Trashumancia majorera con ranchadas de vacas flacas
Oficios del mundo rural, constructor de carretas, yugos y arados

Entre ordeño y ordeño, Telesforo tiene las vacas sueltas en el manchón todo el día. Ese tiempo lo aprovecha para diversas tareas, como construir arados y hasta carretas. En manchones como el suyo, en La Laguna (Tenerife), soltaban ganaderos trashumantes de Fuerteventura cabras y reses «muertitas de hambre» que venían a pasar el verano. [En PELLAGOFIO nº 121 (2ª época, septiembre 2023)].
Por YURI MILLARES
Telesforo Rodríguez Pérez lleva «toda la vida» dedicado ello, dice. Y ya tiene 81 años. «Mi padre hacía los arados y los yugos y después seguí haciéndolos yo. Me fui fijando y los fui haciendo», explica. En un cuartito lleno de herramientas y maquinaria agrícola, lo encuentro tomando medidas a un largo palo. «Es el leito* de un carro pequeño. El otro estaba podrido. Tiene cuatro con treinta», mira lo que marca el metro flexible.
«Cuando no tengo que hacer o cuando llueve me entretengo aquí», señala al palo, que es de eucalipto. No así el resto del carro. Las ruedas las hace de morera que «es muy dura y no se pica ni nada. Y tengo otras dos ruedas de bellotero (muy parecido al roble). Los limones* sí son todos de cedro. Y las retenidas* son de higuera, que es lo mejor para las retenidas». Según lo va explicando señala las diversas partes de la estructura de un carro. «Hay veinte carretas hechas por mí y veinte pares de ruedas».

De tirar del carro que tiene junto a la paja, o de la carreta que guarda bajo techo un poco más arriba, se encargan sus vacas. «Era para llevar paja, para traer trigo, para sacar el estiércol. Antiguamente estaba todo el día trabajando —señala a la carreta—. Ahora para es las romerías, para la gente mayor. Llevan la comida dentro y ellos van caminando, porque no se pueden subir».
Sus vacas son de raza canaria, para ordeño… y, ahora, también para las fiestas. Las alimenta con trigo y avena que siembra, siega, aventa y empaca con maquinaria agrícola. «Lo único que hago con las vacas ya es asurcar algún pedazo para un puñado de papas que planto. Y arrendarlas, sacharlas y cogerlas. Eso sí lo hago con la yunta. Ya no valgo», hace observar su edad.
En el manchón donde pastan cada día, curiosamente, no tocan los llamativos relinchones de flores amarillas. «Les gusta, pero en la paja»
Manzana, Jermosa, Brillosa y Alegría «son muy mimosas —asegura—: comen a sus horas y comida como es debido. Yo les pongo hierba y ración». En el manchón donde pastan cada día también picotean. Curiosamente, no tocan los llamativos relinchones de flores amarillas. «Les gusta, pero en la paja».
Primero flacas, después empachadas
Estamos en El Rincón, en el extrarradio de la ciudad de La Laguna (en Tenerife). El paisaje agrícola lagunero de otros tiempos mostraba unos campos de trigo y otros cereales mucho más extensos. Y no todos tenían donde sembrar cereal. «En San Benito vivía un hombre que tenía dos vacas y dos becerros. ¡Las mantenía escardando trigo!», relata Telesforo Rodríguez. ¿En qué consistía eso? «Venían él y la mujer dentro de los trigos sacando hierba, para dejar los trigos limpios. Y esa hierba era para las vacas. De ahí las mantenía, así que imagínate. Y hoy no hay quien escarde nada».
«Morían muchas, porque ese ganado venía muerto de hambre de Fuerteventura. Comían panasco (hierba seca), bebían agua y muchas se morían» TELESFORO RODRÍGUEZ
Peor lo tenían otros. De niño recuerda que manchones como el suyo, donde todavía suelta las vacas a pastar, se llenaban de cabras y vacas que venían de Fuerteventura. Era una trashumancia que se repetía cada verano. «Desde que llegaba mediados de junio ya todo el mundo recogía el ganado para las cuadras. Porque empezaba el trabajo, empezaba la siega y las vacas no salían para el manchón. Entonces venían majoreros y soltaban todo en los manchones y en los rastrojos donde se segaban los trigos», relata.
Estos «majoreros venían a limpiar el terreno» con sus propias cabras y vacas. «¡Uf! Venían ranchas de ganado. Y después se morían muchas, porque ese ganado venía muerto de hambre. Comían panasco* (hierba seca), bebían agua y muchas se morían».
Llegaban «en los barcos y venían caminando del muelle. Cabras venían muchas. Pero también venían ranchadas* de vacas flaquitas, coño. Eso daba pena verlo. Las mismas vacas bastas que nosotros, que venía un buen ganado. Pero venían muertitas de hambre. Aquí engordaban y las que vendían se quedaban y las que no se las llevaban otra vez». Y aunque «era chico», dice, aún recuerda los nombres de algunas de las familias que hacían esta particular trashumancia por tierra-mar-tierra. Como «seña* Paula, su marido seño Ángel. Y la hermana que se llamaba Carmen y su marido Juan. Siempre venían los mismos y estaban hasta octubre».

Más madera
De vuelta a la tarea con el leito que trabaja, entra en detalles de la madera de arados y yugos también hace. «El yugo bueno de verdad es de laurel. De eucalipto también se hace, lo que pasa es que el eucalipto es jodido… nunca se está quieto, se va torciendo. Mejor es de eucalipta, que no se tuerce», advierte. Y volvemos a hablar de maderas. «La cabeza de arado normalmente es de eucalipto, porque es más fuerte. Ahora, el pie de timón es de laurel. Todo lo que se ponga de laurel es mejor, más liviano. Y el rabo es de paloblanco. Un arado de paloblanco es muy bueno, porque es muy fuerte».
«Antes se iba al monte a buscar la madera para los arados en burros, se ponían un par de palos para un arado o dos y se traían» TELESFORO RODRÍGUEZ
El eucalipto, no obstante, «es tan bueno como el paloblanco —añade—. Lo que pasa es que al monte ya no se puede ir. Antes se iba al monte a buscar la madera para los arados. Al monte de las Mercedes: “al monte del Rey”, se le decía. Y al monte de Pedro Álvarez, en Tegueste. Era a hacha. En burros se ponían un par de palos para un arado o dos y se traían. O en los carros, con las vacas».
«Y ese es el arado», señala. Y no por casualidad, pues, dice «lleva un poquito de idea». Pero, qué tienen de singular. El arado se empieza a construir «por la cabeza, después se hace el rabo y entonces se hace el timón». El timón es el palo recto y largo que se fija la yunta mediante el yugo. Así es en Gran Canaria. Pero en Tenerife, dice Telesforo, tiene desahogo.
«En Las Palmas —detalla—, usan un palo derecho y ya está. Que no sé cómo aran, porque allí los arados son bastante distintos a los nuestros». De entrada, explica, «el timón es muy difícil que sea enterizo. Lleva unas caidas*. Y si no tiene caidas pues no sirve, hay que injertarlo». Por eso lo construye de dos piezas, «que se dice el timón y la guía; la guía es la de adelante, la que se empata con el pie del timón para que le haga las caidas. Para que el arado, are». Vamos, que en vez de un palo recto, el timón aquí es un palo con cierta curvatura.
El tiempo en que los perros nacían aprendidos
TELESFORO RODRÍGUEZ:
«Los que he tenido yo siempre son perros del país, perros bastos, perros buenos»
Al igual que a sus vacas, que enseña a arar desde becerras «con una que sepa primero, hasta que ellas se vayan adaptando», Telesforo Rodríguez también tenía perros enseñados. Porque el ganado mayor también necesita perro pastor. «Los que he tenido yo siempre son perros del país, perros bastos, perros buenos. Hoy no hay un perro que sirva. Aprenden, ¡pero antes es que nacían aprendidos!», dice.
Al recordar los distintos que ha tenido señala que «me envenenaron unos cuantos, buenos, buenos. Tenía uno que si estaba con usted yo no lo tocaba, aunque fuera el amo. El perro estaba con las chiquillas mías cuidando las vacas en el manchón y para que yo llegara a donde estaban las chiquillas, tener que hablarle. Si no, no me dejaba llegar».
«Cuando el hombre se fue acercando a mí, se puso de pie y si sigue para donde yo estaba se lo come»
Cuentos con perros tiene muchos. «Un día estaba arriba haciendo un arado y vino un fulano a ver el perro. Él se levantó de donde yo estaba y metió la cabeza debajo de mi sobaco. Le decía “desarrímate”, pero desarrimaba la cabeza y el cuerpo no. Entonces dice el hombre “¿lo puedo tocar?”. No. Cuando el hombre se fue acercando a mí, se puso de pie y si sigue para donde yo estaba se lo come. Y eso no fue enseñado ni nada, lo sacó él. Estaban las vacas sueltas, lo mandaba, las atajaba y las viraba a su sitio. Él solo las cuidaba. Yo no estaba allí».
Pero del que más se acuerda es «del primero, era colorado. Amarillo como dice la gente. Cachorro nuevo le dieron un palo en el lomo y no hubo macho que le diera un palo más nunca. Era un perro putañero que jode, pero no vino mordido nunca». Pero un día le tocó pelear con otro perro, algo habitual en los campos antiguamente.

«Había un guarda aquí que estaba empeñado en echar el perro a pelear. Yo le decía que no, que el perro lo tenía para lo que lo tenía: era el guardián de todo. “¿Coño, vamos a echar el perro a pelear!”. “Que no”. El de él era más perro que el mío, era más grande, más grueso. Y yo que no, que no quiero que el perro pelee. “¡Yeeeh coño, al perro no le pasa nada por eso!” —insistía el guarda una y otra vez—. Y un día ya me estaba jodiendo tanto que acepté y le digo al perro ¡juumh…!»
«Como disparado por un resorte, su perro se abalanza hacia el otro. Aquel perro se cagó y se meó»
Como disparado por un resorte, su perro se abalanza hacia el otro perro. «Se le bota al cuello, amigo. Luego le baja a la boca y ya lo tenía por el gaznate. Aquel perro se cagó y se meó y el mío con él a rastras. El hombre miraba para el perro y díceme: “¿Vamos a separarlos?”. Dígole: “¿Pero no dice que había que echarlos a pelear? Él se separa solo”. Dígole: “¡Suéltalo, Tigre!”. Lo soltó y se puso al lado mío. ¡El perro de él desapareció que no sé qué vuelta cogió! Y él también se fue, ni adiós me dijo. Jamás me dijo nunca nada más, es que ni pasaba por mi casa. Yo sabía lo que era el perro…».
*VOCABULARIO caidas. Caídas. «El particular interés que tiene este término es la formación del diptongo al trasladarse el acento a la vocal más abierta, algo normal y habitual en el español popular de todos los tiempos» (Diccionario histórico del español de Canarias). leito. «Pértigo o timón de la carreta» (J. Pérez Vidal, “Clasificación de portuguesismos del español hablado en Canarias”). De la palabra portuguesa leito ‘superfície do carro em que assenta a carga’. En la evolución que ha sufrido el significado de leito, de significar ‘suelo’ ha pasado a significar ‘lanza del carro’, encontramos un cambio semántico por desplazamiento basado en la contigüidad física de los dos referentes, el referente “suelo del carro” y el referente “lanza del carro” (cita el Tesoro lexicográfico del español de Canarias). limones. «‘Palos laterales que forman la caja del carro’ (La Laguna). Así también Mérida (…). Téngase en cuenta el provincialismo portugués limão ‘cada uma das peças laterais de um carro, nas quais se encaixam os fuieros’» (Manuel Alvar, El español hablado en Tenerife). panasco. Hierba pequeña, especialmente la que queda después de segado el pasto y que sirve de alimento al ganado. Lusismo que designa a una “Erva comun em Portugal e que serve para pasto” (cita el Diccionario histórico del español de Canarias). ranchada. Gran cantidad de animales, personas o cosas, juntas. «‘Conjunto muy numeroso de personas’ (port. ranchada ‘magote de pessoas’)», cita Marcial Morera en Español y portugués en Canarias… retenida. «Freno de madera» del carro (Manuel Alvar, El español hablado en Tenerife). seño, ña. Apócope de señor, señora. Tratamiento de respeto que se antepone al nombre propio, especialmente de hombres y mujeres ancianos (Diccionario histórico del español de Canarias). Vocablo recogido por Benito Pérez Galdós en su cuaderno de palabras canarias (reproducido en el libro de Eugenia Hernández y José Antonio Samper Voces canarias recopiladas por Galdós)● |