Historia Oral

Todos iban de trashumancia: cabras, vacas, cerdos, gallinas…

“Iban hasta los gatos”, ríe Pepe Guedes cuando hace memoria de aquellas trashumancias en las que su familia se mudaba con enseres y animales desde las tierras de medianías en Ingenio a la costa de Agüimes (en Gran Canaria), o a la inversa, según la época del año. [En PELLAGOFIO nº 78 (2ª época, septiembre 2019)].

Por YURI MILLARES

“Mis padres hacían trashumancia, iban a la costa en la época de tomateros y en la época en que se secaban venían al campo a recoger la cosecha. Así estuvieron montones de años con las cabras”, relata Pepe Guedes en la entrevista en la que habla de los animales que formaron parte de su vida cotidiana, en una infancia en la que fue poco a la escuela y aquí ampliamos con detalles de esas mudadas en las que participaba la familia al completo, con niños, enseres y todos los animales de la casa.

«Como fueran las cabras y la vaca, los gatitos iban todos, sabían que tenían su racioncita de leche»PEPE GUEDES

“Nos íbamos a hacer la trashumancia con las cabras de un sitio para otro. Iban hasta los gatos”, dice, porque tenían gatos, gallinas, cabras y vacas, sin olvidar los perros pastores, “y para donde quiera que íbamos, iban todos”. Cada animal o grupo de animales se comportaba de distinto modo y había que estar pendiente de todos para que se integraran en la caravana que se formaba en cada viaje por pistas y senderos y que ninguno se perdiera. “Como fueran las cabras y la vaca, a los gatitos no había que hacerles nada, donde ibas tú iban todos”, explica. Para las cabras, que eran pastoreadas a diario con ayuda del perro Bardino (ese era su nombre, “era bardino total”, ríe Pepe), era una rutina cada cierto tiempo que formaba parte de su cotidiano caminar.

En Lomo del Caballo (Ingenio, Gran Canaria) sigue cultivando Pepe Guedes las semillas cerealísticas que heredó de sus padres y abuelos. | FOTO YURI MILLARES
La vaca (a veces dos, para la yunta con la que araban las tierras) iba caminando detrás de las cabras sin mayor problema, “y los gatos iban detrás de nosotros –añade–, porque los teníamos acostumbrados: o bien a la leche de las cabras o bien a la leche de la vaca, tú ordeñando y el gato al lado; cuando tú terminabas él sabía que tenía su racioncita de leche”. Hasta el perro también recibía su “pizquito” de leche.

La dificultad de llevar gallinas y cerdos
Más complicado era llevar las gallinas y los cerdos. “Las diez o doce gallinas que teníamos las cogíamos por la noche y las amarrábamos en un palo, al gallo primero: les amarrábamos las patas y después le metíamos el palo por las patas, las empatillábamos: las enganchábamos al palo boca abajo. Mi padre, que era el más fuerte, se las echaba arriba y al llegar las soltábamos”.

«Al gallo lo amarrábamos dos días al lado de las cabras, para que llamara a las gallinas y no se alejaran»PEPE GUEDES

Pepe Guedes echa millo a sus gallinas canarias, que durante el día tiene sueltas alrededor de la casa-cueva y de noche guarda en el gallinero. | FOTO TATO GONÇALVES
No las tenían en gallinero, así que tenían que ingeniárselas para se quedaran con ellos al llegar a un nuevo lugar. “Les poníamos el agua y unos granitos al lado de las cabras y ya se quedaban allí. Al gallo lo amarrábamos dos días al lado de las cabras, para que las llamara y las gallinas no se alejaran. A los dos días soltábamos el gallo y todo el mundo en paz allí”.

Trasladar a los cerdos era un poco más complicado. “A los cochinitos los educábamos desde pequeñitos: los amarrábamos, los acariciábamos y las primeras veces los envolvíamos cerca de los animales. Después (más bien los niños éramos quienes lo hacíamos), los llevábamos con dos cartones o un saco, uno por cada lado como si fueran dos orejeras, pero sin rozarlos. Le dejábamos un pasillo y el cochino mira nada más que para delante, iba detrás de las cabras y las seguía. Y al regreso venía solo detrás de los animales. Pero sólo si había uno; si había dos cochinos tenías que amarrar uno, porque, si no, cogían tiso*; pero si había uno amarrado, el otro se quedaba allí, suelto”.

Los niños a la escuela… por poco tiempo
¿Y a la escuela? Los niños iban cuando podían, eran tiempos en los que muchos de ellos también trabajaban en los tomateros o cuidando las cabras. Pepe Guedes era uno de estos niños, hasta que cumplió los diez años y ya sólo se dedicó a trabajar “y hasta la fecha”.

La madre, «en agradecimiento, le mandaba [a la maestra] dos o tres piñitas, cuatro tomatitos, unas habichuelitas, unas verduritas para ella hacer sus potajitos»PEPE GUEDES

Recuerda que su maestra, “seña* Juana, era muy buena, pero dura”. Una o dos veces al mes su madre le decía “llévale esto a la señorita”. Era “en agradecimiento, le mandaba dos o tres piñitas, cuatro tomatitos, unas habichuelitas, unas verduritas para ella hacer sus potajitos”.

“Yo iba el jueves o el viernes, los demás días estaba en mi mundo, buscando nidos de pájaros… Los niños me decían: mañana hay examen de todo lo que se ha dado en la semana. Aquella noche me daba un par de repasitos y al día siguiente iba a la escuela con todas las manos del verdor de los tomateros”. Y como la maestra sabía que su madre “tenía cinco niños pequeños y una niña era inválida, que además vivíamos lejos y los recursos estaban muy mal, me llamaba o venía donde yo estaba y me preguntaba: ‘Pepito Juan, mi niño, ¿qué te ha pasado esta semana?”.

La maestra iba con los exámenes a su mesa, “hacía sus correcciones y después se levantaba y decía: ‘¡Pepito Juan, ven aquí!’ Las patillas me temblaban»PEPE GUEDES

“Señorita, he estado ayudando a mis padres, he estado liadillo”, contestaba él y la maestra le marcaba estudiar las páginas del examen de ese día. “Yo era tan noble, tan agradecido, que los niños salían al recreo y yo no salía. Seña Juana me decía: ‘¿Pepito Juan, no sales?”.

“Señorita, yo salgo ahora, cuando sea la hora de tomar la leche”, respondía Pepe Guedes. “Y hacíamos el examen. Yo los aprobaba todos, fíjate tú. No sé si era porque los hacía bien o que ella tenía cierta consideración conmigo”. Lo cierto es que iba con los exámenes a su mesa, “hacía sus correcciones y después se levantaba y decía: ‘¡Pepito Juan, ven aquí!’ Las patillas me temblaban. ‘Dígame señorita’. Y ella: ‘Niños, miren, atiendan’. Siempre con una regla grande en la mano. Golpea en la mesa: ‘¡Escuchen, silencio! He corregido los exámenes, tales están bien, tales están mal, y este niño, que está toda la semana ayudando a los padres y no viene a clase, ha sacado tan buena nota como los mejores de ustedes, y no-sé-qué-y-el-ejemplo…’ Entonces yo empezaba a respirar, pero no dejaba de temblar”.

■ HABLAR CANARIO
Aquel caldo de pichón para personas de salud delicada

El famoso caldo de pichón que antaño se comía en Canarias como reconstituyente, elaborado por Pepe Guedes. | FOTO TATO GONÇALVES
“Antes, una persona que se ponía delicada o las mujeres cuando daban a luz, lo primero que tomaban era caldo de gallina o caldo de pichones”, nos había contado Pepe Guedes durante una visita anterior a La Pasadilla. Tras pedirle que cocine la receta para documentarla, una nueva cita me reúne con él en la cueva-casa que tiene en las tierras donde cultiva y obtiene sus propios granos y legumbres, así como una amplia variedad de hierbas medicinales, especias, legumbres y verduras. También tiene aquí sus palomas, “para la sopita de pichones”, que solía hacerse con la canaria paloma de patio, más grande que las otras que se solía tener.

“Este plato lo conocí desde muy temprana edad porque se servía en casa de mis abuelos y en casa de mis padres. No siempre de pichón; podía ser de pollo, de gallina o de lo que hubiera (codornices, perdices…). Se hacía, sobre todo, los días de fiesta y los domingos. Era un manjar y sigue siéndolo, sano, nutritivo, ligero”, explica, distinguiendo el doble aprovechamiento que se hacía del mismo guiso. “Una cosa es lo que antes llamaban la sopita de los domingos y otra cosa es la sopa de pichón”, dice ●

*VOCABULARIO
coger tiso. “Marcharse” (Orlando García Ramos, Voces y frases de las Islas Canarias). Gonzalo Ortega, en Léxico y fraseología de Gran Canaria define la expresión “coger liso” (sic) como “irse o marcharse expeditivamente de un lugar”.

seña. “«Seña» y «seño», siempre dentro de las clases populares, ya eran aplicados a personas que gozaran de cierto prestigio social. […] Este sistema, sin embargo, no se mantenía de manera tan estricta. «Seña» se empleaba a veces en vez de «cha» como señal de mayor respeto”, cita el Tesoro lexicográfico del español en Canarias

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