“Me divertí lo que quise, pero al otro día estaba todo cambado”

Dámaso Padrón Hernández, el último artesano que fabricaba el tambor herreño cuando lo visité, es un instrumento indispensable del folclore en la isla de El Hierro, acompañante de toda actividad que tenga a la Virgen de los Reyes como motivo. Recogió el testigo de otro artesano que también fue el último. [En PELLAGOFIO nº 27 (1ª época, diciembre 2006)].
Por YURI MILLARES

El tambor herreño tiene siempre la misma forma que lo identifica, pero muchos tamaños, incluso para niños de poca edad. “Una vez le hice uno a un médico de Tenerife mucho más pequeño que ése”, señala en su taller a uno mediano, “y cuando fue a la romería y vio tambores mayores el hombre me llama para que le hiciera uno grande; que el suyo era muy pequeño y estaba haciendo el ridículo. Le preparo uno grande y después me llamó y me dice: ‘me divertí lo que quise en la romería, pero al otro día estaba todo cambado p’al lado izquierdo”.
Desde que Dámaso aprendió no ha parado… en sus ratos libres, porque ha sido carpintero, chófer de guagua y nunca ha dejado el molino de gofio que su padre le dejó
El propio Dámaso acude a las romerías y fiestas de El Hierro y de otras islas del archipiélago con su propio tambor a tocar, formando parte de un grupo folclórico de su pueblo. No le pesan los ocho o diez kilos que supone llevar un tambor durante horas caminando y tocando si parar.

“Lo que cuesta es llevar ese volumen aquí –y levanta el brazo izquierdo dejando un espacio junto a la cadera–, pero con unas perras de vino no se siente nada. Al otro día está uno hecho polvo, pero en ese momento no”, asegura, insistiendo en el aprecio que siente el herreño por su tambor. “Me acuerdo que de pequeño había un señor que tocaba un tamborcito pequeño y yo le decía que me lo prestara. ‘No, que me lo rompes’, decía. Antes un tambor era una gran cosa, porque no se conseguían ni las pieles, que se usaban para las albardas de los burros”.
«En el molino las colas daban miedo. Mi padre le ponía a cada cliente un kilo o dos para que tuvieran para cenar esa noche y al otro día le molía el resto»DÁMASO PADRÓN, molinero
En el molino
Dámaso ya no conduce guaguas, pero el molino de gofio de El Pinar sigue activo. El viejo mostrador de superficie gastada delante de la maquinaria del molino con su pescante, tras el que está la carpintería y el taller de donde salen los últimos tambores que se están fabricando en El Hierro, aún sirve para depositar pequeños sacos de grano tostado. El molino ya sólo muele para algunos vecinos que continúan practicando la costumbre de traer sus propias mezclas variadas de millo, trigo y cebada.
“Yo me acuerdo de los años 48-49, que eran épocas malas y casi no había ni comida en España, el principal alimento aquí en El Hierro era el gofio. En el molino las colas daban miedo. Mi padre le ponía a cada cliente un kilo o dos para que tuvieran para cenar esa noche y al otro día (ese molino no paraba, noche y día moliendo) le molía el resto”.
Material corriente
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“El material es corriente”, explica Dámaso Padrón con qué hace los tambores: “El aro de alrededor es plancha de cinc, el aro verde es de pino canario, el cuero es de piel de cabra y la soga de pita. Eso es todo lo que lleva”.

Obtiene piel de cabra que estira y clava sobre madera. “Le ponemos un poco de sal para curtirla”. Una vez curtida le afeita el pelo con una maquinilla de mano. La de oveja no sirve porque es débil y se rompe.

Para hacer el tambor propiamente dicho, empieza por cortar plancha de zinc y preparar un aro, que suelda hasta formar un cilindro abierto por ambos extremos. Lo pinta de color marrón.