Historia Oral

Unos guardias malos y gofio, mucho gofio

Dorina nació en 1932 y con apenas cuatro años conocía “el miedo” de un país en guerra civil. En Haría “había unos guardias más malos… Le mandaban con una porra a los viejitos: ‘¡Grite usted fuerte: un-dos-tres-Santander-nuestro-es!’. Y el viejo: ‘Uuun-dooos-treees-Santandeeer-nueeestro-eees”, relata (en la foto, junto a la era y con un balayo de papas retratada por el autor del reportaje). [En PELLAGOFIO nº 40 (1ª época, abril 2008).]

Por YURI MILLARES

Aquella manifestación de victoria que recorrió Haría y Máguez por una lejana batalla se le quedó muy grabada en la mente a Dorina Torres Bonilla, vecina del pueblo de Máguez, en el municipio lanzaroteño de Haría (el casco cabecera de este pueblo está a muy poca distancia de aquél: ver sección Senderos de los números 35 y 36 de PELLAGOFIO). “Sentí gente, la tropelada pom-pom-pom cantando. Me asomé en enaguas, ¡con unas enagüitas, que chiquita vergüenza no pasaría mi padre, pobrecito! [La manifestación] dio la vuelta por Máguez y cogió para Los Cascajos y cuando llegó al barranco por donde nosotros vivíamos me dice mi padre: [susurrando] ‘¡¡Vete por ahí pa abajo pa casa, vete!!’. Las polvaceras, los marrajíos* llorando. Y hasta Haría. Salían de Haría los de allí y cogían a los de Máguez por las calles cuando llegaban, para llevarlos otra vez para allá. Y después de la guerra todo eso quedó morcho* –señala a las laderas de huertos que separan una localidad de la otra–. Se plantaba papas, habas, chícharos y eso”.

Plaza del pueblo de Haría en el primer tercio del siglo XX./ ARCHIVO DE FOTOGRAFÍA HISTÓRICA DE CANARIAS-FEDAC
Con diez años y tras una guerra civil a la que siguió la dictadura y la escasez, Dorina recuerda ir en dirección “a los cuarteles de la guardia, subiendo de Trujillo para Haría”, pues allí cerca se encontraban “dos molinos de fuego [motor] que molían el gofio”. Eran “de ricos y tenían peón. Ahí no fiaban, había que llevar las perras”.

Dos talegas para camisas
En estos tiempos de escasez, la gente se apañaba con lo que fuera para cubrir sus necesidades: “Mi madre fue a una tienda a que le vendieran de favor dos talegas de las de azúcar, blancas, para hacerle a mis hermanos las camisitas. Se gastó antes las cortinas para los trajitos. Y las solteras se amarraban los deditos [de los pies] para que no les vieran los muchachos que tenían golpes, porque no había zapatillas”.

La comida era poca y la memoria de aquellos años se centra en placeres tan sencillos como un plato de potaje con gofio

Máguez a principios del siglo XX./ ARCHIVO DE FOTOGRAFÍA HISTÓRICA DE CANARIAS-FEDAC
También había que “guardarse” de las requisas: “Una vecina nos trajo una vez un saco de 80 kilos de garbanzos porque venían requisando al que tenía. Y como mi madre tenía cinco hijos, la pobre, que no tenía nada y dio a luz a otro, lo pusieron allí. Vino una vecina a verla y dice: ‘¡Jesús, Lola!, ¿te quejas y con semejante saco de garbanzos?’. ‘¡Ay, mi hijita de mi alma, que eso es de Joaquinita [una labradora] que lo trajo por si venían a quitárselo!’. Y después Joaquinita le daba unos granitos a mi madre y unas patitas de cochino y de tocino. Y si era una semana o diez días, tenía allí el saco escondido”.

La comida era poca y la memoria de aquellos años se centra en placeres tan sencillos como un plato de potaje con gofio. “Aquello no era sino hacer potajes –ríe–; si había aceite se le echaba, si no, el cachito de tocino”. Las abuelas tenían el tocino “porque mataban un cochino para tener para el año”, que no conservaban en frío (¿dónde?), “sino en sal en perolas de madera, en barriquitas de madera donde también se guardaba el gofio. Y los pastores lo echaban en una jena*, porque así se aguantaba el gofio; si no, se ponía viejo”.

«Aquello no era sino hacer potajes –ríe–; si había aceite se le echaba, si no, el cachito de tocino»DORINA TORRES

De millo, cebada, garbanzos…
¡Gofio! Indispensable, sabroso, alimenticio… ¡y de cuántas clases! “Había gente que le gustaba de millo y de cebada porque es más amoroso. Pero había gente que le gustaba de garbanzos; a mí me gustaba. De arvejas también, pero los hombres no querían porque la barriga se aventaba mucho. Y mi suegra, que se murió viejita de cien, tostaba garbanzos y le echaba de todos los granitos”. Se tostaba en casa para llevarlo al molino sólo a moler: si era millo, “se echaba arenilla blanca de la mar, se dejaba calentar y después con un palo se hace un rebujón*, se va revolviendo y aquello chascando. Y cuando estaba [el millo] ya florido se ponía el balayo y el cribo* arriba y ahí se vaciaba, o se sacaba con una escobita por la boca y se echaba en el cribo”.

Los demás granos no van con el jable, “porque, con los garbanzos o la cebada, se pega la arenilla al grano y no sirve para el gofio”. Así pues, “primero se tostaba el millo, después se limpiaba con la escobita todo bien limpio y es cuando se echaba la cebada o el trigo. Y de Órzola venían las mujeres con costales grandísimos, hasta de habas ¡que es un gofio más ruin! Y los costales eran canelos, ¿no ha visto los soldados que tenían antes unos costales, y puercos? Como no había agua, no los lavaba la gente y cuando venían al molino lo vaciaban en el barril, lo sacudían, lo doblaban y aquello estaba así hasta que se tostara otra vez”.

■ HABLAR CANARIO
Ju, ju, la mujer esconde al ‘amigo’ en un barricón

«El hombre le quitó el hatillo al costal y lo vació. Entonces sale el otro todo enharinado del barricón diciendo ‘¡ju, ju!»

La vida transcurrió, durante la infancia y juventud de Dorina, entre cuentos para reír, mezcla de anécdotas verídicas y detalles que la imaginación adornaba. Y de molineros hay unos cuantos. Ella recuerda uno en especial que sólo mencionarlo le provoca la risa: “La mujer había traído del molino un costal lleno de gofio y el hombre, cuando llegó a casa, se lo echó al hombro para vaciarlo dentro del barricón que había para guardarlo; al sentirlo llegar, la mujer había metido a un amigo dentro y lo tapó. El hombre le quitó el hatillo al costal y lo vació. Entonces sale el otro todo enharinado del barricón diciendo ‘¡ju, ju!’. ‘¡¡Ni ji ji, ni ju ju, del molino lo trajiste tú!!”. Más risas de Dorina.

*VOCABULARIO
cribo. Cedazo para cernir harina y granos (portuguesismo en Lanzarote; peneira de arame o “cedazo de alambre”, citado en Tesoro lexicográfico del español de Canarias).

jena. “El cuero de una cabra raspado, pero grande”, define la propia Dorina Torres (Máguez). Para Fuerteventura se cita como “mochila hecha generalmente de piel de cabrito o de cabra que el pescador de tierra se pone a la espalda” (Marcial Morera, El español tradicional de Fuerteventura. Aspectos fónicos, gramaticales y léxicos).

marrajíos. Niños llorando a toda boca y sin motivo aparente, en expresión que es metáfora de marrajo (por la enorme boca de esta especie de tiburón). No se han encontrado citas.

morcho. En Lanzarote, “marchito” (voz portuguesa, citada en Tesoro…).

rebujón. “Envoltorio hecho con desaliño” (citado en Tesoro…). También, “desaliño” y “cosa enmarañada” ●

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