo no lo entiendo. Ahora se habla mucho de economía sostenible y vienen a explicarnos lo que es, yo no necesito que nadie me lo explique. ¿Aprender? Siempre, pero para que me digan lo que es economía sostenible… yo eso estoy cansado de hacerlo, si tienes la vaca la ordeñas y si plantas el huerto comes las papas*».
*VOCABULARIO papa. «A la patata se le llama en América papa, “que es la forma legítima del quichua”. La forma castellana (…) representa un cruce, una confusión entre papa y batata, otro tubérculo americano» (cita a José Pérez Vidal, en “Contribución al estudio de la medicina popular canaria”, el Tesoro lexicográfico del español de Canarias) ● |