Yo fui en el correíllo

Un muelle y una calle para recibir al vapor-correo

Relato de las escalas de los correíllos en la isla de Fuertentura, centrado en el muelle de su capital, entonces Puerto de Cabras. En la foto, el correíllo ‘La Palma’, fondeado frente al muelle Chico de Puerto de Cabras (Fuerteventura) en torno al año 1925. Entregas nº 7 de la serie “Yo fui en el correíllo”. [En PELLAGOFIO nº 31 (1ª época, abril 2007)].

Por ANDRÉS RODRÍGUEZ BERRIEL

El embarcadero o muelle Chico de Puerto de Cabras era un muro que se construyó en la playa Chica, frente a los almacenes de mercancías y cherchas de armadores o consignatarios, para que los pasajeros no tuvieran que efectuar el traslado a la lancha o lanchón a hombros o en brazos de marineros, durante su embarque en el vapor que fondeaba frente a la costa. No estaba bien, sobre todo cuando eran mujeres, y pese a los trajes hasta el tobillo, refajos, enaguas, pololos y nagüetas [zagalejos], que las tocara un marinero; no era bien visto por los parroquianos. Así, por las escaleras del embarcadero se podía efectuar bien el embarque en el lanchón y, luego, por una escalera de gato, trepar hasta la cubierta del barco sin que nadie murmurara, ni se hiciera cruces en aquellas épocas tan recatadas.

La carga, en cambio, sí se estibaba mejor en los lanchones desde la orilla, con dos hombres a bordo que la tomaban del totiso [cogote o nuca] del porteador; y también cuando había que desembarcar mercancías, sobre todo en las playas de Don Gregorio y de la Laja Negra, a ambos lados del muelle, ensenadas aplaceradas y arenadas, sin marisco [rocas] para los pies de los porteadores reblandecidos por el agua salada.

Iniciativa del ayuntamiento
El muro embarcadero se construyó a finales del siglo XIX por iniciativa del ayuntamiento de Puerto de Cabras, con derramas de comerciantes en un 50% y con apoyo del ministro de Fomento, recomendado por Fernando León y Castillo y la oligarquía majorera y canaria, de la mitad restante. A los dos años, en octubre de 1898, se lo llevó un temporal y se reconstruye a principios del siglo XX, desligándose el ayuntamiento de su titularidad en 1912 con la creación del Cabildo Insular. La “tarifa del muelle” deriva en un arbitrio cabildicio, lo que crea un enfrentamiento con los comerciantes, que tenían una bonificación municipal por la derrama del antiguo muro.

Antes de que se construyera el muelle Grande, donde ya atracaban los correíllos, el embarque se efectuaba desde el muelle Chico en lanchas, primero la carga y luego el pasaje, hasta el buque fondeado

Al construir el embarcadero, el ayuntamiento (junto con Fomento) ordenó la salida al mar de la calle principal de Puerto de Cabras (antes calle Real, ahora calle León y Castillo), que todavía se conoce como La Explanada. En mi niñez, La Explanada la conformaban la tienda-almacén de don Teodomiro (en cuyo interior se situaban el mostrador, a la izquierda, y las barricas de vino encetadas [con grifo], a la derecha) y, al lado, el café de Cafú; enfrente, la chercha del Guanche [almacén del motovelero Guanchinerfe] y el mesón o fonda Casa Blas, además de varios almacenes de los Martín, Pérez, González, Domínguez, etc., y coronado por el yugo y las flechas con la fecha “1936-1939” lo que se conocía como el Pilar, mentidero de marineros y trabajadores después de su jornada y de los devasos [gandules, vagos], que también los había.

Antes de que se construyera el muelle Grande, donde ya atracaban los correíllos, el embarque se efectuaba desde el muelle Chico en lanchas, primero la carga y luego el pasaje, hasta el buque fondeado, o al pairo si no soplaba la brisa, hasta su salida para Gran Tarajal sobre las cinco de la tarde, a donde llegaba sobre las siete u ocho y no volvía a salir hasta las nueve o diez de la noche. Por ello, muchas personas afrontaban las polvopistas y el traqueteo de los coches o camionetas y embarcaban en Gran Tarajal.

Una vez con mi abuelo, tendría siete años, hice la travesía Puerto Cabras al puerto de La Luz desde el muelle Grande en el correíllo La Palma. Íbamos con mal tiempo, por lo que no me dejaron salir del camarote y pasé el viaje durmiendo y medio mareado. Cuando llegamos al parque Santa Catalina, con las bodegas vacías, me supieron a gloria los churros con chocolate.

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