Sociedad rural

El vino de los guanches, en Anaga

El macizo de Anaga reúne la mayor concentración de lagares excavados en piedra de Canarias: 165 en un territorio declarado Reserva de la Biosfera por la Unesco. Aquí hay parras que crecen salvajes como enredaderas en los árboles del monte y los más viejos dicen que hasta los guanches tenían uva, algo aún sin demostrar. [En PELLAGOFIO nº 32 (2ª época, junio 2015)].

Por YURI MILLARES

Los lagares excavados en piedra (también llamados lagares rupestres) son una constante en la Historia desde que el ser humano hace vino, pues en algún sitio había que pisar la uva para obtener el mosto. “En un territorio de 35 kilómetros cuadrados de Italia hay documentados setecientos lagares” de este tipo, informó un ponente del Congreso Internacional de Lagares Rupestres que se celebró en España en 2010. Un congreso que señaló la presencia de lagares rupestres en la Península datados entre los siglos VII a. de C. hasta la Edad Media y, en algunos casos, hasta el s. XIX. Como ejemplos, están los 200 que suman algunos municipios de La Rioja o los 85 documentados en el pueblo salmantino de San Esteban del Valle.

José Espinel (izq.) y Juan Romero observan la piedra del lagar de Pasolgado, en Los Auchones, casi oculto entre la maleza.| FOTO YURI MILLARES
José Espinel (izq.) y Juan Romero observan la piedra del lagar de Pasolgado, en Los Auchones, casi oculto entre la maleza.|
FOTO YURI MILLARES
En las islas Canarias, donde se introdujo el cultivo de la vid tras la conquista castellana en el siglo XV, este tipo de lagares también está presente, de forma dispersa, allí donde el agricultor disponía de alguna roca de gran tamaño que poder vaciar. Anaga, sin embargo, es un caso aparte: lugar marcado por la inaccesibilidad, dado lo abrupto y selvático del territorio, finalizada la conquista de Tenerife en 1496 se convirtió en refugio de guanches que no se integraron en la nueva sociedad creada por los conquistadores, pero también en sitio de poblamiento para colonos que tras un breve período de tiempo dedicados al cultivo de la caña de azúcar, se pusieron a producir y exportar vino. Las bodegas estaban en la costa, para estar cerca de los puntos de embarque en Afur, Tachero y El Roque. La viña, sin embargo, estaba en el monte, en escarpadas laderas donde se crearon bancales y en cuyo entorno fueron surgiendo numerosas y pequeñas aldeas.

Dentro del lagar, el hueco para el vaso de vino de quienes pisaban la uva.| FOTO Y. M.
Dentro del lagar, el hueco para el vaso de vino de quienes
pisaban la uva.| FOTO Y. M.
Entre acarrear pesadas cestas de uva a las bodegas de la costa, por serpenteantes senderos que sortean fuertes desniveles de terreno y cruzan barrancos, o hacer el recorrido en menos viajes cargando sólo el mosto en foles de cabra, el agricultor escogió, obviamente, lo segundo. Lo único que necesitaba era tener un lagar junto a su viña y así fue como Anaga se llenó de lagares excavados en la abundante tosca roja del lugar, ya sea por desprendimientos o por afloramientos rocosos. Allí donde el campesino tenía un “bolo”, que es como llama a estas grandes rocas, excavaba un lagar con la prevención añadida de hacerlo aprovechando la piedra extraída, tallada como bloques para construir paredes de casas, sobre todo las esquinas.

«Cada familia necesitaba tener su propio lagar, porque todos cortaban el mismo día; no podías esperar a que una semana pisara uno y la siguiente el otro»JUAN ROMERO

Por qué tanto esfuerzo
Pero, ¿por qué el esfuerzo de cada agricultor por construirse el suyo en vez de hacerlos colectivos y compartirlos? Juan Romero Prieto que procede de una de estas aldeas, Los Chorros, en el lugar conocido también como Los Auchones, lo explica: “Cada familia necesitaba tener su propio lagar, porque todos cortaban el mismo día. Estaban tres días vendimiando y eran tres días echando uva a lagar, no podías esperar a que una semana pisara uno y la siguiente el otro”.

Por eso hay aquí más lagares de tosca (así los llaman) que en el resto de las islas Canarias. “Donde aparecía un bolo de piedra labraban un lagar, tenían esa necesidad”, añade Romero, que movido por la curiosidad se dedicó a inventariarlos todos. Un trabajo realmente complicado por lo abrupto de este paisaje, como ya se ha dicho. “La mayor concentración está en Taganana, pero en todos los pueblos hay”, dice. “Yo he contado 164, pero en el resto de Tenerife hay más, aunque no tantos. Y a raíz del trabajo que hice, un vecino localizó y desenterró otro lagar hace un par de años en Las Medias”.

“Hay lagares monumentales y bañeritas –continúa–: según la piedra, según la cosecha. Si tenías una cosecha grande pero un bolo pequeño hacías varias pisas. Es lo que había”. Para encontrarlos recurrió a la información oral de los vecinos más viejos, llegando incluso a encontrar uno desaparecido hace siglos: “Me pasó con un vecino que se llamaba Aquilino y me decía: ‘metan también el del Chafarís’. Y yo le decía: ‘Pero si aquello lo conozco y no hay ninguno, ¿dónde está?’. ‘Allí, junto al camino…’, que ya no hay camino…”.

El lagar de Los Llanos de Los Auchones, del abuelo de Juan Romero,  está sobre un gigantesco bolo alargado, cuyo interior ha sido vaciado a modo de cueva y convertido en bodega.| FOTO Y. M.
El lagar de Los Llanos de Los Auchones, del abuelo de Juan Romero, está sobre un gigantesco bolo alargado, cuyo interior ha sido vaciado a modo de cueva y convertido en bodega.| FOTO Y. M.
El propio Aquilino le reconocía que él tampoco lo había visto nunca, “pero yo oí que ahí había un lagar”, insistía. “Aquello está lleno de derrubios, así que pesamos que seguramente fue sepultado en su momento. Fuimos y vimos todo aquello lleno de cascajos y, de repente, como un bolito de tosca. A pico y mandarria un día y otro día desenterramos un lagar entero, sepultado por un par de metros de entullo”.

La construcción-excavación de estos lagares comenzó, según el documento más antiguo al que ha tenido acceso Juan Romero, en torno al año 1600. “Un documento que habla de particiones y nombra una huerta con un lagar de tosca en las haciendas del barranquillo de La Higuera de la Sombra. Por cierto, ese lagar no lo encontramos”, precisa. Y el último del que tiene noticia, fue en los años 60 del siglo XX. La mayoría, si no todos, están hoy en estado de abandono o de desuso. Del mismo modo que mucha viña que se cultivaba en siglos pasados, forma parte hoy de la vegetación silvestre del monte y trepa como enredadera entre los árboles de la laurisilva.

Además de lagares de viga con husillo, en Anaga hay lagares de burra y lagares de bolo, ¿de qué cultura proceden?

Parras desbocadas
La gran antigüedad en la tradición de excavar lagares y el hecho de que exista viña en estado salvaje lleva a los viejos a hablar de “la uva de los guanches”, dice el investigador José Espinel Cejas. “Es que ahí la uva lleva siglos sin atenderse y hay parras en el monte desbocadas, con un tronco enorme”, precisa Romero. Además, parte de esa viña y de esos lagares están en un lugar que se llama la Ladera de los Guanches, “una zona arqueológica impresionante, con varias cuevas”, argumenta. Entre ellas la conocida como Cueva de los Guanches, del mencey Beneharo, “una cueva enorme donde se encontraron muchos restos que mi bisabuelo Juan donó y se llevaron al Museo Canario”.

Inscripción el lagar de  tosca de Pasolgado tras su restauración en 1965: "Dueño Pedro Romero. Medianero Manuel López". | FOTO Y. M.
Inscripción el lagar de tosca de Pasolgado tras su restauración en 1965: «Dueño Pedro Romero. Medianero Manuel López». | FOTO Y. M.
“Yo he oído varias veces a los viejos decir que los guanches tenían vino, algo que no puedes contrastar ni comprobar”, añade Espinel. “Pero hay que sospechar algo –insiste, no dándolo por imposible–, porque la cultura de la viña en el norte de África lleva miles de años, en Cabilia y en Marruecos todavía hay tradición vinícola, aunque ha sido perseguida por el Islam. En bereber existe la palabra vino, como me ha dicho la antropóloga Yacine Tasadit”, dice enlazando el argumento con el origen bereber de los primeros pobladores de Canarias. “Son cosas que todavía no se han estudiado en profundidad”.

Como dato curioso, Espinel destaca la presencia de lagares en Anaga (también en otros lugares del archipiélago) que emplean técnicas distintas a la de viga con husillo que llegó a Canarias tras la conquista castellana: el lagar de burra (en el que de la punta de la viga se cuelga una cesta que se carga con bolos, “de tradición fenicia, no existe en España”, asegura) y el lagar de bolos (“que está en la finca de Los Morales, en Anaga, donde pisaban en el lagar, hacían el pie con anea de barranco, ponían los palos arriba y encima montaban una laja de piedra y sobre ella ponían los bolos”, explica Romero).

Sean técnicas importadas de otros lugares o culturas, o el simple ingenio del campesino para emplear aquello de lo que disponía, lo cierto es que hasta el momento no se han hallado restos arqueológicos de la época prehispánica que permitan afirmar que los antiguos canarios tuvieran uvas, y mucho menos que conocieran el vino. Así lo confirma a PELLAGOFIO el arqueólogo Jacob Morales, especializado en semillas de los aborígenes. “Sí se han encontrado pepitas de uva en algunos yacimientos de Gran Canaria, por ejemplo, pero han sido datadas por el carbono 14 en fechas posteriores a la conquista, como el siglo XVI”.

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