Del campo al médico con billete de tercera

Tres días en semana aparecía alguno de los vapores correo por Arrecife de Lanzarote, a mediados del siglo XX. En él embarcó la hermana de Juan Brito poco después de nacer para visitar un médico y también en él salió por primera vez él de la isla como soldado camino del frente. Entrega nº 21 de la serie “Yo fui en el correíllo”. [En PELLAGOFIO nº 5 (2ª época, noviembre 2012)].
Por JUAN BRITO MARTÍN
Extracto de sus declaraciones en una entrevista que le hizo Yuri Millares
“El correíllo venía tres días en semana. Pero al correíllo quien más subía era la gente de Arrecife, porque la gente de los campos sólo viajaba si iba alguno enfermo para visitar al médico o algún comerciante, pero muy pocos”, relata Juan Brito. “Por ejemplo, mi padre, que sepa yo y siendo yo un niño con siete u ocho años, fue una vez a Las Palmas con una hermana mía que nació con un ojito escondido. Y no viajó más. Después yo me hice hombre y fui a la guerra. De modo que viajes a Las Palmas de la gente de los campos, muy poca”.

«De lo que sí me puedo acordar es que a mi padre le pegaron, no se sabe si en cubierta o dónde en el barco, las chinches»
“De lo que sí me puedo acordar es que a mi padre le pegaron, no se sabe si en cubierta o dónde en el barco, las chinches. La chinche esa es muy mala de quitar y cuando llegó a casa casi nos desquicia, porque no había con qué quitarla, únicamente teníamos agua caliente. Se sacaban los catres y se les echaba agua caliente. En esa miseria en la que se vivía entonces no había con qué matarlos. Sí había el piojo y la pulga. Los piojos de la casa eran familia”.
“El primer viaje para mí, que no había embarcado nunca, es cuando me llevaron a la guerra, de 18 años”, en 1937. “Fue en el León y Castillo. Porque estaban el Viera y Clavijo, el León y Castillo, el Palma, el Lanzarote, el Fuerteventura… El Lanzarote y el Fuerteventura eran los más pequeños, los otros ya eran más granditos… y no había más barcos”.
El vapor iba repleto de tropa y llevó a los reclutas lanzaroteños a Las Palmas, como primera escala antes de enviarlos al frente en la Península. “De aquí fuimos muchos quintos como yo. Me fui a la bodega, me metí allí abajo y era imposible estar, porque los correíllos tenían un olor especial que no había quién los aguantara. Donde se podía estar, si acaso, era en cubierta. Pero por cubierta no había quien andara, porque aquello no era más que…”, deja la frase sin terminar para no decir la palabra “vómitos”.
“Si los quintos, como yo esa noche o ese día, comieron mucho, que la cubierta estaba llena de…”, vuelve a omitir pronunciar la palabra. “No teníamos por dónde pasar. ¡Qué barbaridad! Eran otros tiempos”.
«En Las Palmas estuve seis días. Las perritas que llevé me las gasté en el tranvía, arriba y abajo subido en él, y las mujeres que iban a la plaza llevaban sus gallinas agarradas por el cogote»
Otro panorama se le presentó en Las Palmas, donde hizo turismo por la ciudad: “En Las Palmas estuve seis días. Las perritas que llevé me las gasté en el tranvía, arriba y abajo subido en él, y las mujeres que iban a la plaza llevaban sus gallinas agarradas por el cogote, los conejos… Y entre salir de Las Palmas a África y llegar al frente en Península estuve 26 días, 26 días para recibir el bautismo de guerra. Por desgracia allí dejé a muchos compañeros”.
De vuelta a la isla, el correíllo fue para él una parada del taxi que conducía en la década de los 50 y 60, tras un mal encuentro con un camello que lo dejó lesionado para labores del campo (ver artículo de la sección “Historia oral”). “Mucha gente venía caminando desde el muelle a Arrecife, pero se daba siempre algún viaje en el taxi, sobre todo la gente marinera, que era quien más manejaba un poco de dinero. Gente de aquí que trabajaba en barcos de Las Palmas y venían en el correíllo. Siempre iba gente”.