Sociedad rural

Queserías junto al volcán Tajogaite, una odisea muy cruda

La erupción sepultó granjas ganaderas y tiñó de negro las salinas de La Palma

La erupción del volcán Tajogaite estuvo precedida por muchos avisos sísmicos: anunciaban lo que estaba a punto de ocurrir y ocurrió en septiembre de 2021, un mes en el que los pastores tienen sus cabras preñadas y las salinas de Fuencaliente están a pleno rendimiento. [En PELLAGOFIO nº 108 (2ª época, junio 2022)].

Por YURI MILLARES

Ala terrible experiencia de casas engullidas por el volcán y fincas de plataneras sepultadas por la lava y las cenizas, hay que añadir lo que ha significado para ganaderos y salineros: el volcán sepultó cabras, granjas y queserías y tiñó de negro la sal que se emplea en la elaboración de los quesos de la denominación de origen La Palma.

■ Los últimos en salir de Las Manchas
El mismo día que Ana Laura y Carlos pensaban evacuar su granja estalló el volcán. «Los camiones se desavisaron. Yo me aguanté con las cabras 10 días. Fui el último vecino que se fue de toda Las Manchas con mis animales. No tenía agua porque la tubería se la había llevado la lava y tuve que largarme de aquí. Y me fui sin saber ni para dónde iba», relata él, ya de vuelta a Jedey tras más de medio año desplazados, primero con las cabras en La Breña y, después, en Puntallana.

■ Medio año sin hacer queso
En la granja a donde evacuaron el ganado por fin parieron las cabras y empezaron a ordeñar de nuevo, pero no podían hacer queso porque debían tramitar un nuevo registro sanitario, así que vendían la leche. Los animales «fueron para atrás, porque estaban en un sitio sin soltura. Perdí bastantes animales. Y crie pocos, una veintena de chivas cuando solía criar cincuenta», dice Carlos. De vuelta a su granja en abril —cubierta por la ceniza— Ana Laura ha vuelto a hacer queso.

Que una erupción volcánica iba a tener lugar en breve en algún punto de la cresta volcánica del Parque Natural de Cumbre Vieja, aquel verano de 2021, era algo que ya anunciaban los científicos y para lo que las autoridades comenzaron a hacer preparativos. En Jedey, en el extremo sur del municipio de Los Llanos de Aridane, en la quesería El Manchón ya estaban avisados de lo que iba a venir. «Una semana antes ya nos habían dicho que había que salir con los animales, justamente cuando empezaron los temblores más fuertes», relatan los ganaderos Ana Laura González y Carlos Álvarez.

Él, que cada tarde pastorea sus 170 cabras de raza palmera bajando en dirección a la costa, ya había buscado a dónde trasladar los animales. «Una granja de vacas que estaba vacía por Tacande, en El Paso, más cerca del volcán de lo que estamos hoy», señala. Días después, en una reunión con vecinos en el terrero de lucha de Las Manchas el sábado 18 de septiembre —cuya techumbre se hundió a los pocos días por el peso de la ceniza y las ondas expansivas— «nos dijeron que tuviéramos todo preparado para cuando cambiara el semáforo en esta zona de Jedey-Las Manchas de Abajo, que era donde supuestamente iba a estallar el volcán».

«Digo: “Vamos a echar un bocadillo en lo que llegan los camiones, cargamos y nos vamos”. Entrando por la puerta del bar reventó el volcán. Ni bocadillos, ni nada, todo el mundo a la carrera» CARLOS ÁLVAREZ

La mañana siguiente, domingo 19, Carlos y Ana Laura vinieron a cargar el ganado —cuyas hembras estaban preñadas, como es habitual en ese mes del año—, ya habían hecho los preparativos y avisado a los camiones. «Estábamos esperando que llegaran los camiones para sacar las cabras juntas y eran cerca de las tres de la tarde, no habíamos comido nada. Había muchos temblores y era inminente que fuera a reventar. “Vamos a echar un bocadillo en lo que llegan los camiones, cargamos y nos vamos”. Fuimos al bar a comer el bocadillo y entrando por la puerta reventó el volcán a las tres y doce minutos. Ni bocadillos, ni nada, todo el mundo a la carrera: el volcán había reventado a tres kilómetros de aquí» …cerca de donde pensaba evacuar su ganado.

Se fueron sin poder llevarse los animales. «Los camiones se desavisaron. Uno que estaba aquí se fue. Yo me aguanté aquí con las cabras 10 días. Fui el último vecino que se fue de toda Las Manchas con mis animales. A los 9 días se paró el volcán y hubo un período de temblores fuertes en esta zona de Los Charco, ya no dejaban traer el grano, no tenía agua porque la tubería se la había llevado la lava y tuve que largarme de aquí. Y me fui sin saber ni para dónde iba, porque no había ni granja a donde llevar las cabras». Necesitó siete camiones para mover a todo su ganado.

En otra granja en Puntallana por fin le parieron las cabras. «Pero enseguida fueron para atrás, porque estaban en un sitio más estrecho, sin soltura»

Acabó yendo a la granja Roble en La Breña, donde la techumbre estaba en malas condiciones. «Era a un sitio pequeñito, estrecho, y no había donde soltar las cabras. Digo, qué va, esto no me sirve. Estuve 22 días y de allí me fui a Puntallana. A Tacande, donde tenía previsto irme con los animales no llegamos a ir porque la erupción del volcán fue allí cerquita».

En otra granja en Puntallana por fin le parieron las cabras. «Pero enseguida fueron para atrás, porque estaban en un sitio más estrecho, sin soltura. Les cambias los hábitos y no estaban igual. Perdí bastantes animales. Y crie pocos, porque las instalaciones no me permitían más, una veintena de chivas nada más, cuando solía criar cincuenta y más». No pudo regresar a su granja —cubierta por la ceniza— y volver a hacer queso hasta que llegó abril, más de medio año después.

■ A 600 metros de casa
Las 3:12 pm. El volcán estalla y sepultará la quesería y la casa de José y Pili, que hacen esta foto con el móvil. Por donde bajó la lava, «que es Tajogaite, nosotros teníamos un cerco a donde se iban las cabras después del ordeño. Quedaron rodeadas, porque fue el volcán salir y empezar la lava a bajar», dice Pili. Del centenar de cabras de raza palmera que tenían, perdieron la mitad en el primer momento. «Desaparecieron, no las vimos más. El volcán se las llevó», dice José.

■ Realmente duro
A San Isidro (Breña Alta), junto a la espesura de la laurisilva, llegaron José y Pili a rehacer su vida como ganaderos en febrero. Donde estuvieron antes, «en diciembre llovía y todos los días estaban las cabras empapadas, se les marcaban las costillas mojadas». Fue realmente duro. Sólo llegaron unas 30 cabras de las cerca de 100 que tenía. La mañana de domingo de mayo de esta fotografía de Isidoro Jiménez, José ordeña a mano y obtiene apenas 10 litros de leche.

Mucho peor fue lo vivido por los ganaderos José Gregorio Armas y María del Pilar Acosta. Ellos estaban en Alcalá (municipio de El Paso), ¡a 600 m de donde finalmente se produjo la erupción! «Estábamos en semáforo amarillo y nos dijeron que cuando pasara a naranja con tranquilidad íbamos a evacuar, que como era por el otro lado no había problema. Nosotros comiendo cuando pegó el macanazo», relata Pili. «Fue el domingo a las 3:12», no puede olvidar José.

«Se movía el salón de casa como si fuera un barco. Oí como el zumbido de una olla a presión, miro para arriba y veo aquella nube negra. Y digo “¡ay, que ya nos quedamos sin nada!» PILAR ACOSTA

«Se movía el salón de casa como si fuera un barco —sigue relatando Pili—. Terminando de comer, José se iba a poner a lavar la loza y yo salía por la puerta de la cocina. “José, voy a preparar el samuro para darle la comida a los perros”. Oí como el zumbido de una olla a presión, miro para arriba y veo aquella nube negra. Y digo “¡ay, José, por donde salió el volcán, que ya nos quedamos sin nada!”. Se puso a caer piedras y tuvimos que salir». Y, en efecto, se quedaron sin nada. Salieron con lo puesto mientras la casa, algunos vehículos, la granja, la quesería y numerosos animales quedaron sepultados, con el paso de los días, bajo 60 m de lava y ceniza.

Por donde bajó la lava, «que es Tajogaite, nosotros teníamos un cerco a donde se iban las cabras después del ordeño. Y por la tarde las soltaba, las pastoreaba y de regreso. Quedaron rodeadas, porque fue el volcán salir y empezar la lava a bajar». Del centenar de cabras de raza palmera que tenían, perdieron la mitad en el primer momento. «Desaparecieron, no las vimos más. El volcán se las llevó», dice José.

«Fuimos con la UME. Y corriendo. Imagínate que a mi hijo le cayó una piedra, estaba sangrando y ni se había enterado de los nervios y las prisas para sacar todo»PILAR ACOSTA

Las que sobrevivieron «llegaron a la cuadra ellas solas —continúa—. Primero dos o tres. Era la zona cero y no nos dejaban entrar sino a por las cabras. Fuimos con un camión y las cargamos al día siguiente por la mañana, que fue mi hermano Julio temprano. “¡José, que tienes las cabras aquí!” Había por lo menos 50, pero con los ubres quemados, otras con las pezuñas que no podían ni caminar».

José Gregorio y María del Pilar en la nueva granja donde rehacen su vida en Breña Alta. | FOTO ISIDORO JIMÉNEZ

«Fuimos con la UME. Y corriendo —sigue Pili—. Imagínate que a mi hijo le cayó una piedra, no era grande, estaba sangrando y ni se había enterado de los nervios y las prisas para sacar todo. En el camión metimos unas 50, pero sólo nos quedaron 30: estaban todas quemadas. Era todos los días curando a esos animales y todos los días había tres o cuatro cabras muertas». Las cabras de Pili y José llevaban un mes preñadas cuando reventó el volcán. «Ahora hay unas 23 chivas», señala él a la nueva generación (unas le nacieron, otras se las han regalado otros ganaderos) en la nueva granja que se está construyendo en terrenos de la familia en San Isidro (Breña Alta) con ayudas oficiales (insuficientes) y donativos de ganaderos de Navarra o de Asturias «sin conocernos de nada», dice un emocionado José.

«Lo único que hemos sacado de las cabras en ocho meses ha sido dos camiones de estiércol —con la pinocha y monte que le ponen de cama— que vendimos el otro día. Nos hacía falta una máquina para picar, que nos la donó Cáritas. Y otra ONG, Mensajeros de la Paz, nos dijeron que pidiéramos presupuesto porque nos hace falta una ordeñadora portátil y un generador de luz», añade Pili una mañana de domingo de mayo en la que José acaba de ordeñar a mano los apenas 10 litros de leche que están sacando a diario.

«No lo pensaba yo tener tan pronto, se hizo en 15 días —mira José a la pequeña cuadra techada con los nuevos comederos donde tiene lo que le queda de las cabras—. Si vieras dónde las tenía antes… En diciembre hacía frío, llovía y todos los días estaban empapadas con el agüita aquella, se les marcaban las costillas mojadas». Fue realmente duro. En febrero ya tenían las cabras aquí. «Y estaba crudo esto. Sólo llegaron unas 30 cabras y empezaron a parir aquí».

«Yo le decía a José “sácate de esto, yo no quiero seguir”. El dinero de las donaciones se ha gastado para el ganado, no ha sido para nosotros», explica Pili. Pero aquí siguen, luchando por recuperar su granja de nuevo.

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