Palomas mensajeras transmiten la erupción del Chinyero en 1909

Carlos Cólogan escribe en su columna en PELLAGOFIO cómo Antonio Ponte y Cólogan, profesor de ciencias del instituto Cabrera Pinto de La Laguna, realizó en directo la primera descripción científica de una erupción volcánica en las islas Canarias. [En PELLAGOFIO nº 70 (2ª época, diciembre 2018)].
Por CARLOS CÓLOGAN SORIANO
Escritor e investigador especializado en el comercio atlántico del siglo XVIII.
Hace no muchos años que las entrañas de Tenerife volvieron a rugir y vomitaron con furia sus ardientes entrañas. Los isleños ya sabemos desde tiempos inmemoriales que el terreno que pisamos está vivo y que respira y, muy de vez en cuando, estornuda y nos recuerda de lo que están hechas las islas. La última vez que se abrió la tierra, dejando a un lado las explosiones volcánicas del Teneguía en La Palma (1971) y la más reciente de El Hierro (2011), fue el 18 de noviembre de 1909, cuando en Santiago del Teide (Tenerife) el volcán Chinyero liberó los demonios e hizo recordar la destrucción de Garachico, a pocos kilómetros de distancia.
El año 1909 había comenzado con pequeños sismos que duraron varios meses. En esta carta del hermano de mi bisabuelo Juan Cólogan y Cólogan a su cuñada Carmen Zulueta ya comentan los pequeños sismos.
Santa Cruz de Tenerife, 9 de enero de 1909.
Querida Carmen:
Hoy termino mi semana de servicio, con mucha oportunidad porque esta tarde debe llegar Bernardito [Bernardo Cólogan y Cólogan, embajador de España en Pekín] y estaré en libertad de acompañarle. (…)
Muchas gracias por tu cablegrama que recibí en el momento de levantarme de la siesta y sí, la verdad no entendí a qué suceso lamentable te referías, pero después me enteré por estos periódicos que se habían cursado telegramas, exagerados acerca de un temblor de tierra tan insignificante que sólo algunas personas se apercibieron de él. (…)
Que siga la mejoría y con recuerdos para María Francisca y los niños, se despide tu afectísimo hermano.
Juan.
Lo que realmente generó pánico fueron las explosiones. Las erupciones fueron relativamente cortas en el tiempo, ya que comenzaron el 18 de noviembre y tuvieron fin el 29 del mismo mes
Pero lo que realmente generó pánico fueron las explosiones. Las erupciones fueron relativamente cortas en el tiempo, ya que comenzaron el 18 de noviembre y tuvieron fin el 29 del mismo mes. El fenómeno dio lugar a una gran producción de lavas. El cono que se generó alcanzó los 80 metros de altura y, las coladas, algo más de cuatro kilómetros de recorrido.
En otra carta de Juan Cólogan y Cólogan desde Madrid a su cuñada Carmen Zulueta, escribía:
Madrid, 23 de noviembre de 1909.
Querida Carmen:
(…) En cuanto a la perturbación volcánica, es también verdad todo lo que dicen los periódicos, y, si el fenómeno cesa pronto, puede decirse que hemos corrido con suerte porque hasta ahora no creo que haya producido estragos materiales. El más alarmante es el brazo de lava que se dirige hacia El Tanque, próximo a Garachico, pues este podría ocasionar grandes daños que afectarían a Bernardo Sauzal y hermanos, Ponte, Brier y Concha Marina, pero por fortuna parece ser que se ha detenido. ¡Dios quiera que así sea!
Por lo que a ti concierne directamente no tienes nada que temer así es que no debes alarmarte.
(…) Juan.
Las gentes huían despavoridas de las inmediaciones en dirección a Santa Cruz temiendo que el Chinyero se desbordara hacia la costa norte. Todos menos uno, Antonio Ponte
Privilegiado observador
Resulta curioso que fuera Antonio Ponte y Cólogan el segundo miembro de la familia Cólogan que tuvo el privilegio de ser el observador cualificado de un evento tan inusual (Bernardo Cólogan Fallon fue testigo de la erupción del Chahorra en 1798). En aquellos días de noviembre de 1909, los plácidos atardeceres del norte de la isla se tornaron rojizos y rugientes. Las gentes huían despavoridas de las inmediaciones en dirección a Santa Cruz temiendo que el Chinyero se desbordara hacia la costa norte. Todos menos uno, Antonio Ponte, profesor de ciencias del instituto lagunero Cabrera Pinto.

“El espectáculo era lastimoso, la gente dormía en el suelo, otros lloraban y en las márgenes de la carreterilla había un sinfín de farolillos, con familias completas, adultos con mantas, colchas o lo primero que pudieron coger de sus casas, que ya presumían pasto del volcán”.
A la altura de El Guincho, en Icod, los medianeros de la finca llamada Malpaís le advirtieron del riesgo de continuar hacia Garachico, pues el tramo que quedaba por recorrer era estrecho y al pie de escarpadas montañas que en cualquier momento podrían empezar a caer. Las detonaciones y explosiones ya se sentían muy cerca. Entonces se detuvo, dejó su coche y continuó en una mula prestada acompañado de un joven de quince años. Al aproximarse a Garachico su impresión cambió, pues la oscuridad del pueblo era completa, los faroles de las calles estaban apagados y, sin luces encendidas en las casas, parecía que era una población abandonada.
Al llegar a la casa de sus padres despertó a su hermano Gaspar, quien le dio cuenta de la situación. En su casa cargó dos o tres mulas con instrumentos, provisiones y seis jaulas hechas con cañas donde metió decenas de palomas. Se abrigó bien y tiró montaña arriba directo hacia el volcán, contraviniendo las indicaciones de todos.
En el caserío de La Montañeta se encontró con Antonio Correa y González, gran conocedor del terreno y entusiasta explorador, que se brindó a guiarle

En el caserío de La Montañeta se encontró con Antonio Correa y González, gran conocedor del terreno y entusiasta explorador, que se brindó a guiarle. Después de dejar atrás La Culata, Monte Frío, Montaña de Las Flores y Chasna, llegaron a una distancia de algunos cientos de metros del volcán. Antonio le rogó que no subiera, indicándole que las lenguas de fuego avanzaban como ríos y una de ellas apuntaba hacia Garachico.
Tan obstinado y reacio a desistir lo vio, que decidió quedarse con él pensando que le necesitaría, pues nadie mejor que él conocía aquellas alturas. Así fue como los dos siguieron el ascenso a las cumbres, guiados por los rugidos y los bombazos que la tierra expelía como misiles al cielo. El espectáculo era grandioso. Aquello era todo fuego, los árboles prendidos como antorchas, los ríos de sangre ardiente que serpenteaban entre los malpaíses.
Tras horas de una agotadora caminata ataron a las extenuadas y crispadas mulas y comieron algo. Eran las dos y media de la mañana
Tras horas de una agotadora caminata ataron a las extenuadas y crispadas mulas y comieron algo. Eran las dos y media de la mañana y la noche cerrada se iluminaba con aquel espectáculo de fuego y rugidos. Cronómetro en mano, Antonio midió durante una hora el tiempo entre la salida de los bolos de fuego y el impacto en tierra. Tras medir más de treinta y cinco trayectorias advirtió que el tiempo de vuelo se alargaba y aumentaba la cadencia.
Durante casi cinco días fotografió el cono, describió las explosiones, su cadencia, la altura, la velocidad de avance de las lavas…
La erupción iba a más
La conclusión para él era obvia, la erupción volcánica iba a más. Entonces resumió sus impresiones en una pequeña hojilla de una libreta. Al terminar, la arrancó e hizo un canutillo que ató con una tira de cuero. Sacó una paloma, le ató el canutillo a la pata y la lanzó al aire.
Quince minutos después la paloma ya había recorrido doce kilómetros y entró en el palomar. Gaspar la cogió con delicadeza y recuperó el mensaje. Cinco minutos después ya operaba el telégrafo de Garachico que comunicaba con Santa Cruz:
3:45 h. Volcán en fase expansiva, dos ríos de lava fluyen tomando direcciones distintas. Alertar a la población de inmediato.
Así, cada media hora, se conoció el avance del suceso, paloma a paloma. Antonio permaneció en las proximidades del Chinyero desde el 19 de noviembre hasta el 5 de diciembre de 1909. Durante casi cinco días fotografió el cono, describió las explosiones, su cadencia, la altura, la velocidad de avance de las lavas, los gases emanados, dibujó planos de la cartografía de la zona, describió la flora y la fauna, incluso la ganadería. Luego publicó una Memoria Histórica-Descriptiva de esta erupción volcánica acaecida en 18 de noviembre de 1909. Fue la primera descripción científica de una erupción volcánica en las islas Canarias.