Canarias, islas de cabras con un patrimonio genético único

EN BUSCA DE LAS RAZAS CANARIAS DEL MUNDO RURAL. El estudio del ADN antiguo y su comparación con el ADN de las actuales, confirma que las cabras del archipiélago llegaron con los primeros pobladores desde el norte de África, saltando de isla en isla, y está en el origen de las razas caprinas actuales: la majorera, la palmera y la tinerfeña con sus dos variedades. [En PELLAGOFIO nº 73 (2ª época, marzo 2019)].


■ Palmera, pelo largo y tupé Raza exclusiva de la isla de La Palma, está en peligro de extinción. El censo actual es de unos 7.950 ejemplares. Adaptada a moverse en territorios abruptos y montañosos, es de pelo largo, en la cabeza suelen tener tupé y la capa predominante es la roja en diferentes tonalidades, también negras. Ésta es graja joriscana (negra con las orejas manchadas de blanco) ● |

■ Tinerfeñas, de norte y sur La raza tinerfeña, en peligro de extinción, presenta dos variedades, adaptadas a los distintos paisajes y climas de Tenerife, norte más húmedo y frío y sur árido y más cálido. Por eso, la norte (en la foto), con un censo de 4.150 cabezas es de pelo largo y predominan las capas de color negro y castaño; la sur, con un censo 3.700 cabezas, es de pelo corto y capas polícromas ● |

■ Majorera, la más extendida Aunque la más abundante en el archipiélago, reconocidas como tales e inscritas en la Federación Nacional de Criadores de la Raza Caprina Majorera hay 14.000 repartidas entre Lanzarote, Fuerteventura, Gran Canaria y Tenerife. De pelo corto y cuernos en forma de arco, presenta una treintena de capas y está entre las más productoras de leche del mundo ● |
DESPLEGABLE + INFO
Cuervina, Vistosa y Chilindrina son nombres de cabra
Ganaderos y pastores conocen a cada una de las cabras de sus rebaños. Durante el ordeño es cuando, enseguida, echan en falta a la que no ha llegado. Las identifican y nombran por sus colores y otros detalles (cuernos, orejas, etc.), pero en la isla de La Palma, además, suelen ponerles nombre.
LIBROS PELLAGOFIO
Islas de quesos multicolores y mucha leche de cabra
“El mundo del queso artesano vive una revolución semejante a la del vino hace 30 años”, opina el maestro quesero afinador José Luis Martín, prologuista del libro ‘Quesos imprescindibles de Canarias’, obra a la que califica de “soberbio trabajo de campo, donde se describen los mejores quesos de estas islas y recetas originales de platos”.

Por YURI MILLARES
La cabra es el animal predominante, en número, en la cabaña ganadera de Canarias desde que el archipiélago está habitado por el ser humano. Llegaron con los primeros pobladores, cuya economía se basaba en gran medida en el aprovechamiento de su leche y su carne, también su piel y hasta huesos.
En la actualidad, con más de un cuarto de millón de cabezas repartidas entre todas las islas, sigue aportando la mayor parte de la leche que se emplea para la elaboración de sus muy apreciados quesos, tanto artesanos como industriales. De aquellas primeras cabras, cuyas descendientes más directas se extinguieron a mediados de los años 60 del siglo XX, sólo quedan dos ejemplares disecados en 1935 y expuestos en El Museo Canario.

Las que hoy forman la cabaña ganadera de estas islas proceden de aquellas, aunque con una evolución y cruces que han terminado por confluir en tres grandes razas: la palmera, la tinerfeña con sus variedades norte y sur; y la majorera, especialmente adaptada a paisajes áridos, la más extendida y de mayor producción lechera.
‘Stepping stone’ (saltando)
Al preguntarle al veterinario e investigador Juan Capote, explica que la numerosa población caprina que hay en Canarias se conformó con lo que se llama stepping stone, “como el charco de agua con piedras que cruzas saltando de una piedra a otra, la población va pasando de isla a isla, por lo que el poblamiento simultáneo en todas las islas es imposible”.
Así lo confirma el análisis de ADN antiguo realizado a muestras procedentes de yacimientos arqueológicos.
Estima Capote que “el acervo histórico de las cabras canarias podría considerarse un endemismo producto de un fuerte efecto fundador combinado con un prolongado aislamiento geográfico, siendo muy distinto del caracterizado en otras poblaciones ibéricas y africanas” (1).
«Un animal fósil de Lanzarote conecta totalmente con la cabra palmera actual y con la cabra que está disecada en El Museo Canario, son iguales genéticamente en la secuencia mitocondrial»JUAN CAPOTE

Ese aislamiento de la población caprina canaria tras su distribución por las distintas islas, que no recibió otras influencias o cruces hasta muchos siglos después con la conquista europea, es la razón por la que “las distintas razas caprinas canarias poseen un patrimonio genético común”, señala.
“De tal forma que un animal fósil de Lanzarote conecta totalmente con la cabra palmera actual y con la cabra que está disecada en El Museo Canario, son iguales genéticamente en la secuencia mitocondrial”. Además, añade, “va perdiendo variabilidad de oriente a occidente [del archipiélago]”, de modo que la más lejana de la costa africana en este caso, la palmera, “es la más claramente de origen nativo, aunque con alguna influencia de cabras del sur de Portugal (la cabra algarvia)”.

Al estudiar el ADN de esta cabra, dice, “se ve que es muy peculiar, se diferencia genéticamente de todas las cabras del mundo”. Pero se parece, añade, a la tinerfeña, “una cabra bastante relacionada con las cabras aborígenes y muy parecida morfológicamente a la que se encuentra ahora en la región del Atlas”.
Ambas, palmera y tinerfeña, “están ligadas muy claramente a la cabra primitiva, transformada morfológicamente, pero poco genéticamente (sólo en lo que tiene que ver con la producción lechera, que ahora es mayor)”.
Las cabras palmera y tinerfeña están ligadas muy claramente a la cabra primitiva, la majorera también, pero con aporte europeo
En el caso de la cabra majorera, señala, “hubo una introgresión posterior [la introducción de otros genes diferentes], porque el porcentaje de animales con marcadores genéticos canarios es muy inferior”. Así, las cabras palmera y tinerfeña están en torno al 85-95% y la majorera en torno al 60%. “Hay un marcador genético que es canario puro (una variante de un haplotipo) y estos animales tienen un poco menos”, precisa.

Singularidad de la majorera
Fue hablando con el escritor e investigador majorero Andrés Rodríguez Berriel que pudo confirmar la razón, gracias al conocimiento que tenía éste del proceso evolutivo de la cabra canaria común a islas como Lanzarote, Fuerteventura o Gran Canaria durante el siglo XX, cuando se configuró la actual raza majorera.
«Durante 30 años Jamete compró todos los ‘pilfos’ (animales viejos) de la cabaña majorera para revenderlos en el Sahara»ANDRÉS RODRÍGUEZ BERRIEL
En el transcurso de varias entrevistas entre los años 2000 y 2018, también a mí me detalló cuáles fueron los factores históricos que intervinieron en la conformación de dicha raza. Él los resume en tres: “el cruce de las cabras europeas de mucha producción con la cabra autóctona, resistente y de poca comida; el sistema tradicional de los cabreros aborígenes, que todavía se practica, de intercambiar sementales entre zonas de la isla para evitar la degeneración por endogamia y utilizar baifas de las jairas [cabras] de azotea; y que durante 30 años Jamete compró todos los pilfos (animales viejos) de la cabaña majorera para revenderlos en el Sahara” (2).
Para comprender mejor el relato, tenemos que profundizar en esos factores. El primero tiene su origen en la construcción de los puertos de Las Palmas de Gran Canaria y Santa Cruz de Tenerife entre finales del siglo XIX y principios del XX, “donde la mano de obra majorera y conejera, de emigración obligada por los años de sequía y de ruina, obligan a emigrar al padre e hijos mayores”.
Una vez afincados en los barrios de La Isleta y Guanarteme (caso de la ciudad de Las Palmas), o en los de La Cuesta y Taco (caso de Santa Cruz), “traían al resto de la familia, compuesta por la mujer, los hijos menores y la jaira, una cabra estabulada o de corral que se criaba con las horruras (desperdicios) de la casa y algún puño de alfalfa y daba la leche para la familia. Así, tanto en Las Palmas como en Santa Cruz, la cabra se va imponiendo en las azoteas y solares”, sobre todo en las de la primera, pues Santa Cruz “conservaba la tradición de las lecheras” que bajaban de Los Rodeos o de Las Mercedes.
«Las cabras de azotea cogían macho por un señor de Guanarteme, que tenía tres o cuatro garañones y los llevaba [por las calles] ofreciendo: ¡Señora!, ¿quiere macho?»ANDRÉS RODRÍGUEZ BERRIEL
“Los mayordomos y los marineros que trabajaban en los barcos fruteros que van a Francia, Inglaterra [y otros países de Europa], traen de allí unas baifas que se van aclimatando en La Isleta y Guanarteme, con los majoreros y conejeros que hay allí, que tenían en su casa una o dos jairas que daban buena leche”, detalla. Esas cabras, que a veces “llamaban holandesas porque venían de Holanda –precisa Juan Capote–, eran inglesas, sobre todo la saanen, y, seguramente, también la anglo-nubia”.
Muchas de esas cabras, recuerda Andrés, “cogían macho por un señor de Guanarteme, bajito, jorobado, de largos mostachos, pariente del libertador Maceo, que tenía tres o cuatro garañones y los llevaba [por las calles] ofreciendo sus servicios pregonando ¡Señora!, ¿quiere macho?”.
«Recuerdo en mi niñez y juventud en Las Palmas que las dos cabras que teníamos en la azotea veraneaban con nosotros en Fuerteventura»ANDRÉS RODRÍGUEZ BERRIEL

Las crías de esas jairas solían ir después acompañando a las familias majoreras durante el verano en su isla. “Yo, por ejemplo, recuerdo en mi niñez y juventud en Las Palmas que las dos cabras que teníamos en la azotea veraneaban con nosotros en Fuerteventura. Venían en el [motovelero] Guanchinerfe, el correo de los pobres, aquí se machaban y volvían otra vez con nosotros, preñadas”.
Los otros dos factores citados completan el ciclo que llevó a seleccionar las características que finalmente conformaría la cabra majorera.
Por una parte, el intercambio de sementales “desde la época de los aborígenes: este año lo utilizaba yo en Antigua y al año siguiente se lo cambiaba a un vecino de La Oliva y lo traía; y después yo mandaba el de aquí para Jandía y el de Jandía volvía aquí –ejemplifica–. Se iban cambiando el semental, con lo cual iba mejorando”.
Por otra, en esa época no había costumbre de comer carne de cabra, salvo en ocasiones especiales.
“Como se decía aquí, con gofio y cerraja vive una persona. Se comía la machorra o el castrado para las fiestas de guardar, incluso ni todos los domingos, a no ser que se partiera una pata y tuvieran que matarla, que la secaban y hacían tocineta para poner en el potaje o lo que sea. Pero no había un comercio de la carne de cabra. Los ganaderos que tenían cabras viejas o que no daban leche (el pilfo, en una palabra muy majorera) lo que querían era eliminarlas, porque no había mercado para venderlas. Jamete, un saharaui que se dedicaba a comprar toda cabra vieja o que no daba leche, se las llevaba al Sahara”, donde sí las comían. De este modo, se fueron seleccionando y dejando las mejores, confluyendo al final los tres factores para conformar la raza actual.
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(1) M. Amills, J. Capote y A. Manunza, “Orígenes, diversidad e influencia del patrimonio genético de las cabras canarias”. En Una perspectiva genética sobre los orígenes del ganado canario, Mercurio Editorial, Madrid 2016, del que Juan Capote es coautor junto con otros autores, pág. 68.
(2) Lo describe en el artículo “Mucha alfalfa y poco trapo en el Guanchinerfe”, que publicó en la revista Ruta Archipiélago nº 22, abril 2006 (antecesora de Pellagofio) dentro de la serie “Historias del cabotaje” que creé para él y se publicó después como libro con el mismo título: Andrés Rodríguez Berriel, Historias del cabotaje. Cal, alfalfa y cabras en los veleros canarios, colección Pellagofio, Mercurio Editorial/Pellagofio Ediciones 2013, pág. 43.