Oficios singulares en tiempos de hambre y del hombre del saco

Vicente Pérez Melián (1924-2013) ejerció gran parte de su vida profesional como fotógrafo ambulante, sobre todo entre Valle de Guerra y Tejina (Tenerife), realizando numerosos retratos a trabajadores. Ya jubilado se dedicó a escribir sus memorias de juventud, de las que dio copia a Yuri Millares durante una de las visitas que éste hizo a su casa en Valle de Guerra. [En PELLAGOFIO nº 25 (1ª época, octubre 2006)].
Por VICENTE P. MELIÁN
Extracto de sus memorias inéditas
Respondo al nombre de Vicente Pérez Melián y nací en Valle de Guerra, término municipal de La Laguna, el 19 de julio de 1924 en el seno de una familia de ocho hermanos, de los cuales tres han fallecido, siendo mis padres Cristóbal Pérez de Armas y Candelaria Melián Pérez. Mi padre nació el 10 de julio de 1883 y falleció el 26 de enero de 1937 a los 54 años; mi madre nació el 15 de marzo de 1888 y falleció el 17 de mayo de 1987 a los 98 años.
En esos días corrían por el pueblo comentarios de que andaba un hombre con un saco disimulando pedir limosna, pero que la intención era chuparle la sangre a los niños
1929. La churrería de Federico Miralles
Regresando de bañarnos en el charco de Los Cochinos, en El Apio, llegamos al final de la ladera a nuestra derecha y sobre una loma divisamos a un hombre, a quien le acompañaba un perro, con un palo de unas proporciones a la de su cuerpo que nos llamó, a todos, poderosamente la atención. En esos días corrían por el pueblo comentarios de que andaba un hombre con un saco disimulando pedir limosna, pero que la intención era chuparle la sangre a los niños (Yo creo que estos rumores eran inventados por nuestras madres para que no nos fuésemos a sitios peligrosos). A todos se nos metió el miedo en el cuerpo, como se suele decir, y uno de los mayores del grupo, Fernando Barbuzano Canino (El Sordo), con aquella expresión peculiar que tenía, dirigiéndose al hombre, le gritó: “¡Cho hombre, enséñenos el cochillo”.

Dado mi raquitismo pesaba poco, así que entre mi hermano José y Francisco Falero Herrara me cogieron en barandillas y, a todo correr, en un santiamén llegamos a los toscales
Así lo hizo y ¡para qué fue eso! Todos a una salimos disparados vereda arriba, en dirección a los toscales del barranco de las Cuevas, que estaban en unas tierras propiedad de tío Pepe de Armas. Yo era el más pequeño y dado mi raquitismo pesaba poco, así que entre mi hermano José y Francisco Falero Herrara me cogieron en barandillas y, a todo correr, en un santiamén llegamos a los toscales.
Ese mismo año Federico Miralles Esteller tenía una churrería en el colgadizo de cho Cipriano Roque. Solamente venía los domingos por la tarde, desde la calle de Los Perales en Tacoronte, donde vivía, para hacer los churros. Yo le esperaba sentado en el chaplón (peldaño, grada o escalón) del salón de don José (El Capirote) que estaba situado al comienzo del camino de Lo Márquez. Cuando llegaba salía corriendo a buscar la llave de la puerta de la churrería a Las Ánimas, donde vivía Seña Mercedes, la dueña del colgadizo. Mi interés por estos servicios era que el primer churro que hacía como prueba era para mí.
Salía corriendo a buscar la llave de la puerta de la churrería y el primer churro que hacía como prueba era para mí
1931. El oficio de templero
En los tiempos de penuria que se producían por la falta de las lluvias había escasez de muchos alimentos: la reducción del ganado vacuno y la pérdida de muchos animales domésticos como gallinas, cabras, conejos y, sobre todo, los cochinos, que era un sustento muy apreciado en las familias campesinas. Cuando esto ocurría existía por costumbre, entre las madres de familia, recurrir a una ingeniosa idea para paliar la poquedad de alimentos.
Una parte del trasero del cochino con los huesos más sustanciosos se amarraban a un palo con un cordón…
Consistía esta idea, cuando se efectuaba la matazón del cochino, en reservar una parte del trasero con el rabo incluido, así como los huesos más sustanciosos, para amarrarlos a un palo con un cordón e introducirlos un momento en el caldero con el potaje hirviendo. Con esta ceremonia se le daba más fortaleza al condumio y algunos tomaron la idea como profesión e iban de casa en casa pregonando en voz alta: “¡El templero!”, a la hora en que se acostumbraba hacer las comidas.
…para introducirlos un momento en el caldero con el potaje hirviendo
El ama de casa que deseaba sustanciar el potaje llamaba a cho Benito y le decía: “¡Póngame una perra gorda!”. El precio estaba condicionado a la medida de tiempo de permanencia en el caldero.