El compañero del agua

Sobre esta vieja imagen de principios del siglo XX, molinos de agua sobre los riscos que rodean Santa Cruz de La Palma, en una foto de Mrs. King para el libro de Margaret D’Este ‘In the Canaries with a Camera’ (Londres, 1909), escribe el director de Mestisay en esta entrega de “Escrito en piedra”. [En PELLAGOFIO nº 28 (1ª época, enero 2007)].
Por MANUEL GONZÁLEZ ORTEGA
La Palma es la reina de la Macaronesia. Ningún espacio insular representa mejor las bondades de las coordenadas geográficas de esta parte del mundo, en las que le tocó alzarse desde el mar por mor de titanes volcánicos. Ser dueña de alisios, de la serena humedad de las nubes que acarician sus alturas, ha sido su principal riqueza. La presencia del agua se manifiesta en la isla culturalmente desde que fuera poblada en tiempos pretéritos. Y nucleando la tradición hidráulica aparece el molino de los conquistadores, para arramblar al ámbito doméstico la molienda tradicional de la tradición neolítica, si bien este último se mantiene, entre cantares y noches de carburo, hasta la mitad del siglo pasado.
La presencia del agua se manifiesta en La Palma culturalmente desde que fuera poblada en tiempos pretéritos. Y nucleando la tradición hidráulica aparece el molino de los conquistadores, para arramblar al ámbito doméstico la molienda tradicional de la tradición neolítica
Encaramados al fondo sobre el risco, los molinos palmeros aquí fotografiados por la curiosidad de una decimonónica viajera inglesa, cuando las islas eran aún un exótico destino turístico, están techados al uso de entonces, con la tradicional cubierta de teja a dos aguas. Una construcción robusta, encajada en sillares de piedra que posiblemente ubicaría en su estancia principal a la maquinaria de molienda, con la tolva para acoger al grano y la canaleta para encauzarlo hasta el cilindro de madera que acogía a las muelas de piedra, verdaderas piezas de ingeniería rural de la época. El agua, un torrente en canal venido de la cumbre, entraba en los molinos desde arriba y bajaba para mover las cucharas del rodezno y aliarse con el árbol que daba vida al movimiento de las piedras.
El molinero era un hombre sin horarios, el compañero del agua. En La Palma tener un molino era ser dueño de un mundo. Un mundo que no cesaba de rodar mientras cantara el agua en la acequia.