Cuaderno de campoDavid Bramwell

Ascenso de vértigo al pico de la Zarza

Con los pies temblando y los ojos puestos en la espalda de Sventenius recuerda Bramwell haber caminado el pico de la Zarza en 1969, durante un viaje con el entonces director del Jardín Botánico Canario Viera y Clavijo. El relato de este viaje de exploración y búsqueda botánica lo publica en su columna de la revista “Cuaderno de campo”. [En PELLAGOFIO nº 34 (1ª época, octubre 2007).]

Por DAVID BRAMWELL
Director del Jardín Botánico Canario “Viera y Clavijo”

Fue en abril de 1969, durante un viaje con don Enrique Sventenius, cuando tuve mi primer encuentro en Fuerteventura con el pico de la Zarza [807 m]. Llegamos muy tarde, ya de noche, a Morro Jable y dormimos sobre unos sacos en el almacén del bar-tienda de las de “aceite y vinagre”. Ante la insistencia de don Enrique nos levantamos a las cinco de la madrugada para ir hacia Cofete en un antiguo Land Rover prestado, muy ruidoso, sin amortiguación y cubierto de polvo. Una hora después llegamos a la casa del pastor en Cofete con la suerte de que nos invitara a tomar café. Yo comenté mi impresión de que iba a ser un día de calor; el pastor, lacónicamente, me contestó –y apenas eran las seis–: “Sí, pero esta mañana hacía frío”.

Don Enrique empezó a preguntarle sobre los riscos de Jandía y, especialmente, sobre el pico de la Zarza. Entonces, el pastor nos contó que había una vereda y que su hijo, de 14 años, subía por los riscos hasta el pico dos o tres veces en semana para atender a las cabras. Con temor y pensando lo peor… miré la cara de don Enrique cuando dijo: “Le ofrezco cien pesetas si su hijo es capaz de llevarnos por ese camino a la cima”.

No había forma de mirar para abajo… y mirando hacia arriba me desanimaba más todavía. Serían ya alrededor de las doce del mediodía cuando alcanzamos un andén un poco más amplio, para almorzar el bocadillo de queso

Comenzamos a subir por el primer andén y vimos los primeros taginastes blancos (Echium famarae). Entonces me animé un poco, pero me seguían temblando los pies y subí sin despegar en todo el tiempo mis ojos de la espalda de don Enrique, porque no había forma de mirar para abajo… y mirando hacia arriba me desanimaba más todavía. Serían ya alrededor de las doce del mediodía cuando alcanzamos un andén un poco más amplio, para almorzar el bocadillo de queso que nos había preparado la esposa del pastor. Por primera vez miré abajo y fue cuando vi el magnífico paisaje de tierra y mar que es la costa de Barlovento en Jandía.

Cuando reanudamos la marcha seguimos subiendo, yo otra vez sin mirar abajo, y empezamos a encontrar algunas de las plantas endémicas del pico: el taginaste azul (Echium handiensis) [en la imagen de cabecera], la magarza de Winter (Argyranthemum winterii) y el Bupleurum handiensis. Don Enrique estaba entusiasmado y yo daba gracias a Dios por seguir sano, aunque con los nervios destrozados. Al avanzar la tarde alcanzamos por fin la cima y nos despedimos del chico, pues él tenía que localizar las cabras y nosotros empezar el descenso por el otro lado hacia Morro Jable otra vez. Cuando llegamos al pueblo, agotados, contamos en el bar la “monumental” historia del día. La dueña del bar nos invitó a un plato de pescado y un ron y buscó dos camas en una casa del pueblo para que pudiéramos “descansar y dormir lo merecido”.

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