El correíllo en mi vida de navegante

Submarinos y otros navíos de guerra se han cruzado en el camino de los correíllos (y del historiador Béthencourt Massieu, que viajaba como pasajero en el transcurso de varios de esos incidentes) durante la Segunda Guerra Mundial, tiempo durante el cual llevaban pintados en el casco los colores de la bandera y la inscripción «España» (foto sobre estas líneas). [En PELLAGOFIO nº 6, nº 7 y nº 8 (2ª época, diciembre 2012-marzo 2013)].
■ En esta página, las entregas de la edición papel nº 22 “El notición de la guerra mundial y un espía alemán”, nº 23 “Estremecidos por las bombas antisubmarinas” y nº 24 “Y como lectura a bordo, la ‘Historia de Canarias”, de la serie “Yo fui en el correíllo” ● |
Por ANTONIO DE BÉTHENCOURT MASSIEU
Catedrático de Historia Moderna, fue rector de la Universidad de La Laguna y decano de la Facultad de Geografía e Historia de la UNED. En la actualidad dirige el Anuario de Estudios Atlánticos, así como el Seminario de Humanidades Millares Carló de la UNED (Universidad Nacional de Educación a Distancia)
1.El notición de la guerra mundial y un espía alemán.
Desde niño gocé siempre de una gran simpatía por los buques y la navegación. En otras palabras, por la satisfactoria vida que disfruté a bordo. Me explico. La enfermedad de mi padre le obligó a hospitalizarse en Guadarrama, mi madre quiso acompañarle. Para ello, los nueve hermanos tuvimos que trasladarnos a El Escorial. Tras su fallecimiento, nos instalamos en los Madriles hasta nuestro regreso a Las Palmas en 1931, o sea, con el advenimiento de la República.
Durante ocho años no perdimos el placer de navegar desde Cádiz a Las Palmas para pasar el verano en Tafira. Aún recuerdo el año 1929 en que paramos en Sevilla, para disfrutar de su famosísima feria y los paseos en coches de caballos, tan diferentes de nuestras inolvidables tartanas.Fueron ocho años de paseos en trenes –tan desagradables– y de navegar de ida y vuelta en hermosos –al menos para nosotros– barcos de la Trasmediterránea, donde todo resultaba divertido para los chavales.
Tampoco olvido mis paseos cotidianos por el Puerto de La Luz y sus obras. Recorría las navieras, solicitando tarjetas con los barcos que cruzaban nuestras aguas. Coleccioné cerca de quinientos barcos, desde los hermosos de viajeros a los que transportaban mercancías.
Nos aborda un submarino
Bachiller en 1937. Acaba la guerra en 1939. Al terminar octubre fui convocado al examen de reválida en La Laguna. Ya de noche, coincidimos en el muelle de Santa Catalina un buen grupo de amigos, a la espera de la salida del correíllo que nos transportaría a Santa Cruz de Tenerife. No recuerdo el nombre del buque, aunque era de los mayorcitos. Íbamos todos tan contentos para el embarque con las maletas y el notición fue la declaración de la Segunda Guerra Mundial. Embarcamos y mantuvimos una intensa conversación y discusión, pues los había germanófilos pero no faltaban los probritánicos.
Un grupo de militares subió y detuvo a uno de los pasajeros, a quien requisaron documentos y fotografías

Aquella tertulia se mantenía cuando el correíllo había pasado las Isletas y decidimos irnos al camarote. Pero la embarcación se para: curiosamente, nos abordaba un submarino. Resultó que era británico. Un grupo de militares subió y detuvo a uno de los pasajeros, a quien requisaron documentos y fotografías ya que, por lo visto, era un espía alemán. Nuevos comentarios, el barco reanuda su marcha y nosotros a las literas hasta amanecer en el puerto de Santa Cruz de Tenerife.
Viaje y maleta a La Laguna. Al día siguiente, examen, que afortunadamente era oral. Llevaba un documento de mi servicio militar como auxiliar. Esto me sirvió para otra de mis aventuras.
La Laguna era atractiva, pero en un nuevo correíllo fui trasladado a Las Palmas a recoger mis enseres y embarcarme en el Ciudad de Sevilla y posterior camino en tren a los Madriles a cursar la licenciatura en Geografía e Historia en la entonces Universidad Central.
Mucho disfruté en la ida y vuelta de aquel correíllo. Embarcaciones que hasta me parecieron deliciosas a pesar del susto del submarino, que lógicamente debía tener información del viaje de este espía precisamente en esa nave.
2.Estremecidos por las bombas antisubmarinas.
Aunque volveré sobre los viajes en correíllos, sin aventuras bélicas, puedo traer un par de incidentes en los correos de la Trasmediterránea en las cercanías de Gibraltar.

La cena fue buena, pero la noche atroz. Para evitar la sorpresa de algún submarino italiano, tenían señalada una ruta de entrada por el puerto y cada cuarto de hora, o media, era recorrida por un barco que dejaba unas bombas antisubmarinas que no solamente sonaban ruidosamente, sino que también removían a nuestro barco. Dormir esa noche fue un verdadero sueño.
El segundo incidente ocurrió en otro viaje, cuando íbamos en dirección a Cádiz. Fuimos parados por un barquito de guerra, visitados y registradas nuestras maletas. Para ello se nos ordenó encerrarnos en nuestros camarotes. Entró en el mío un jovencito que me exigió inspeccionar la maleta. En la mía encontró un libro encuadernado en negro. Comenzó a darle vueltas y pasar hojas. Para terminar, tuve que decirle “it is a prayerbook”. Se sonrió y respetuosamente lo colocó en su sitio.
Un jovencito me exigió inspeccionar la maleta. Encontró un libro encuadernado en negro. Comenzó a darle vueltas y pasar hojas. Tuve que decirle “it is a prayerbook”
Otros viajes de ida y vuelta en correíllos fueron a la isla de Tenerife, recuerdo que para ascender al pico del Teide, con ese gran médico Carlos Marina Fiol, nacido en Tenerife, mi hermano Juan Luis, su esposa Isabel Manrique y su hermana Sonsoles. Fue espléndido el ascenso. Al atardecer, cena delante del refugio con literas…
3.Y como lectura a bordo, la ‘Historia de Canarias’.
Si fue espléndida la puesta del sol, maravilloso aunque con trabajo fue el ascenso al Pico cuando aún era de noche. Íbamos muy abrigados y allí permanecimos en silencio hasta la aparición del sol: muy diluida la costa de África, con claridad Lanzarote y Fuerteventura y, mientras, la proyección del Teide sobre la isla de La Palma que se iba recogiendo según pasaba el tiempo, junto con La Gomera y El Hierro.
En correíllos hice otros viajes rápidos a Fuerteventura y Lanzarote, sin faltar las occidentales como La Palma y uno a La Gomera, pero creo que ya no fue en correíllo. Pues acabada mi carrera, o sea, obtenida la licenciatura, ya comenzaron los viajes en avión. Éstos han sido tantos y a tantos lugares que por ser tan numerosos, salvo algún pequeño incidente, no merecen ni siquiera ser recordados.
Solamente volviendo a los viajes navales pienso que merece la pena, como despedida, un grato recuerdo. En uno de mis primeros viajes a Madrid, había adquirido una Historia General de las Islas Canarias de Millares Torres, editada en Cuba por don Agustín Millares Carlo y un abogado exiliado [el canario Antonio Fleitas Santana, abogado del Colegio de Madrid, vocal del Tribunal de Garantías Constitucionales de España]. En mi viaje a Madrid, esta vez pasando por Santa Cruz de Tenerife, la primera mañana estaba leyendo el libro. Pasó un señor alto y distinguido. Yo debí levantar el libro y como viera que era de Canarias comenzó a charlar conmigo. Era nada menos que don Antonio Rumeu de Armas y charlamos largamente cuando tropezamos en el barco e, incluso, me hizo una visita cuando regresamos a Madrid en el tren.
De aquel encuentro con don Antonio y don Agustín surgió una amistad que he sostenido con ambos hasta mis noventa y tres años. Amistad que sigo manteniendo con mi quehacer cotidiano. El primero, Rumeu, como heredero suyo en la dirección del Anuario de Estudios Atlánticos (www.anuariosatlanticos.casadecolon.com) en sus sesenta números, y con Agustín en la UNED, como director del Seminario de Humanidades Millares Carlo, con sus siete millones y medio de visitantes según www.canaratlantico.org