Sociedad rural

Empleo para la integración de inmigrantes

La Comisión Española de Ayuda al Refugiado es la promotora en Canarias de un singular taller de empleo: inmigrantes africanos y latinoamericanos aprenden a trabajar en la agricultura ecológica a la vez que van a las aulas. Para ello disponen de una finca en la vega de Guía y del antiguo instituto. [En PELLAGOFIO nº 28 (1ª época, enero 2007)].

Por JOSÉ NARANJO
Periodista, acaba de publicar ‘Cayucos’, obra finalista del premio Debate al mejor libro reportaje del año 2006

Abdelkaber Hussein se agacha entre los matojos de ortigas y casi se pierde de vista. Cuando se levanta de nuevo, lleva en la mano un buen puñado. Menos mal que lleva guantes. Con su guardapolvo azul y su muleta, camina entre los canteros de la ladera del Soleto, en la vega de Guía, con tanta soltura que parece el capataz. Pero no lo es.

El taller de empleo Agronatura va, en 2007, por su cuarta edición. Este trabajador cava los últimos surcos del taller de 2006./ FOTO Y. M.
El taller de empleo Agronatura va, en 2007, por su cuarta edición. Este trabajador cava los últimos surcos del taller de 2006.| FOTO YURI MILLARES
En realidad, Abdelkaber, “nacido en Ifni, pero un canario más”, es uno de los treinta alumnos del taller de agricultura ecológica Agronatura que la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) lleva ya cuatro años llevando a cabo, para fomentar el aprendizaje de un oficio entre los inmigrantes con papeles que viven en Canarias y favorecer, así, su inserción en el mercado laboral. Y, de paso, quizás echar una mano a la agricultura canaria, tan necesitada de mano de obra que en los últimos años ha tenido que recurrir a los contratos en origen de polacos y rumanos para salvar más de una zafra.

Las ortigas que recogen hoy sirven para dos cosas: si se dejan macerando cuatro días, se convierten en veneno para el pulgón; si se las deja más de catorce, son abono para las plantas. Éste es uno de los trucos ecológicos que aprenden en la vega de Guía Abdelkaber y sus compañeros. La finca está a cuatro pasos de la iglesia, que domina el horizonte, y muy cerca del albergue y el polideportivo, pero mide nada menos que 22.000 metros cuadrados.

Los alumnos proceden de muchos países, pero sobre todo de África y Sudamérica. Hay marroquíes, senegaleses, nigerianos, de Uruguay y hasta un jordano

Entre sus surcos, labrados no sin esfuerzo por los antiguos alumnos de este taller de agricultura, se combinan apaciblemente el intenso olor de la albahaca con la frescura del yerbahuerto; el esplendor de las acelgas con el estilizado tallo del millo. Además de las citadas, “cultivamos dos tipos de plantas, las aromáticas, como el perejil, el tomillo, la menta o el cilantro; y las verduras, alcachofas, calabacines, rabanillos, remolacha, habichuelas y lechugas. También nos hemos atrevido con las fresas y tenemos el proyecto de introducir frutales”, asegura Beatriz Santana, directora del taller.

Muchos países
Los alumnos proceden de muchos países, pero sobre todo de África y Sudamérica. Hay marroquíes, senegaleses, nigerianos, de Uruguay y hasta un jordano. El proyecto, cuya cuarta edición arrancó a comienzos del pasado mes de diciembre, está subvencionado por el Servicio Canario de Empleo y el Fondo Social Europeo. Para acceder al taller, los inmigrantes, que cobran un sueldo, deben ser seleccionados de la bolsa de empleo de CEAR. Se pretende que, además de agricultura ecológica, aprendan español y otras habilidades, como matemáticas o lengua, sobre todo aquellos que carezcan de conocimientos básicos.

Por eso los treinta alumnos han sido divididos en dos grupos. Mientras quince se afanan entre las alcachofas y el yerbahuerto, desbrozando por aquí, abonando por allá, al mismo tiempo los otros quince reciben clases en un aula del antiguo instituto cercano. “Han sido divididos según su nivel de español”, explica Beatriz.

Los productos obtenidos en la finca, que, por cierto, es alquilada, se entregan a la Concejalía de Servicios Sociales del Ayuntamiento de Santa María de Guía y a algunas organizaciones sociales sin ánimo de lucro que tienen servicio de comedor, como Cáritas.

Babel entre los surcos de Guía

“Trabajar la tierra es muy bonito”, dice Mari Carmen.
“Trabajar la tierra es muy bonito”, dice Mari Carmen.
Mari Carmen Pereira llegó a Canarias siguiendo el rastro de sus hijos, que emigraron antes que ella, hace cuatro años. Desde entonces ha estado trabajando en el servicio doméstico, pero reconoce que, tras un primer contacto con el campo, le gusta mucho más esto que andar limpiando casas. “Trabajar la tierra y manipular los productos que proceden de ella es algo muy bonito”, explica esta uruguaya de Montevideo nacida hace 58 años. “Allá hay tierras muy buenas, pero no se trabajan mucho, hay más ganadería”, asegura Pereira, reconociendo que echa de menos cosas de su país pero que, así y todo, no le ha costado adaptarse a las islas.
Jordano de 57 años, Mohamed Hussein Abdoullah es un cascabel; casi siempre sonriente y de buen humor, alegra la vida a sus compañeros. Propietario de tierras en Ammán y en Palestina, de donde procede su familia, llegó hace dos años a Gran Canaria con sus ocho hijos y su esposa. Resulta que la madre de su mujer procedía nada menos que de San Mateo y aquí decidieron reiniciar su vida. Al obtener ella la nacionalidad, Mohamed consiguió sus papeles por reagrupación familiar. “Yo he hecho de todo, pero la agricultura no me era desconocida. En Jordania hay de todo tipo de productos, olivos, patatas, vides, frutales”, asegura.
Mohamed se muestra casi siempre sonriente y de buen humor.
Khadir piensa que algún día volverá para quedarse en su tierra natal.
Khadir piensa que algún día regresará a su tierra.
En realidad, Khadir es marinero y ha recorrido buena parte de África Occidental trabajando en barcos de pesca. Desde el Sahara hasta Mauritania, de Senegal a Guinea Conakry. Pero tampoco le hizo nunca ascos a trabajar en el campo: supo de la dureza de la vida en los invernaderos de El Ejido o cómo es la zafra en La Aldea de San Nicolás. Desde 1991, Khadir lleva dando saltos de España a su Marruecos natal y viceversa. No para de un lugar para otro. Nacido en Agadir hace 42 años, destaca el buen ambiente que existe en este taller de agricultura. “Estoy contento, son buenas personas, te aconsejan, te dan una oportunidad, te buscan empleo, hacen lo necesario para que estés bien…”. Algún día volverá a su tierra, porque es lo que hacemos todos más pronto o más tarde.

Mary Happy llegó un lejano día de 2002 hasta las costas de Fuerteventura. Desde lo más profundo de un continente en movimiento, Mary recorrió países y cruzó fronteras, a pie, en 4×4, en camiones, a través de ríos y desiertos. Desde El Aaiún, subida en una barquilla con otros como ella, Mary Happy desafió a los elementos. Peluquera venida de Lagos (Nigeria), la joven Mary Happy, de tan solo 26 años, parece una campesina canaria con su pañuelo en la cabeza y su gorro de paja encima. Sonríe y coge el sacho, para seguir en la tarea. “A mí también me gusta mucho el campo”, atina a decir entre sonrisas.
Mary cruzó fronteras, ríos y desiertos en África hasta que arribó a Canarias en una barquilla.
Mary cruzó fronteras, ríos y desiertos en África hasta que arribó a Canarias en una barquilla.
Humphrey procede de Kumasi, la vieja capital del mítico imperio Achanti.
Humphrey procede de Kumasi, la vieja capital del mítico imperio Achanti.
Humphrey Bello nació en Accra, capital de Ghana, pero se crió en la ciudad de Kumasi, la vieja capital del mítico imperio Achanti. Mecánico de coches y de barcos, “desde jovencito viajé mucho por aquí y por allá”, dice. Estuvo en Nigeria, en Holanda y finalmente en España, hasta que en 1996 su barco recaló en Las Palmas de Gran Canaria. “Y aquí estoy”, dice Humphrey entre carcajadas. Desde entonces ha hecho un poco de todo, trabajando en las plataneras o entre frutales, pero siempre con ese espíritu abierto y alegre que traen los africanos. Humphrey rastrilla y rastrilla sin parar en la ladera del Soleto.

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