Al recibo de la presente

En esta foto-postal, tomada en el estudio fotográfico de Díaz y Fierra (Guanabacoa, Cuba) y cedida por Imprenta Santa María, hay un siglo de distancia y el deseo de un emigrante de dar a conocer a la familia de acá dos sobrinos, “los hijos de ‘Salbador”. Una foto que inspira al director de Mestisay en esta entrega de “Escrito en piedra”. [En PELLAGOFIO nº 29 (1ª época, febrero 2007)].
Por MANUEL GONZÁLEZ ORTEGA
El vate insular Domingo Rivero, del que se ha editado hace escasos meses una acertada selección de su obra en la prestigiosa colección “Cuadernos del Acantilado”, lo dejó escrito en versos de un soneto inolvidable: “A veces sobre el mar pasa una nave / que se pierde a lo lejos como un ave / que empuja el viento del destino esquivo… / Son emigrantes. ¿Volverán? ¡Quién sabe!…”
Y junto a la foto, unas letras, escritas con renglones torcidos y ortografía amañada, en un ritual literario ajeno que los pobres adoptaban con solemnidad casi religiosa
Rivero, poeta en el silencio y observador impenitente de las pequeñas cosas en aquel mundo insular decimonónico, veía los barcos alejarse de la costa desde su despacho en la Audiencia Territorial. Esta foto que encabeza nuestras notas fue mandada desde Cuba por Juan Francisco Betancourt, un emigrante canario, a su hermano Gabriel para que conociera a sus dos sobrinos. Y junto a ella unas letras, escritas con renglones torcidos y ortografía amañada, en un ritual literario ajeno que los pobres adoptaban con solemnidad casi religiosa: “Querido hermano me alegraré que al recibo de la presente ceallen todos cinobedad por aquí todos buenos gracias a Dios…”
Pancho Guerra, sabedor de estos y otros guiños del pueblo llano, dejó ejemplos enternecedores de estas misivas en sus Cuentos y en sus impagables Memorias de Pepe Monagas. Muchos de aquellos hombres se dejaban retratar por primera vez en sus vidas en su patria de adopción, en cuanto la vida les daba un resuello para reunir unos pesos. Uno de sus primeros lujos al llegar a la Tierra Prometida era mandar esos retratos a sus familias, al otro lado del mar, con su voluntad coloreada en vahído canelo. Al observar sus endomingados rostros, no dejamos de preguntarnos por el sentimiento que anidó en sus corazones, criados en la estrechez de una gallanía. Eso fue al bajar de aquella nave que el poeta inmortalizó en palabras rimadas, cuando descubrieron un mundo que no tenía horizontes.