Historia Oral

Vendedora de caramelos y escapando de los guardias

Agustina vive de nuevo en Gran Canaria tras una larga emigración. Antes de partir en busca de un futuro mejor, había trabajado como dulcera con su marido y, tras emigrar él primero, haciendo golosinas. [En PELLAGOFIO nº 36 (2ª época, noviembre 2015)].

Cuando Agustina Nuez Cabrera emigró a Venezuela en 1956 para empezar una nueva vida, lo hizo “con papeles”, dice. “Yo me fui en el Montserrat, que lo que llevaba era puras mujeres en unos camarotes donde íbamos treinta. Costaba el pasaje seis mil pesetas. ¡Eran realitos*!”. Su marido ya la estaba esperando allí: había partido dos años antes, clandestino, en el velero ‘San Antonio de Padua’ [como ya relatamos en otro reportaje con Agustina] para una dramática travesía que duraría tres meses. “Se fueron en el mes de enero. En el mes de marzo era el santo de mi esposo y yo decía ‘¡Ay, Dios mío, que no sé nada de él!’ –relata–. Y yo con dos niños. Hasta que a finales de marzo recibí una carta donde no me contó nada, sino que estaba bien, que estaban por Güiria, en la costa. El barco había encallado, me contó después”.

Aquellos dos años que ella estuvo aguardando a tener los papeles y poder reunirse con su esposo, tuvo que sacar adelante ella sola a la familia, así que se puso a vender caramelos. José Camino era granadino y ya vino con el oficio de repostero (su padre, que era guardia en Granada, fue represaliado por los golpistas tras el 18 de julio, pero unos años después fue reincorporado al servicio y destinado a Las Palmas, a donde llegó con la familia). Cuando Agustina y José se casaron, él entró a trabajar en la dulcería Morales, pero su suegro consiguió comprar “un cupo de azúcar al Guapito, que tenía un carrillo de helados que hacía él mismo; cargaba el carrito y lo iba vendiendo por todas las calles con una corneta, ¡pu-pu-pu, el del helado!, y todo el mundo salía a comprarle la galletita de helado”.

«El ‘Guapito’ tenía un carrillo de helados. Los iba vendiendo por las calles con una corneta, ¡pu-pu-pu, el del helado!, y todo el mundo salía a comprarle la galletita de helado»AGUSTINA NUEZ

Ramón Camino (suegro de Agustina) retratado con dos de sus hijos en tiempos de la II República, cuando era guardia en Granada. Su hijo Ramón (aquí con el uniforme de cartero), fue después en Las Palmas jugador en el equipo de fútbol Hespérides.| FOTO CEDIDA POR AGUSTINA NUEZ
Ramón Camino (suegro de Agustina) retratado con dos de sus hijos en tiempos de la II República, cuando era guardia en Granada. Su hijo Ramón (aquí con el uniforme de cartero), fue después en Las Palmas jugador en el equipo de fútbol Hespérides.| FOTO CEDIDA POR AGUSTINA NUEZ
Fue cuando “mi suegro alquiló la planta baja de la casa de los Monzones [junto al mercado del Puerto] para poner la Dulcería Aurelia, el nombre de mi suegra”. Allí se pusieron a hacer “milhojas, rellenitos, dulcitos para los bares y los dulces para la vitrina de delante, media docena de cada uno, como antes no había nevera no se hacía sino poquito y al día siguiente se hacían más dulces y se reponían los platitos. También helados de vainilla y le hacíamos la galletita”.

La fachada del edificio daba a la calle Juan Rejón, pero la parte trasera se asomaba “a la marea”. Tanto que Agustina tuvo que saltar de la ventana al agua a buscar un corcho que se había alejado flotando. “Lo queríamos para forrar donde hacíamos los helados, que le poníamos hielo y lo forrábamos con el corcho. Lo mandamos al mar para que se inflara, pero se fue y estaba como a cinco metros. Mi marido no sabía nadar, así que bajé yo por la ventana y me boté a cogerlo”.

Pero tras emigrar José y quedarse ella sola esos dos años, se puso a hacer caramelos. “No los podía vender aquí [en Las Palmas], porque la fábrica Grosso tenía sus carros en el parque (que eran los que me vendían el azúcar) y cuando me veían que entraba a un sitio con caramelos me echaban al guardia para que me los quitara, porque decían que perjudicaba. Grosso era la primera fábrica que había en Las Palmas, ya desapareció. Tirma empezó después, primero con chocolate. También tuvimos un muchacho que trabajaba con Tirma y vendía los chocolates con un triciclo, y entre los chocolates escondía mis caramelos: dejaba de vender de los caramelos de Tirma, pero tenía más ganancia con nosotros. Me vendía los caramelos hasta que lo agarraron y lo zumbaron…”

Agustina con sus caramelos y Esperancita la de las morcillas intercambiaron sus ciudades de origen para vender sus productos, ayudándose la una a la otra

Dos mujeres y dos ciudades
Agustina llevaba su propio carrito, donde ponía “dos bolsos cargados como si fueran en una mula, los amarraba, echaba los caramelos y me tenía que ir a Telde en el coche de hora* a venderlos”. Y aquí entra en escena otra mujer que, igualmente, tenía que ganarse la vida yendo por las calles vendiendo, en su caso morcillas: intercambiaron sus ciudades de origen para vender su producto, ayudándose la una a la otra.

“Esperancita la de las morcillas venía a vender todas las semanas desde Telde a mi casa, descargada las morcillas y de ahí las iba sacando para ir repartiendo. Y yo hacía lo mismo, pero al revés: cogía mis caramelos, iba a Telde y los ponía en su casa, en una calle que era una veredita, Telde era todo vereditas”. En ese tiempo, explica, “cuando veían a una mujer en un bar, era mal vista, así que Esperancita mandaba a su nietita conmigo y le decía ‘vete a ca* fulanito y ca fulanito con ella’. Porque Esperancita ya había hablado con los del bar y me compraban ‘deme de limón, de esto y de lo otro’, los dejaba y me pagaban. Y la niña iba conmigo. Y cualquier cosa que me dijeran los hombres, el del bar [les gritaba]: ‘¡Eh, mucho cuidado!”.

José Camino con sus hijos, vestido con la sahariana hecha de sacos de azúcar.| FOTO CEDIDA POR AGUSTINA NUEZ
José Camino con sus hijos, vestido con la sahariana hecha de sacos de azúcar.| FOTO CEDIDA POR AGUSTINA NUEZ

■ HABLAR CANARIO
La elegante sahariana… hecha con sacos de azúcar

En casa de Agustina una vieja y borrosa fotografía de los años 50, enmarcada y a la vista, muestra a su marido e hijos de paseo por la calle Fernando Guanarteme, que discurre paralela a la playa de las Canteras. En cuanto la mira, multitud recuerdos brotan de sus labios. “Ese camión era de Joaquinito”, señala al viejo vehículo que asoma por un lado. “Transportaba mercancía del muelle y descargaba al lado de mi casa, en un edificio de dos plantas que el dueño también emigró a Venezuela y allá puso una pollería. Descargaba la paja amarilla que se le ponía a los burros, que venía de la Península. Eran unas pacas grandes. Esta es la calle donde estaba el frontón, el único que había”.

Ha dado un pequeño rodeo para llegar a lo que importa de esa foto: los hijos (una niña “que no tenía aún tres años” y un niño “que tenía cuatro”) y su marido (“mi esposo, con la sahariana blanca…”) y sonríe señalando a la elegante prenda de vestir que luce José Camino y tiene su propia historia. “Era de los sacos que venían con azúcar, yo le quitaba las letras y le hacía la ropa. La ponía a blanquear con lejía. La mayoría de la ropa yo la hacía de ahí. Y si la quería de color, le ponía un sobrecito y le daba el color. La mayoría de la ropa que yo hacía era del azúcar que compraba”.

[quote]»Ese camión era de Joaquinito. Descargaba al lado de mi casa la paja amarilla que se le ponía a los burros»[/quote]En aquel tiempo “en la calle Fernando Guanarteme no había ni casas; dabas la vuelta y estaba abajo la Cícer [Compañía Insular Colonial de. Electricidad y Riegos, en la misma orilla de la playa]. Y estaba la fosforera. Que allí había dos tiendas, en la esquina una de Florencito y al lado otra de Juanito, y la casa mía, que era de un guardia que le llamaban Juan Pintona”.

* VOCABULARIO
ca. “A casa de”. También, “lugar, casa, sitio”, cita el Tesoro lexicográfico del español de Canarias.

coche de hora. “Autobús que sirve el correo y transporte de viajeros entre la capital y los campos, algo más veloz que las viejas diligencias tiradas por mulas con que se cubrió antaño el servicio. (Debe su nombre a las salidas y arribadas más o menos fijas. Se contrapone a la guagua, que es más pequeño y urbano)”, describe Pancho Guerra (Léxico de Gran Canaria).

realito. Aquí “dinero”. Como vulgarmente se llamaba antes al real de vellón (Juan Maffiotte, Glosario de canarismos. Voces, frases y acepciones usuales de las Islas Canarias) ●

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