Ángel Guerra, marchante de ganado, oficio en extinción
Las vacas que compra Angelito huelen a laurel

OFICIOS DEL MUNDO RURAL. A las ferias de ganado de Gran Canaria ya no se va a comprar o vender reses, sino a verlas y a premiar los ejemplares más hermosos; los últimos agricultores que aún tienen dos o tres vacas las están quitando. ¿A quién se la pueden vender? “A Angelito”, como conocen en los campos de la isla a este marchante de ganado, uno de los últimos en la isla. [En PELLAGOFIO nº 87 (2ª época, agosto 2020)].
Por YURI MILLARES
“Ya me he traído los últimos animales de un montón de gente, los últimos de casi todo Tejeda, de Arbejales, de Valleseco, de Utiaca; los últimos animales de un montón de sitios”, relata Ángel Guerra no sin cierta pena. Originario de Arbejales, a sus 70 años sigue ejerciendo el oficio de marchante de ganado en el que le inició su padre hace medio siglo, cuando lo puso a trabajar en la carnicería que abrió en el Mercado de Altavista al mes de que se inaugurara, en febrero de 1970, esta plaza de abasto de Las Palmas de Gran Canaria.
«Eso de comprar animales para matarlos no me gusta, ¡tengo vacas en mi casa que me quieren un montón, joder!»ÁNGEL GUERRA, marchante de ganado
Angelito, el más conocido de los marchantes de ganado de la isla, 50 años recorriendo los campos para abastecer su propia carnicería, en realidad no quería serlo. Antes de ir al cuartel estuvo un par de años trabajando en una tienda de tejidos de la calle Triana y a la vuelta del servicio militar su padre se decidió a abrir la carnicería y contratar carniceros.
“Pues yo al matadero no voy”, le dijo. “Al matadero voy yo”, contestó el padre. “Entonces, de acuerdo”, aceptó finalmente. “Me puse ahí sin tener ni idea, nada de nada. Yo soy un carnicero injertado” asegura, y confiesa que “eso de comprar animales para matarlos no me gusta, ¡tengo vacas en mi casa que me quieren un montón, joder! Muchas veces, si me entero que un animal lo quiere alguien se lo digo para que se lo lleve y lo críe. Si puedo no matarlo, no lo mato”.
Por eso le suele decir al técnico de la Consejería de Agricultura y Ganadería Isidoro Jiménez, que a veces lo visita, “que no soy como su padre ni como el mío, ellos eran marchantes, compraban animales, los mataban, los despachaban y se quitaban de líos. Yo no soy así, no valgo como referencia, soy un bicho raro”.
Pero lo cierto es que empezó y acabó tomando el relevo a su padre. “Yo sabía echarle de comer a las vacas en mi casa cuando era chico, pero de marchantería tampoco tenía idea”, insiste. Recuerda de niño ver “que se mataban los cochinos delante de la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, en Llano Roque, que aquello era de tierra. Unos cochinos gordísimos que los compraba un señor gordo y grande con una cachorra gris; también los Nueces, y se los llevaban hechos cuartos en un caballo que tenían para abajo, a Teror. El caballo tiene que estar muy acostumbrado, porque no les gusta que les echen la carne encima. ¡Uf, tienen un pánico!”
«Las vacas huelen según coman, las mías no huelen mal porque con la comida de campo huelen a vaca, no apestan»ÁNGEL GUERRA

Angelito se conoce tan bien los campos de la isla, sus gentes y las reses que quedan, que casi no tiene ni que ir a verlas para comprarlas. “
Si no es cliente habitual sí voy a verla, pero si es un cliente habitual ya las he visto, sé cómo son. El otro día traje –en realidad envió a buscarlas– tres cabras, una de Tejeda y dos de San Mateo, y al verlas supe cuál era la de Tejeda y cuáles las otras”, ríe. En el caso de las vacas, sin verlas sabe hasta de dónde proceden. “Un día llegué al matadero nuevo y le digo al que estaba allí: «Aquí hay un animal de Arbejales o de Fontanales». Por qué, me dice. «Me huele a laurel». El laurel da un olor penetrante”.

Ángel Guerra alimenta las vacas que cría con grano que siembra, pero también con caña como ésta que está amarrando y haciendo puños en Madrelagua, que suele ir a buscar los domingos. “La caña más curada se la comen mejor y la más tierna es más amarga. Antiguamente, se quitaban las cañas chicas, se dejaba la grande y se le quitaba la hoja de medio para abajo, se llamaba socolarlas. La caña se vendía para hacer cestas para los tomateros”. | FOTO YURI MILLARES
En Tejeda, “por allá de la Casa de la Huerta, había un viejito que tenía unos animales que no sé qué les echaba, ¡pero olían tan bien! Me quedé con aquel olor en la cabeza”, dice intentado todavía identificarlo. Es la diferencia entre la vaca del campesino isleño frente a los olores que desprenden las grandes vaquerías de hoy día, tanto por la cuadra y la cama, como por su alimentación.
“Las vacas huelen según coman, las mías no huelen mal porque con la comida de campo huelen a vaca, no apestan –él siembra avena y va a coger cañas–. Sin embargo, las vacas que están a base de pienso huelen mal y el mal olor llega lejos”. Para cama les pone “pajullo, porque no tengo tiempo, y hojas secas de platanera; no me gusta echarles serrín porque la madera tiene un montón de porquería”.
Ángel Guerra lo que mira de las vacas cuando va a comprarlas es «que estén gordas, si están bien comidas están bien»
El marchante se lleva los animales que la gente ya no quiere, pero no sólo para llevarlos al matadero, también para criar: la docena que tiene ahora han nacido en sus cuadras.
“Se van quedando ahí, por eso mi mujer no quiere que lleve más animales para casa; normalmente los carniceros no hacen eso, cuando hay que quitarlos se quitan”). A veces incluso son para clientes que lo que buscan es tener, “porque hay gente que te pide «si te enteras por ahí quien tenga una novilla para preñarla o preñada, guárdamela».

En cualquier caso, advierte, a la vaca “no es bueno sacarla de su entorno y cambiarla, a no ser que la vayas a dejar. Si la vas a llevar al matadero, es mejor ir directo porque, si no, se ponen como argollas, ni comen ni beben. Son animales que extrañan un montón el sitio y extrañan al dueño… Un día me dijo uno que tenía una novilla de la tierra, que no se dejaba ordeñar. Le digo yo «¿era tuya o la compraste?». Y me dice «no, la compré». «Pues ahí la tienes».
Ángel Guerra lo que mira de las vacas cuando va a comprarlas es “que estén gordas”, dice. “El ganado del campo estando comido no tiene problema, si están bien comidos los animales están bien. Un día fui a ver unos cochinos y estaban dándoles pescado. Les dije «¡no los quiero!»”.