“El peligro del pajar es que saltara una chispa del fuego”

Los hermanos González son cesteros muy conocidos del valle de la Orotava. Los dos que siguen en activo siguen empeñados en mantener vivo, en su taller del barrio Tienda Rica al borde de la carretera que sube a Las Cañadas del Teide, un oficio artesano que aprendieron desde niños. [En PELLAGOFIO nº 31 (1ª época, junio 2007)].
Por YURI MILLARES
Modesto y Donato González González trabajan en una habitación de paredes de bloque visto, siempre en equipo, colaborando el uno con el otro al repartirse las tareas. Se sientan sobre unos cajones de madera, aunque no directamente sobre la dura superficie de sus tablas, sino en un recorte de gomaespuma forrada con tela de saco. Allí pasan las horas rajando varas de castañero, fabricando cestas y raposas, forrando garrafas de cristal. Se ríen al citar el nombre de su barrio (Tienda Rica), ironizando sobre la supuesta riqueza de los vecinos y, en especial, de ellos.
Pasan las horas rajando varas de castañero, fabricando cestas y raposas, forrando garrafas de cristal

“Eso es lo mejor que hay para vivir, lo que son peligrosas por el fuego”, afirma y advierte Donato al hablar de los pajales. “En el invierno son calientes y en verano son frescos; esa es la ventaja que tienen. Pero hay que tener mucho cuidado con el fuego, se hacía dentro para cocinar porque no había otra cosa: tres piedras del tamaño del caldero, después echabas leña, el caldero encima, y entonces se iba llenando todo de humo y cuando el humo cubría todo, que quedaba todo negro, ya había menos peligro para el pajar si saltaba alguna chispa del fuego”.
Tabiques de saco
Las habitaciones dentro de la casa pajiza estaban separadas por tabiques “de sacos cosidos unos con otros y después los albeaban de cal, sacos de los de azúcar y de papas, los abrían, los colocaban, hacían el tabique y después lo iban albeando. Dejaban el hueco para la puerta y se ponía una cortina”, explica también Modesto.
Aprendieron también el oficio de tapador de pajales, del que son casi los últimos profesionales en activo en la isla
Los hermanos González, que se criaron y –“hasta no hace mucho”, dicen–, moraban en este tipo de viviendas (tradicionales en Tenerife prácticamente sólo en el valle de la Orotava y en Anaga), aprendieron también el oficio de tapador, del que son casi los últimos profesionales en activo en la isla. Es decir, se dedican a poner los techos de paja a los pajales que todavía quedan en los campos del valle de la Orotava. “Los que tienen compran los flejes de paja de centeno y nosotros sólo ponemos el techo de paja –describen su trabajo–. Es el tapado que le decimos, que lleva un latado de palos de acebiño y se coloca la paja encima, después se aprieta con una verga de dentro afuera con otra lata que lleva encima, para que el pajar no se moje ni el viento se la lleve. La paja la vamos colocando carrera por carrera”.
Es ésta, sin embargo, una actividad a la que dedican menos tiempo que a la cestería por razones obvias: los pajales ya no se emplean como vivienda, es más, la mayoría se encuentran en estado de ruina, o de semiabandono, o con sus tejados cubiertos de plancha metálica ondulada. Así pues, salvo en las contadas ocasiones que los llaman para tapar alguna casa pajiza, están dedicados a tejer con varas de castaño preciosas y variadas piezas de cestería, que, para poderlas trabajar, han de prever y hacer acopio de suficiente material.
■ Este reportaje tiene continuación en otro dedicado a los dos mismos cesteros, que se titula: “En un mueble es gaveta; para llevar fruta, cesta” ● |
Menguante de enero
Fotos de YURI MILLARES
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Donato y Modesto consiguen las varas que trabajan todo el año comprando primero “trozos de fincas particulares con varas: se trata con los dueños los precios, después se corta, se limpia y se trae en bestias o en camiones, o a veces al hombro. Que no son los castaños que echan las castañas, sino los chupones que salen en el tronco. Hay que cortar en el menguante de enero, el verdadero para esto; en los demás tiempos el trabajo se pica y se echa a perder”.

El podón es la herramienta con la que cortan y limpian las varas de castaño, haciendo flejes de 60 ó 70 kilos. Al llegar a casa los dejan secar al aire y después los sumergen dentro de una tanquilla uno o dos meses. En cuanto los sacan del agua, pueden ponerse a trabajar.

Donato y Modesto hacen, indistintamente y en equipo, las tareas. En este caso es el primero el que coge las varas y, con el podón, las limpia otro poco, raspando, y abre un corte en uno de los extremos.