Colleras para las vacas canarias, esquilas en concierto
Oficios del mundo rural / Domingo Salcedo, guarnicionero

Las colleras —anchos collares de cuero adornados con pequeñas campanillas— las lucen las vacas canarias en fiestas y romerías. De hacerlas se ha especializado el guarnicionero Domingo Salcedo. En Tenerife, Gran Canaria y hasta el País Vasco se las piden. Es uno de los últimos artesanos en las Islas que las hacen. [En PELLAGOFIO nº 116 (2ª época, marzo 2023)].

■ Una Singer de 1876 En el taller donde trabaja junto a su casa, en el barrio Barranco de Las Lajas (Tacoronte), Domingo tiene varias máquinas de coser zapatos y botas (a lo que también se dedica). En el centro de la estancia destaca una Singer del siglo XIX. Otra es de 1923. Pero no las usa para las colleras, que necesitan un grueso de hilo mayor. «Date cuenta de que llevan hilo de 1,4 y de 1,6. Es hilo encerado y la máquina no cose con hilo encerado. Para coser a máquina el hilo es de 1 mm o de 0,8» ● |

■ Más de dos mil puntadas «En las colleras se cose todo a mano. Todas las costuras», muestra Domingo unas a medio hacer. «Tienes que cortar la piel con una herramienta que se llama sacatiras —dice—. Y cuando te sientas a coser, hay que tensar las costuras y el hilo se entierra [en la piel]. Se cose con lezna, pasando la aguja con un hilo doblado para un lado y volverlo a pasar con otro hilo doblado para el otro lado. Estás tirando de la aguja con los deditos. Una collera lleva dos mil y pico puntadas» ● |

■ Esquilas que relajan La música de las colleras lo ponen un grupo de 25 campanillas. Van debidamente colocadas y alineadas. No todas iguales: por su sonido, 22 esquilas, dos contras y un esquilón. Como rumiante, la vaca come, regurgita el alimento y lo vuelve a rumiar antes de ir al estómago. «Un rumiante sólo rumia (o remuele, como se dice aquí) cuando está tranquilo, relajado. Y tú ves las vacas en una romería, están enyugadas, llevan una carreta, tienen las colleras y están remoliendo» ● |
El terrateniente controlaba al gañán o al agricultor que araba o surcaba con sus vacas. Si no sonaban las esquilas, «mal asunto»
Por YURI MILLARES
El agradable tintineo de las campanillas significaba que los animales estaban en movimiento. O sea, trabajando. Es para lo que estaban concebidas originalmente las colleras, con sus hileras de pequeñas esquilas. De este modo, el terrateniente controlaba al gañán o al agricultor que araba o surcaba con sus vacas. Si no sonaban, «mal asunto».
Con el paso del tiempo y unos diseños más esmerados, estos collares han pasado a tener un uso muy diferente. Los tractores han sustituido a las vacas en los campos y muchos agricultores son dueños de sus tierras. Las colleras, ahora, se lucen como un elemento que aporta elegancia y tradición a la presencia del ganado vacuno en romerías y fiestas. Y, por cierto, de la raza autóctona.

Domingo Salcedo Ravelo es uno de los últimos artesanos que hace colleras en Canarias. Llegó al oficio de guarnicionero de forma muy casual. Dedicado al adiestramiento de perros, le hacían falta unas correas «que no se conseguían y me metí de parejero: las saqué y las hice», dice mostrando unas bien trabajadas correas de cuero de tiras trenzadas.
Fue sólo el comienzo. «Después me dio por seguir con la tradición familiar y puse unas cabritas. ¡Pues vamos a hacerle unos collares a las cabras! Intentando hacerlos, no sé cuántas pieles de serrajes rompí. Vamos, inservibles. Pero los saqué».
No se podía ni rascar
Aquello, dice, le costó un triunfo. «Que parece que se hacen solos. Me puse en un día y creo que hice cuatro. ¡Craso error, amigo mío! Al día siguiente tenía las manos que no me podía ni rascar. Pon tacha, martillo. Tacha, martillo. Tacha, martillo… Un collar de cinco andanas de una cabra lleva más de 200 tachas, unas 40 tachas por andana [fila]. Unas de tachas lisas y otras, tachas margaritas».
Entretanto, su amigo Tomás, zapatero, le dio la colección de antiguas hormas para zapatos de su padre. Tienen de cerca de un siglo. También algunas máquinas profesionales de coser que él no utilizaba. «Él se dedica a reparaciones. El que hace zapatos soy yo, a mí me toca darse martillazos en los dedos», ríe, convertido también en artesano zapatero.
Hasta que llegó el día de las colleras. «Tomás tenía unas colleras de una fila, cogidas con unos cachos de cuero y unas tuercas. Un día, de broma, le dije: me voy a llevar eso y te voy a hacer unas colleras que sirvan. “Toma, llévatelas”. Pues ya me puso en el compromiso y se las hice. Ahí quedaron, más o menos».
«Le presto las colleras para una romería en La Orotava y él me prestó el macho. Yo me quedé con el macho y las colleras nunca vinieron para mi casa»

El segundo intento llegó con su propio hermano. «Tenía unas que eran de mi abuelo, el padre de mi madre. Me dice: “Llévatelas para que me las arregles”. Lo hice, pero a mí no me gustaron. Hice otras ¡y tampoco me gustaron!». Hasta que hizo unas que «ya se parecían a colleras —las muestra, rojas y entachadas con varias hileras—. Se las llevé a mi hermano y le gustaron. Yo estaba loco por un macho de cabra que él tenía. Grande, precioso».
Le llegó a ofrecer 600 euros «y me dijo que no. Total, que le presto las colleras para una romería en La Orotava y él me prestó el macho. Yo me quedé con el macho y las colleras nunca vinieron para mi casa», ríe de nuevo.
Además de tachas lisas y margaritas, empezó a ponerle tachones cónicos cromados
Las primeras colleras que empezó a arreglar eran de las antiguas. «Se hacían con los materiales que se conseguían y adornos no había», detalla. Cuando él le dio una vueltita al diseño, empezó con aquellas colleras rojas. Además de tachas lisas y margaritas, empezó a ponerle tachones cónicos cromados. Los encontró el marido de una tía suya en un vertedero de escombros. «Me trajo a casa un puñado para que los viera y se los cambié por unos collares de cabra». Hasta que se le acabaron.
Sus actuales colleras son aún más elegantes y de variados colores. «El negro es el más demandado, porque destaca con las esquilas cromadas y los adornos. Pero hay marrón chocolate, marrón tabaco, avellana, rojas (que un tiempo le dio a todo el mundo por las rojas) y unas de color guinda oscura que me encargó alguien de aquí para un amigo de Asturias».
Por supuesto, con las campanillas que lleva (25, de distintos tamaños y sonidos). Un herrero fundidor ha conseguido fabricárselas a partir del molde de un antiguo esquilón y con el sonido más fiel. «Suenan como las colleras viejas. Puestas, las oyes caminando y no dices que son colleras nuevas. Es exagerado lo logrado que está», asegura, satisfecho. Y cromadas o doradas, al gusto del ganadero.