Sociedad rural

El lenguaje silbado de los cabreros de Tenerife

Patrimonio cultural en peligro de extinción, aún suena en Anaga o Vilaflor

SILBO EN TENERIFE Tenerife es otra de las islas del Archipiélago donde pervive el lenguaje silbado que llegó a Canarias con sus primeros pobladores. Y, al igual que en Gran Canaria —como ya hemos visto en estas páginas—, ha sobrevivido gracias a cabreros en la actualidad de edad avanzada que fueron los últimos en practicarlo siendo jóvenes. [En PELLAGOFIO nº 113 (2ª época, diciembre 2022)].

Por YURI MILLARES

Numerosos testimonios escritos de los últimos siglos indican que en Tenerife se utilizaba el silbo como lenguaje. Además, «en algunas zonas se conservó con vigor al menos hasta los años 50 del siglo XX, siendo su uso cada vez más inusual. Está ampliamente documentado, y aún hoy hemos localizado y registrado algunos silbadores de tradición que, aunque no lo usan en su vida cotidiana, son capaces de emitir y comprender mensajes silbados», señala el etnomusicólogo e investigador David Díaz Reyes.

Documentado durante siglos
La documentación que ha ido recopilando para esta isla está plagada de referencias a esa práctica, todavía en uso entre los bereberes del Atlas marroquí. Por orden cronológico, entre las citas más antiguas, destaca la del fraile Alonso de Espinosa, de 1594, sobre los guanches: «Todas sus guerras y peleas eran por hurtarse los ganados (que otras haciendas no los poseían) y por entrarse en los términos; y cuando había guerra con ahumadas y silbos se entendían» (en Del origen y milagros de N. S. de Candelaria que apareció en la isla de Tenerife, con la descripción de esta isla).

«Cuando un enemigo se aproximaba, se avisaban por medio de humos o silbidos, con los que se pasaban los mensajes de unos a otros» GEORGE GLAS

En la Historia de la Conquista de las siete Islas de Canaria, que firma Fray Juan Abreu Galindo, también se describe que «cuando tenían guerra, con ahumadas se entendían, y con silbos que daban desde lo más alto; y el que los oía silbaba al otro, y así de mano en mano en breve tiempo se convocaban y juntaban todos».

En su conocida obra de 1764 Historia del Descubrimiento y de la Conquista de las Islas Canarias, el marino y comerciante escocés George Glas escribe, situando en los altos de La Orotava una relación de actos bélicos: «Cuando un enemigo se aproximaba, se avisaban por medio de humos o silbidos, con los que se pasaban los mensajes de unos a otros. El silbo está aún en uso entre ellos, y puede ser oído a una distancia increíble».

«Ahora he descubierto que en Vilaflor se entienden silbando muchas personas; y que esto viene de antiguo» JUAN BETHENCOURT ALFONSO

Juan Bethencourt Alfonso (1847-1913). | FOTO DIARIODELVALLEDELAOROTAVA.BLOGSPOT.COM

Ya en el siglo XIX tenemos al médico de San Miguel de Abona Juan Bethencourt Alfonso, también historiador y antropólogo y autor de Historia del Pueblo Guanche. En el segundo tomo, dedicado a la etnografía y organización sociopolítica, son varias las veces que hace mención al silbo entre los guanches.

También recoge datos de la tradición oral de su tiempo: «Ahora he descubierto que en Vilaflor se entienden silbando, como en La Gomera, muchas personas; y que esto viene de antiguo. También hay en Granadilla muchos que se entienden también silbando, en los altos de Arico, por Chajaños, etc.». Cita más casos y destaca: «Todo esto que hemos visto parece ser prueba suficiente para poder afirmar o cuanto menos crearnos la duda de que el lenguaje silbado en Tenerife fue una realidad al igual que en otras islas».

El militar y científico Juan López Soler escribe en De Madrid al Teide (1922), al referirse a Teno: «En los lugares habitados se refugian los pastores de la región, para fabricar quesos con la leche de sus ganados; esos ágiles indígenas, cuando están distanciados los unos de los otros, cultivando sus pequeñas parcelas de terreno, se entienden con silbidos dialogados».

Félix González muestra cómo silba. | FOTO DAVID DÍAZ REYES

Los últimos silbadores
La investigación que realiza Díaz Reyes para documentar la pervivencia del lenguaje silbado en Tenerife hasta la actualidad se sustenta en numerosas entrevistas personales y grabación de imágenes y sonido.

Así, en 2021 recogió el testimonio de Félix González Alonso (entonces con 91 años) en el barrio de San Honorato de La Laguna. Nacido y criado en El Peladero (El Batán, en Anaga) donde estuvo hasta los 22 años, el silbo lo oyó por primera vez para juntar a las cabras y para silbar al perro. Él mismo llegó a tener una veintena cabras y tenía pastos en varios sitios para ellas y para unas pocas vacas. Se comunicaba con su cuñado Juan Rodríguez Martín, también cabrero, silbándole por el nombre y diciéndole cosas como «ya voy pallá» o «espérame en tal sitio».

«Yo antes llamaba por su nombre a cualquiera con el silbo, allá casi todos silbaban, sobre todo los que tenían cabras» FÉLIX GONZÁLEZ

«Yo antes llamaba por su nombre a cualquiera con el silbo —le explicó—. Allá casi todos silbaban, sobre todo los que tenían cabras. También las mujeres, pero menos porque estaban en las casas». Siendo niño, de 12 años o así, aprendió a silbar de oírlo hacer, siempre con un dedo de cada mano en la boca. Todos los cabreros de Anaga mayores que él silbaban, decía.

Fotograma del video de Rosario Izquierdo hablando con el leguaje silbado, grabado por David Díaz Reyes. | FOTO PELLAGOFIO

A Rosario Izquierdo González la pudo entrevistar en 2019 en Almáciga (también en Anaga) cuando contaba 76 años. Fallecida en 2020, su silbo también lo pudo grabar. «En Benijo, de donde es ella, se silbaba “cuando cuidábamos animales” —anotó sus palabras—. Lo usaba su padre cuando subía con el ganado por la zona alta de Benijo. Su padre, Juan, silbaba sin dedos. “Vente pabajo ya”, “No vengas todavía que es temprano”», añade.

«Silbaban más los hombres, pero también éramos unas pocas mujeres las que silbábamos» ROSARIO IZQUIERDO

«Aparte de su padre —anotó también—, recuerda a otros que silbaban. Su abuelo paterno, Antonino, silbaba con los dos índices. Las posiciones del silbo de su padre eran: con los dos índices, con un dedo solo doblado o con un dedo (el meñique) recto. Y le silbaba “Rosario ven a comer”. A una distancia de dos a tres kilómetros. “Aquí antes todos los cabreros silbaban”, dice».

Aprendió a silbar con su padre siendo muy niña y llevaba más de 40 años sin silbar cuando Díaz Reyes la entrevistó. «Silbaban más los hombres, pero también éramos unas pocas mujeres las que silbábamos», insistía ella.

Pellagofio ha acompañado a este investigador en su visita a algunos otros silbadores. Por ejemplo, a Juan Oliva González, nacido hace 79 años en Vilaflor donde lo conocen por Chichilo, aunque ahora reside en El Chorrillo (Santa Cruz de Tenerife). «Aprendí a silbar con los cabreros. Porque yo, cuando tenía 9 o 10 años, quizás antes, ya me iba a cuidar el ganado, las poquitas cabras que tenía yo y otras cuantas que tenía mi abuela. Ella las cuidaba por la mañana para que yo fuera al colegio y yo por las tardes me iba con los cabreros; ellos silbaban, yo fui cogiendo el hilo y por ahí se me quedó».

En el caserío de Las Carboneras (Anaga) pudimos localizar al silbador probablemente mas joven de entre los antiguos cabreros de la isla, Maudilio Martín Izquierdo, Yiyo, de 65 años. En su huerta y rodeado de tabaco, chayotas, calabaceras, coles, papas y manzanas reineta mira hacia el vecino caserío de Taborno, escondido entre la bruma una mañana que lloviznaba, y silba un mensaje poniendo el dedo índice de su mano izquierda en la comisura de los labios.

«Aprendí a silbar con mi padre y con un primo mío, Francisco Martín. Yo tenía una abuela en Roque Negro, un abuelo en Afur, una abuela en Taborno y un abuelo en Las Carboneras: Anaga puro», ríe.

Juan Oliva (Chichilo) silba durante la entrevista para PELLAGOFIO. A su lado, el investigador David Díaz Reyes. | FOTO Y. M.
■ JUAN OLIVA
«Yo era un clarinete con el silbo»
Aunque le gustaba mucho la ganadería y de niño se dedicaba a cuidar las poquitas cabras que tenían en casa para disponer de leche y queso, Juan Oliva no se hizo cabrero «por mi padre», dice. «Vilaflor vivía del ganado, si me pongo a contarlos por lo menos había de 15 a 20 cabreros», recuerda. Compartiendo jornadas de pastoreo con ellos aprendió el lenguaje silbado…
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Maudilio Martín silba desde Las Carboneras como lo hacía antiguamente para comunicarse con su primo en Taborno. | FOTO Y. M
■ MAUDILIO MARTÍN
«Todo el mundo se silbaba en las montañas»
Su padre, que era agricultor, tenía una manada de cabras y él las cuidaba, «desde pequeño, me encantaba; mi padre me silbaba y yo le contestaba con el silbo, pero no hablaba con él, con mi primo Francisco sí (que su padre también silbaba). Desde Taborno me silbaba y yo le contestaba de aquí, para saber dónde estaba. Con ocho o diez años aprendí a silbar y a ordeñar»…
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