A Masca el burro se cansa, ¿la mujer no?

Bramwell y su «Cuaderno de campo» recorren aquí el barranco de Masca hasta el mar en otra exploración botánica a la que no le faltan divertidas anécdotas. [En PELLAGOFIO nº 2 (2ª época, julio-agosto 2012)].
Por DAVID BRAMWELL
Director del Jardín Botánico Canario “Viera y Clavijo”
Conocí a José Luis por primera vez en Vallehermoso en 1964. Su padre, don Jaime, fue el maestro de la escuela y posteriormente llegó a ser presidente del Cabildo de La Gomera. En 1968 pasamos las navidades en su casa y encontramos otra vez a José Luis, ya estudiando en la Universidad de La Laguna, y decidimos hacer unas excursiones, juntos, en Tenerife durante la primavera de 1969.
Entonces hicimos varias salidas al campo y. especialmente, y en abril de aquel año, una al barranco de Masca, en el extremo oeste de la isla. El día 24 de abril salimos de Santiago del Teide a las siete de la mañana en dirección a la Degollada de Masca para, posteriormente, bajar al pueblo de Masca y, barranco abajo, hasta la playa del mismo nombre. Paramos un ratito en la cima de la Degollada, para conocer la flora de los riscos donde localizamos dos especies descubiertas anteriormente por don Enrique Sventenius, la Pimpinella rupicola y la pequeña cerraja Sonchus tuberifer.
Nos encontramos con una entrañable pareja de campesinos; él, delante, iba montado en un burro y ella, caminando detrás, llevaba una bombona de gas
Bajando hacia el caserío de Masca nos encontramos con una entrañable pareja de campesinos; él, delante, iba montado en un burro y ella, caminando detrás, llevaba una bombona de gas (presumiblemente vacía) encima de la cabeza. Le preguntamos a él por qué no llevaba la bombona consigo en el burro y el buen hombre contestó que “para no cansar el animal”.
Y llegamos a Masca, con su espléndida flora endémica, demasiado numerosa como para contarlo aquí, pero incluyendo una col de risco (Crambe laevigata), la retama de Masca (Teline osyroides) y el corazoncillo de Masca (Lotus mascaensis). Almorzamos, invitados, en la casa de una señora mayor quien nos contó algo de las visitas de don Enrique Sventenius y el cariño que el pueblo de Masca tenía hacia él. Preguntamos por el camino hacia la playa y la señora nos decía que la playa estaba muy lejos, y cuando quisimos saber “¿cuántas horas para llegar?”, nos contestó que no lo sabía, porque nunca había ido por allí.
Seguimos nuestro camino y llegamos a la playa después de unas cuantas horas de caminata. Ya era de noche. Después de comer los nísperos y un poco de queso que nos había regalado la señora, nos metimos en los sacos de dormir, bajo el cielo estrellado. Nos levantamos por la mañana llenos de picaduras de mosquitos. José Luis tenía toda su cara hinchada y yo por lo menos cuarenta picadas de haber dormido con los brazos fuera. Desayunamos con pan duro y los restos de la cena y subimos por el barranco de vuelta hacia el caserío.
Nos despidió con una bolsa de tela con dos panes y un queso “hecho en casa”, con la orden de dejar la bolsa vacía debajo de una piedra en el borde del camino
Al llegar, la señora estaba esperando porque el hijo nos había visto de lejos recolectando hierbas como hacía don Enrique. Nos preparó un café y nos puso unos pasteles caseros. Miró la cara hinchada de José Luis y mis brazos llenos de ronchones y salió a su pequeño huerto. Volvió con un puñado de hierbas para preparar una infusión. Primero nos hizo frotar los ronchones con hojas de llantén y después nos mojó con la infusión de la planta, por cierto, muy efectiva. Preguntamos, pero no quiso darnos la fórmula, aunque recuerdo que tenía ajo porque apestábamos todavía durante unas cuantas horas después. Nos despidió con una bolsa de tela con dos panes y un queso “hecho en casa”, con la orden de dejar la bolsa vacía debajo de una piedra en el borde del camino, para que su hijo pudiera recuperarla cuando fuera a recoger el ganado por la tarde.